de mirar dulce, de hablar lento
y de pelo más blanco que la nieve.
Era su cara semejante a la del cuervo,
y sus ojos cenizas fulgurantes;
parecía perturbado de dolor;
mecía su cuerpo a compás;
murmuraba entre dientes por lo bajo
como si tuviera la boca llena,
y a veces resoplaba como un búfalo…
En aquella tarde estival,
hace ya mucho tiempo,
sentado en una reja.
–Lewis Carrol
Al otro lado del espejo