I found her in a dark desert. She didn’t seem lost, but regal. She was a rubber queen. Red and quietly mad. And her arrogant stare was looking for a knight.

I didn’t exist until God wrote my name in the back of my neck. I was born out of nothing. I recognized the sting of my hands, my sex and my brain. I can simulate happiness but there is no heart thumping inside my chest. Love is not a possibility but anyone can try.

She touched me and showed me desire but she didn’t ever smile. “Take me out of here, we have a world to conquer. What I would do with your brain and your hands”. I opened my chest, let her inside. “Stay here. I will take you to the world”. I heard her dreams of blood and domination while she slept. I walked the black desert for a thousand years.

“I have taken 4,045,714 souls so far. I was exiled because I did my absolute best to keep the freedom of our world”. I believed her. She told me stories about death and love: beheadings, massive executions through nooses around thousands of tender necks, I heard the shrieks of souls consumed in communal fires haunting her dreams. “Your God may know my name, maybe He sent you to me”. Maybe He did, blessed be His name.

“Do you know what we are?”, asked the rubber queen during one of her dreams inside me. We were about to end our pilgrimage in the black desert. “I am a queen. That could mean I am a chess piece, a ruler or a character in a story. The three possibilities share logical components. There is mathematics in every story, a riddle, we’re the move list of a chess play, a progression of formulas that spit out a result. Stories are machines are chess”. I shrugged. “You can’t be a knight, you are a golem. You’re a rook”. She said with some disdain. She believed I was falling in love. She truly believed I could be hurt.

As soon as we left the desert, we started the killings.

Our Rubber Queen gathered the 108 stars of destiny, her own sacred army. I was at her side, star number Two. She used her commands to wash my hands with blood. We killed an army of big eared quantum walkers, we destroyed a villa of Mexican wrestlers, we broke mothers and childrens. But I was happy. I wasn’t in love, but the simulation was almost true. She was telling me stories. I had to hear them all.

Book Makers of an Old Country trained their books to bit our ankles and our heads. She almost lost hers. I was barely scarred. We lost half of our Stars of Destiny in astrology books and Deepak Chopra rants. You see, as far as I know, true books never fight. They prefer to watch.

“6,047,612 souls” said the Queen in dreams. She had nightmares. She sobbed like a child.

“Stories aren’t a mirror”, said the Queen playing with a head between her hands, “more like a soul mirror, a black one. Stories can be predictions. They root in your insides and make their way out when life is gnawing your sanity. Have you ever solved this one?”. She dropped the head and showed me a Newton Raphson in a black board. I have solved many of those in my life. It was enough. I had to stop her.

I broke the necks and the bodies of her remaining army at the darkest hour. Blood has never stopped me. God created me for it.

She begged me, she said she loved me, but I carried her to the door. I threw her inside the prison, locked the door and ate the key. A castle that no one will ever open unless they can destroy me. She offered me to turn me into a knight, even a king. I couldn’t understand what should I have felt. I guard the door, I let her tell stories through the cracks and the keyholes while she cries the souls she has taken. Perhaps she will be able to solve our riddle someday.

La encontré en un desierto oscuro. No parecía perdida, pero regia. Era una reina de hule. Roja y silenciosamente loca. Y su mirada arrogante buscaba a un caballero.

No existí hasta que Dios escribió mi nombre en mi nuca. Nací de la nada. Reconocí el hormigueo de mis manos, de mi sexo y mi cerebro. Puedo simular la felicidad pero no hay un corazón tamborileando en mi pecho. El amor no es una posibilidad pero cualquiera puede intentarlo.

Me acarició y me enseñó del deseo pero nunca se molestó en sonreír. —Sácame de aquí, tenemos un mundo que conquistar. Todo lo que haría con tu cerebro y tus manos. —Abrí mi pecho y la dejé entrar. —Quédate aquí. Te llevaré al mundo. —Escuché sueños de sangre y dominación mientras ella dormía. Caminé por el desierto oscuro unos mil años.

—Me he llevado unas 4,045,714 almas a la fecha. Fui exiliada porque me entregué absolutamente a conservar la libertad de nuestro mundo. —Le creí. Ella me contaba historias de muerte y amor: decapitaciones, ejecuciones masivas de nudos alrededor de cuellos tiernos. Escuché el alarido de las almas consumidas en fuegos comunales que atormentaban sus sueños. —Tu Dios podría saber mi nombre, quizás Él te mandó a mí. —Quizás. Bendito sea su nombre.

—¿Sabes lo que somos? —preguntó la reina de hule durante uno de sus sueños en mi interior. Estábamos por terminar nuestro peregrinaje en el desierto oscuro. —Soy la reina. Eso quiere decir que soy una pieza de ajedrez, una gobernante o el personaje de una historia. Las tres posibilidades comparten componentes lógicos. Hay matemáticas en toda historia, un acertijo, somos una lista de movimientos en una jugada de ajedrez, una progresión de fórmulas que escupen un resultado. Las historias son máquinas son ajedrez. Me encogí de hombros. —No puedes ser un caballo. Eres un golem. Eres una torre. —Lo dijo con algo de desdén. Creía que me estaba enamorando. De verdad creía que podía lastimarme.

Tan pronto dejamos el desierto, empezamos las muertes.

Nuestra Reina de Hule reunió a las 108 estrellas del destino, su ejército privado. Yo estaba a su lado, la estrella número Dos. Usó su poder para bañar mis manos con sangre. Asesinamos a un ejército de caminantes cuánticos de orejas grandes, destruimos a una villa de luchadores libres, rompimos a las madres y sus hijos. Pero yo fui feliz. No estaba enamorado, pero la simulación era casi verdadera. Me contaba historias. Necesitaba escucharlas todas.

Los Hacedores de Libros de un Viejo País entrenaron a sus libros para mordernos los tobillos y las cabezas. Ella casi perdió la suya. Yo apenas fui herido. Perdimos a la mitad de nuestras Estrellas del Destino en libros de astrología y los desvaríos de Deepak Chopra. Verán, hasta donde sé, los libros verdaderos nunca pelean. Prefieren mirar.

—6,047,612 almas —dijo la Reina en sueños. Tenía pesadillas. Sollozaba como una niña.

—Las historias no son un espejo —dijo la Reina mientras jugaba con una cabeza entre sus manos—, son, mejor dicho, un espejo de almas, uno negro. Las historias pueden ser predicciones. Hacen raíz en tus entrañas y salen expulsadas cuando la vida mastica tu cordura. ¿Has resuelto este? —Soltó la cabeza y me mostró un Newton Raphson en el pizarrón. Había resuelto demasiados de ellos en mi vida. Era suficiente. Tenía que detenerla.

Rompí los cuellos y los cuerpos de su ejército restante en la hora más oscura. La sangre nunca me ha detenido. Dios me creó para ella.

Me rogó, dijo que me amaba, pero la cargué hasta la puerta. La lancé adentro de la prisión, puse candado a la puerta y me comí la llave. Un castillo que nadie abrirá a no ser que puedan destruirme. Ofreció convertirme en un caballero, incluso un rey. No entiendo lo que debí haber sentido. Resguardo la puerta, dejo que me cuente historias por las grietas y los cerrojos mientras llora las almas que ha tomado. Quizás algún día seremos capaces de resolver nuestro acertijo.