La cantera

Sísifo empuja la piedra. Pero, a diferencia de aquellos castigados por los dioses, las piedras no son inmortales. La formidable piedra de Sísifo deja capas de su existencia en las subidas y los empujones. Cada intento empequeñece y retira una capa a la tarea del castigado. Él no lo sabe, a veces se da cuenta que está más ligera pero ello no cambia las cosas, tampoco sospecha que unos escultores, inspirados por los dioses, preparan cientos de piedras formidables para que siempre tenga algo que empujar. Son reemplazadas por céfiros y faunos durante los parpadeos y ciertos momentos de fatiga. Los dioses permiten que agarre aire, aprovechan su cansancio para hacer el cambio, pero no demasiado, o en el brevísimo ocio podría urdir un nuevo truco para escapar. Pero Sísifo, cómo va a desear el escape, si los escultores son minuciosos en su trabajo y es presa de un castigo especial. Su arrogancia ya no le permite pensar en la escapatoria; en cierto modo, está orgulloso de su jaula. “La piedra debe ser eterna”, piensa Sísifo e ignora que durante milenios ha empujado a miles de compañeros distintos. Las piedras, algunas de ellas, se compadecen del doble engaño, quizás no hay nada más enfadoso para una piedra que saberse parte de una simulación.

Jab, jab, Parappa

Mi tenacidad ha sido vital para no abandonarme a la enfermedad. Despierto y el primer pensamiento: “debo seguir luchando contra esto, debo poner un pie detrás del otro hasta sus últimas consecuencias”. Directiva recurrente: “ahora peleo para ganarme la segunda mitad de mi vida”. No peleo contra el linfoma, no peleo contra la genética, la inexorabilidad del cuerpo y las instrucciones ya destinadas, pero peleo contra mi propia voluntad, el cerebro oscuro, la huída. A veces tengo sueño, a veces tengo una fatiga alimentada por las células sobrantes y me es difícil dar un paso más, hacer algo, ser productivo por el día. Pasan las horas. No lavo los trastes, no leo un solo párrafo, mucho menos un libro, rechazo a Nico y sus ganas de un paseo. No escribo, no trabajo, no juego, no amo. El cuerpo es el cuerpo, mi cerebro tiene toda la disposición pero el contenedor se está rompiendo. Escucho a un coro de mensos imaginarios y su discurso habitual de las ganas, la actitud, el 110%. Cómo explicarles que el cansancio es una instrucción errónea de la biología, cómo explicarles que todos los días estoy boxeando con la sombra.

La sala de los ojos

No debería estar en la sala de los ojos. Mi problema es otro; está en la sangre. Unas células mercenarias y chacalosas promovieron el crecimiento tumoral de una chingaderilla en mi pecho (ubicación médica específica: mediastino) que antes se usaba para el bien (infecciones, sanación y el buen vivir en general). No debería estar esperando aquí, pero ya no hay lugar para los enfermos de mi tipo, otros tumores han ocupado las sillas. Sólo hay lugares disponibles en la sala de la gente con los ojos rotos. Usan anteojos oscuros, ojos de vidrio o simplemente hay un vacío. Caminan mientras sus hoyos negros absorben la luz que antes fue suya, la curiosidad de los perdidos, los pensamientos amables de los que tuvieron alguna esperanza. Nuestra humanidad peligrosamente monstruosa. Cíclopes, trolles de extremidades que han sido robadas por la nada, humanos disminuidos y aumentados esperando tomar su justo lugar en una historia cyberpunk. Espero ansioso la huida. Un niño calvo me jala las mangas. Son piratas, me susurra al oído. Su mar ingenuo y oscuro me han regresado el aliento.