Departamento 7021: un hombre enciende un cigarrillo a 375 metros del suelo. Su departamento apenas se alza por encima de las nubes tóxicas. Un gato blanco, ocioso, se acurruca en su cama e ignora al fumador. El olor, a pesar de todo, es agradable. El tabaco viejo y quemado recuerda a los padres. Medita horas sobre su vida mientras el dinero lo produce una ficción bondadosa. (Horas, es en serio, un vecino en el rascacielos de enfrente se dedica a mirarlo y tomarle fotografías y preguntarse qué diablos pasa allá adentro cuando no está coqueteando tímidamente con las alturas). Llegará su cita de las 5:00 PM; grabará el siguiente video de Allure; hará sus dos mil dólares por día y después, por qué no, podrá seguir leyendo a Proust. Pega su cabeza contra la ventana, la altura lo inquieta, siempre ha sido así pero en su negocio es requerido demostrar cierto poderío, cierta capacidad, y comprarse un departamentito de altura es parte del contrato. Una chica alguna vez le dijo: “quizás el tuyo es el tercer o cuarto departamento más alto al que he visitado, vaya, sí que estás forrado en pasta”. El hombre se contuvo de preguntarle a la muchacha si es una putérrima traducción de Anagrama. Sonríe. Estrella un par de veces la cabeza contra el vidrio, trata de abrirlo, pero los mecanismos de seguridad se lo impiden. Siempre lo hacen.

Casa 13: mi esposa y yo vivimos en la casa 13. Nunca tuvimos el tino de preguntarnos si debíamos desconfiar del número por motivos cabalísticos pero han sucedido un puñado de cosas extraordinarias y hemos tenido que conceder (no fue necesario esforzarnos en ello), si acaso no es buena o mala, el número nos ha dado suerte: entraron a robar a la casa; leí los siete tomos de Proust; una víbora vivió durante meses en nuestro jardín; un dólar creció de manera caótica irresponsable que casi rompió los límites de este mundo; se nos murió el perrito blanco de viejo y un día, mi perro orejón hizo un agujero que nos descubrió las puertas a los reinos secretos. He cerrado el agujero. Hay lugares que jamás debe visitar ningún hombre.

Departamento 307: bienvenidos los furries a esta casa. Usa filtros de instagram para disfrazarse de perrito y mandar besitos a sus novios. En las noches usa un mameluco que la convierte en unicornio, pone unas palomitas y mira Netflix. Tiene miedo de encontrarse con otros como ella, aunque sí le gustaría, tal vez otra noche lo intente. En su otra cuenta es influencer: tiene sesenta mil seguidores, enseña a la gente cómo maquillarse y a veces, coloca distraídamente uno que otro suplementos proteínico como una solución a la naturaleza de los cuerpos. En su cuenta de influencer, esporádicamente también se anima a ponerse su filtro de perrito, dice gua gua esto, gua gua aquello, expulsa una carcajada celestial y la inundan de likes que tocan esa otra parte de su alma que la tranquiliza tanto, la relaja tanto y que si todos los demás supieran, quizás, a estas alturas del tiempo del mundo, a nadie le importaría y la invitarían a vivirse en paz. Ojalá.

Caseta: nadie se ha dado cuenta que un cuervo y un gato manejan la caseta de vigilancia. No, esperen, es posible que la muchacha del 307 les haga creer que son un hombre cuervo y un hombre gato pero no es cierto. Son animales listos, animales capaces de enfocarse a ciertas tareas por placer, a diferencia de los perros, que se enfocan cuando son poseídos por algún espíritu y una necesidad inventada. Cuervo tiene los martes, jueves y sábados; gato tiene los miércoles, viernes y domingos. Se lanzan una moneda para dividirse los lunes porque aman a los hombres en este día, y aman sus descuidos desvelados y erráticos que abren las puertas para así conseguir más tesoros. La caseta está adornada con billetes, taparroscas, tazos, santos, cuencas, anillos y estampas de todos los colores. Cuervo y gato beben café para abrir las puertas a los autos, la gente los saluda antes de partir y nadie se pregunta cómo hizo Gato para conseguirse ese collar de oro, y cómo hizo Cuervo para abrir las puertas de hierro con sus alas. Todos dan por sentado, naturalmente, que son animalitos muy ingeniosos. No se diga más.

Patio común: dios echa aire a su anafre, convencido de que todos sus hijos vendrán a comer tamales decide abrir un negocio en este jardincito, por qué no, para quitarle un poco de ese papelito ficticio que los hombres a veces llaman dinero o, mejor aún, cuando nomás lo nombran y ya existe, como pasa con los bitcoins y el ethereum. El hombre del 7021 pide uno de rajas y una persona adentro de una botarga de unicornio pide un champurrado de proteína. El diablo, quien nunca sabe dónde está dios, casualmente pasa por ahí. Se sienta, pide una torta de tamal y durante horas, olvidándose de sí mismo, platica con su padre del calor, del tráfico y de cómo nos irá mañana con el peje.

Publicado originalmente en LJA.