México vs. Alemania: me parece difícil entender cuán enraizados están los partidos entre estos dos países en la psique del mexicano. En un mundial, invariablemente, cuando se encuentran, se escuchan los suspiros resignados del paisano. Otra vez nos van a coger. Alemania es nuestro muro, su grosor y su alto la última barrera a vencer para conseguir, bueno, supongo que el éxito, nuestro primer trofeito metafísico del mundial. Imaginen, pues, a nuestros guerreros águilas destruir con sus cuchillos de obsidiana a un régimen de panzers. Recordaré toda la vida, quizás también sea uno de los breves recuerdos en mi lecho de muerte, cuando Hugo Sánchez arrebató el balón a un montón de jugadores alemanes distraídos, siguió la jugada y metió un gol en el… ah, ¿será el 98? No estoy seguro. Algún día refrescaré la memoria en YouTube o con cerveza mientras rememoro algún mundial con los amados y los amigos. Siempre he sido descuidado con el fucho, si apenas veo el mundial por cierto fervor nacionalista que sale del closet cada cuatro años. Pero me gusta registrar cuán felices y desgraciados nos hace, ¿a quién no?

Portería: dejando de lado las típicas afrentas de los alemanes contra los mexicanos, podemos apreciar algo un poco más obvio, más definitivo: el futbol es un componente esencial de la alegría (y, bueno, también la desgracia) mexicana. Negar sus efectos, incluso despreciarlos, podría considerarse de mexicano irresponsable, un odio mismo por el origen, la humanidad y la raza (qué meyo). La esperanza del sinfín de chamacos tanto en los basureros como en los prados es jugar, viajar, comer y eventualmente coger como sus héroes. Devenir del balón como cogedera procaz y frenética, cuántos de ellos no recitarán el origen prehispánico de nuestro deporte de guerra (guácala, se coló un Deleuze). La mítica del héroe ensangrentado transmutada a hombres de piernas gruesas y nalgas redondas que mueven el balón al compás de los corazones expectantes (qué bonitos cuerpos masculinos forman los futbolistas, dicen las muchachas al pasar). Algunos gustan disfrazar este abandono apasionado con algo de intelectualismo, lo disfrazan de estadísticas y estrategias en el campo de juego, pero en el fondo están esperando, por fin, presumir que el nombre de su país sea el máximo mundialista.

El balón es tu amigo: Oliver Atom es salvado por un balón de ser atropellado. “Qué mamada”, eso habrá expresado más de uno y más de uno se habrá limpiado una lagrimita en extremo sentimental. Sí, es una mamada, pero profunda y dolorosa. Un amigo para toda la vida, un amigo que me ha hecho crecer y me dio el poder de vencer las dificultades, a los rivales, a los monstruos que me persiguen desde enarbolados orígenes. El poder del balón o del bote de frutsi lleno de piedritas; su redondez compele a los niños a abandonar el refugio y buscar el peligro, la aventura y superar al mar de enemigos invisibles, aquellos a los cuales todavía no han puesto nombre pero sus olas de tiempo ya arruinan el futuro de tantas vidas. Un videojuego pero en canchas de concreto y pasto medio muerto. Dicen los comentaristas: “jueguen como los hombres (¿y su desconstrucción, padre?)”, pero es verdad: muchos imaginan que serán “hombres derechos” cuando salgan a patear ese balón, y beban la caguama, y compartan una tarde moribunda o calurosa noche con sus amigos en la cancha del futbol rápido. Serán hombres de los cuáles se hablará orgullosamente, al menos en los sillones de una tarde floja, como uno habla del Chicharito, del Chucky, de Márquez y hasta de Zague. Dice la publicidad, acierta y roba la sencillez del comentario, “el futbol nos une”.

Medio tiempo: no me gustaría dudar del poder de una victoria futbolística mexicana. Me gustaría pensar, porque así de ingenuo nos exigen los deportes redondos, que se extenderá por los corazones y sanará los corazones de los villanos. Seguro también ustedes escucharon ese tuit: “nos merecemos una alegría en este país de tristezas”. País de asesinos de estudiantes, de funcionarios corruptos que desangran los recursos, de centenares de muertos enterrados en fosas. Cómo no buscar las pequeñas victorias en avatares ajenos cuando estamos sumergidos en tanta mugre. Hay personas de poder, malignas o no, que basan su humor en el desempeño del jersey mexicano y sabrán ellos cuánto decidan perdonar a sus semejantes sólo porque el Chucky metió un gol; gol necesario para calmar la neurosis nopalera. Ojalá nos decidan dignos de ser felices.

Quiero aprovechar para saludar a la Selección: ganó México. No sé qué hacer.

Publicado originalmente en LJA.