Escribo esto después del tercer día de recuperación de la quimioterapia. Cómo reacciona mi cuerpo: dos días después de la quimio, parezco alguien medianamente funcional y fuerte, puedo salir a caminar y medio puedo pensar, pero al tercer día lo duermo todo, como si hubiera cometido un crimen con sólo mantenerme despierto, o vivo. Entonces dejo de luchar contra el cuerpo, la cabeza, los inevitables procesos de la enfermedad y la cura. El cuarto día comienza la verdadera recuperación, el ciclo para fortalecer al cuerpo de nuevo, prepararlo para el siguiente coctel.
Veinte años después del cáncer de mi madre, en mi segundo ciclo de quimioterapia, ella y yo comemos en un Bisquets de Obregón. Me dice la verdad, algo que ya sospechaba desde niño: “No sabía si iba a sobrevivir, no sabía qué planes hacer” y eso explica un cúmulo de accidentes y cegueras. Ya no puedo decirle nada. No después de todo lo que he vivido y lo que me han inyectado. Empezamos a compartir anécdotas de cancerosos, chistes malos y preguntas crueles y frustrantes. Qué se siente. Échale ganas. Recupérate pronto. He logrado ponerme uno de sus tacones. Me da las gracias, dice que fue un golpe que me dieron en la secundaria lo que la llevó a hacerse los análisis gratuitos en el seguro. Lo recuerdo, todavía tengo la cicatriz en la ceja y la miro en el espejo de vez en vez, junto a la cicatriz de la biopsia. Un ángel te cuida, dice. Dudo que sea un ángel, quizás yo también deba agradecerle: he estado preparado desde siempre para esto por ti. No sé si estamos en paz, pero por fin la comprendo. Desde entonces no puedo comer en un Bisquets de Obregón, me da náusea y asco pensar en sus salsas verdes, sus totopos, sus chiles en vinagre. Y no saben, extraño sus frijoles, de los pocos buenos frijoles que todavía quedan en un restaurante de cadenas mexicano. No parecen de lata.
Prometí que escribiría sobre los trucos que tengo para aliviar estos días, pero, el alivio no sólo depende de la resiliencia, también del cuerpo. El otro día, una amiga querida, de hace años, empezó con la cantaleta de la actitud. Tú puedes escoger si odiar el mundo o no. Me dio gracia, y hastío, y le respondí: “Creo que confundes mi estado actual con una elección”. Ojalá pudiera escoger estar enfermo y de paso, escogería una actitud guapachosa para salir a bailar. Voy a romper la pista, hijos de perri. El cuerpo y la cabeza tienen límites y mientras más largo sea el proceso, y más tratamientos haya, cuesta más trabajo mantenerlo estable; ya que la lucha es difícil, creo conveniente no tratar de alterar el humor para consideración o beneficio de otros. Es curioso, pero cuando enfermas de cáncer, a veces EL OTRO parece sufrir más, enloquece primero que uno. Como enfermo de cáncer, aprendes rapidito la verdad inexorable: el otro nunca termina, pide consideraciones y amabilidades sobre él mientras tú estás luchando por tu vida. Prepárate: te dirán toda clase de barbaridades que después puedes utilizar para reírte o para contarle un chiste al jefe, en el otro lado, ¿saben a cuál me refiero?
El primer consejo: no pierdas el tiempo con los otros. No lo hagas. No te gastes en explicarte, tampoco lo pierdas en ofenderte o darles una clase de –ay, esa palabrita– empatía. Si deseas algo, tampoco des muchos rodeos y ve directo al grano. Pide, por ejemplo, todas las nudes y dick pics del universo, claro, a tus cuates de confianza. Pregunta y pide. Acepta la sorpresa y los regalos. El cáncer no es excusa alguna para ser un bastardito, pero también es una excelente oportunidad para enfocarse en conseguir uno que otro logro si toda la vida has sido menos que un pusilánime. No todo debe ser en relación a los otros: ¿quieres aprender francés? Chíngale, nadie te va a quitar el tiempo. ¿Quieres leer el Quijote? Adelante, nadie te va a joder cuando les recuerdes que no sabrás si saldrás vivo de esta y lo último que quieres hacer es pelear contra molinos y alburear al Sancho. Sobre todo, cuando algún memo inicie una conversación absurda y definitivamente rompehuevos, puedes decirle la neta: “mira, mano, quién sabe si sobreviva. No quiero que una de mis últimas conversaciones sea sobre tu viaje a Sudamérica porque te dejó tu vieja”. True Story. Esto último es oro. Díselo. Pide paz. No tengas pena.
El segundo consejo: ten plena confianza en la ciencia. Lamentablemente, en el caso del cáncer, la ciencia no es perfecta, las variables abundan y es fácil caer en todo tipo de trampas. La mayoría de las trampas que existen se basan en algunos estudios y por eso es fácil dejarse llevar. Mi recomendación es que estudies tu cáncer a lo medida de lo posible y te prepares para los charlatanes y los rijosos. Por ejemplo, al principio, unos amables extraños me recomendaron víbora de cascabel y alacrán de veneno azul; existen estudios que hablan de cómo afectan estas sustancias a los tumores, pero son mayormente estudios de cáncer de testículos y el Hodgkin no califica para lo mismo. Cuidado especialmente con la víbora, la cuál puede darte salmonela si no está bien preparada. Aunque no lo creas, hay tumores que desaparecen de un momento a otro, tumores “hormonales”, como los de mama y testículo, pero apostarle a la mínima suerte es realmente irresponsable. Un estudio más o menos reciente de Hodgkin, descubrió que en un grupo de prueba muy reducido, logró ciertos avances en la cura del mismo dando aspirinas a los pacientes. De nuevo: es un grupo de estudio muy reducido; es imposible saber cuánto realmente beneficiaría una aspirina diaria al mundo para curar y prevenir el Hodgkin. Habrá veganos recalcitrantes que te exijan abandonar el tratamiento en favor de portentosos y vastos jugos de verduras. Te verás tentado porque la quimioterapia es difícil, pero no hagas caso. Está comprobado que el betabel previene el cáncer y es muy efectivo para suavizar los tratamientos de la quimioterapia, pero litros y litros de jugo de betabel no te van a salvar si ya lo tienes. Ten confianza en la ciencia, en la de los médicos y no tengas miedo de preguntarles a ellos.
El tercer consejo: para tener confianza en la medicina también es necesaria una buena dosis de misticismo. Recuerda que los médicos son gente que se perdió durante años en sus laberintos de carne y tumores, saben interpretar sus números y sus síntomas, y si son competentes, están al tanto de su especialidad. Recuerda también que no es lo mismo un cirujano que un hematólogo. Tú no eres médico; quizás eres abogado, comerciante y tuitero, pero no eres médico. Por mucho que estudies en Google los caminos de tu propio cáncer, no vas a saber más que los doctores que han tratado a decenas, cientos de enfermos y los han visto sobrevivir y morir en sucesiones constantes. Ven más de lo que han dejado de ver. Así que creer en dios, el reiki o el azar para suplir tu propia falta de conocimiento está bien. No recomiendo mucho esto último, apostarlo todo en el Caliente porque probablemente te vas a morir puede ser muy arriesgado y podrías llevarte una decepción.
El cuarto consejo: come bien. Las azúcares (incluso la miel natural) y los procesados hacen felices a los tumores de cualquier tipo. Yo no los evito, pero procuro no excederme. Compensa con verduras y proteínas. Gelatinas, carne roja, calabazas y nopales. Las ensaladas de betabel y de jícama han hecho una gran diferencia para mantener a raya la toxicidad del tratamiento: la náusea, los dolores, la deshidratación. También consumo una cucharada de chía al día para los antioxidantes y las defensas. Manténte hidratado: tres o cuatro litros de agua diarios. Esto es lo mínimo que debo de tomar para sentirme menos fregado por la quimioterapia. Tampoco te niegues los antojos, excepto el alcohol (el cual, lamentablemente, actúa sobre mi tipo de cáncer). Una buena alimentación te ayudará a superar el tratamiento para que nuevamente disfrutes de la vida lo más rápido posible además de mantener arriba las defensas. No sobra repetir lo que me han dicho los doctores: come en casa, no consumas crudos (sushi) y no vayas a cazar víboras al monte.
El quinto consejo: pequeñas victorias, “jueguifica” la vida. Durante el tratamiento, me he propuesto a hacer una lista de pequeñas tareas para superar y mantenerme “ganador”, como Belinda. Leo libros de cuentos, poesía y ensayos para terminarlos pronto, sobre todo mientras estoy en la sala, siendo inyectado. No quisiera dejar Gargantúa y Pantagruel inconcluso. También he jugado más videojuegos porque estas pequeñas victorias, sea como sea, ayudan al ánimo y mantienen despierto y vivo al cerebro, no permiten que se hunda en los efectos de la quimioterapia y la tristeza. También trato de caminar al menos unos diez mil pasos al día, con todo y tratamiento, para mantener al cuerpo fuerte y activo. Cuando no se pueden los diez mil pasos, una vuelta a la cuadra, dos vueltas a la cuadra, un paseo con el perro para saberse líder de una manada imaginaria. En vez de llevar un conteo de síntomas, mejor lleva un conteo de estos logros. Los logros breves mantienen los pies en el presente, no en el futuro o tampoco te permiten deambular en el pasado. Vive el momento, el día a día, y tendrás la alegría de los pequeños trofeos.
El sexto consejo: evita las discusiones estériles. Pregúntate esto: ¿de verdad quieres que tus últimos segundos en esta tierra, sean sobre gente que en vez de preguntas tiene comentarios y que piensen que incluso los hechos están a debate?
El séptimo consejo: agradece a tus amados y tus amigos. No gastes el tiempo en trivialidades cuando puedes estar con ellos. Abandona un rato las redes sociales, cierra tu carpeta de los pequeños logros, deja descansar la obsesión por las medicinas y los estudios. Invítalos a comer unos tacos o unas hamburguesas. Agradece su paciencia y sus sacrificios cuando los haya. Que seas el objetivo de la enfermedad no significa que no esté afectando a los otros, los tuyos, esos que no han enloquecido y hacen todo lo posible para suavizar el largo de los días. Sé, de sobra, que no podría respirar si no fuera por mi esposa y ella, a su vez, por la generosidad y la preocupación de su familia por nosotros. Un pequeño paréntesis para agradecer, de nombre, a mis queridos Isaura y Manuel porque me han dado ciertas risas y cierta paz más a menudo que los desvaríos de algún político en temporada de elecciones. Quiero decir con el séptimo consejo que platiques, pues, con tus amigos, tus abuelos, tus hermanos y tus amantes. Quizás te vayas antes que ellos pero, si no, alguien tiene que ayudarte con las deudas del Caliente cuando llegue el momento. Abrázalos cuando tengas que hacerlo y también después, cuando estén hartos de ti, cuando estén hartos de tu explosión de vida.