Es raro que Fest esté escribiendo en tercera persona sus recuerdos, porque siente que no son suyos y finalmente lo son, porque tienen su nombre y su presencia.

Se prometió en esta ocasión contar la historia del lobo, que fue escuchada mientras le retiraba el colmillo con unas pinzas y también, durante el poco tiempo que tomó romper el collar de la cadena. La cadena en si, no existía en el mundo “físico”, pero su unión con la argolla del collar la hacía tan poderosa como la cadena que sostuvo a su padre, Fenrir.

Pero la historia del lobo tendrá que esperar, porque tuvo un sueño en el sopor de la noche.

–Y aún retirándome el collar, continuaré prisionero… Pero así ya no necesitaré de alguien más para liberarme, sólo deberé esperar a morder en los momentos precisos.

Fest escuchó la historia del lobo, mientras un sopor le robaba la atención. El niño Torres decía de vez en cuando, “Cuanta violencia, cuanta violencia” y miraba con ojos asustados los chorros de sangre escurrir por la boca del lobo, su sonrisa temible de fuego y sangre y como las venas se marcaban en los puños de Fest cuando jalaba las pinzas.

Sin embargo, me permito llamar este el camino del sopor y es del sueño de Fest que quiero hablar.

Si trata de recordar el sueño con lucidez, sólo vendrán fragmentos inútiles e incoherentes, sin embargo, si habla de su sueño como un recuerdo, dirá que estuvo en su casa y que ella le abrió la puerta, que platicaron de sus aburridas vidas y vieron a través de la ventana, o de la televisión, para pasar el rato.

Cosa extraña, porque Fest se jacta de no mirar televisión mas que por casualidad: en un restaurante, en un banco, en el autobús con telebús, en la casa de un amigo o en los aparadores de las tiendas. Por más que la gente argumenta siempre, tajantemente, que la televisión es la culpable de habernos robado el arte de la conversación y la belleza de aprender los léxicos olvidados para recitar poesía, no ha conocido a alguien que no se apacigüe frente a uno de esos aparatos y logre, con una armonía absoluta, integrarlo en el vaivén de su rutina. Incluso Fest, cuando encuentra en su camino un televisor, se sienta un rato frente a él y pierde consciencia de si mismo, se retrae y otros procesos mentales ocupan su mente, en una especie de trasfondo, esos procesos mentales que en publicidad le permitieron reconocer los slogans adecuados para una campaña y la verdadera intención de los buenos creativos. Porque en publicidad, hay hasta tres o cuatro niveles, como las capas de la cebolla, que trabajan en el inconsciente de sus queridas masas consumistas. Es cierto que un hombre piensa que mujeres hermosas correrán detrás de él si usa un desodorante Axe, pero también es cierto que una mujer comprará Axe para su marido y sentirse irresistible para él (segundo nivel), porque le parece que su hombre es un macho alfa debe comprarle Axe (tercer nivel), porque sus hijos deprimidos, inseguros y con poca suerte aún no han conseguido la mujer deseada, le compran Axe (cuarto nivel) y todos esos ángulos, por increíbles, mafufos y exagerados que parezcan, son considerados en una serie de estudios. Funcionan y son modelos probados, modelos a ciegas, porque ningún adolescente, mujer u hombre, admitiría nunca que ha comprado un desodorante por otra razón que educación y olor agradable.

Rara vez se ha registrado que un comercial atrevido, genere tantas ventas como uno de los modelos aprobados. Es decir, cuando una persona ve uno de esos comerciales entretenidos, siempre habla de él como la fascinante, diferente, chingona y entretenida publicidad de tal, pero no habla del producto. Eso es gracia de jóvenes creativos, que por un intento, crean ideas innovadoras y frescas, esperando que sea reconocido su arte de narrar una historia de chingadazo… Sin embargo, tan pronto les dan sus palmaditas en la espalda por tan hermosa idea, terminan por enseñarles un manual, escrito desde los cuarentas y cincuentas, donde les recuerdan que el hombre varonil y duro es el aspiracional de un hombre chapado a la antigua, y el hombre delgado y femenino, el de una mujer contemporánea, que mucho pelo y una sonrisa coquetona en un perro es lo que todos los niños quieren, que la adolescente de top y falda es el deseo de todo hombre maduro y nabokoviano, que la clase y elegancia es algo necesario para la clase media y que el abuso de blancos y tonos claros, es siempre obligado para recordarle a una mujer la pureza de usar una toalla femenina, nunca rojo, porque rojo es suciedad, sexualidad y deseo. Pobres… De todos nosotros.

Fest escucha en los programas las nuevas formas de habla, reconoce las frases que formarán parte del imaginario colectivo, y siente pena, pero también una terrible fascinación. Mira en la televisión todas las historias de su juventud, las aventuras familiares que hubiera querido tener, los deseos sexuales reprimidos por el escote tan amplio de la presentadora, reconoce los beats de una rola de Vivaldi usada para el compás de una escena ansiada y epifánica, y a veces se acaricia el rostro avergonzado, mientras piensa, coño, eso quisiera escribir.

Fest pensaba de niño, que para crear algo maravilloso, moderno y progresista, debía haber una televisión involucrada.

Pero hablaba del sueño y en él, Fest trabajaba sus textos en la pocket pc y se preguntaba como irían las cuentas en su burdel, porque tenía uno y de muy mala monta, en algún lugar de la Balbuena. Tenía croatas, rumanas y turcas trabajando para el beneplácito de sus prietos y aguardientosos clientes. También, por supuesto, tenía chicas de Guadalajara y Sonora, que costaban un poco más, pero que ningún albañil tocaba porque preferían el dos por uno en ojos verdes y cabellos claros. Las mexicanas estaban guardadas para los chilanguitos fresas y los gringuitos conradianos que querían escuchar algún tipo de acento exótico a la hora de empujar al fondo. No es raro el chilango que aspira por una tapatía, una regia o una culichi, mientras que los otros miran con cierto dolor por aparearse a las insípidas spring breakers, con ganas de aprender en una noche el inglés que nunca aprendieron en harmon hall o quick learning, a través de la osmosis que surte efecto de penetrar con las papilas gustativas la vagina de una de esas mujeres.

Es por eso, dice Fest, si les interesa saber, que muchas actrices gringas firman contratos de tinte de cabello para el mercado latino. Esos comerciales no aparecen en otros países, porque en otros países no intentan verse desesperadamente rubias para que sus hombres les presten atención. Una modelo de renombre gana hasta 50,000 dólares en cada país donde aparece… Y si aparece de nuevo, seis meses después, le pagan otros 50,000.

Pero Fest estaba en casa de ella, pensando en las cuentas y en la doña viejita, como indígena, que hacía quesadillas de cempasúchil y flor de calabaza para los clientes del burdel. Pensaba si la doña de las quesadillas por fin le descubriría los secretos del otomí, así como lo intentó una señora que era clienta de su abuelita. Cada que iba le contaba historias de pueblo, y también le enseñó palabras, ya olvidadas. Por ejemplo sólo recuerda que coconenci significaba algo bonito.

Ahora Fest no recuerda si coconenci era abuelita o nieto, su ignorancia ha despojado a la palabra de su verdadero significado y piensa, sin duda, que coconenci significa las tardes necias y ocres, donde en un puesto de zapatos azul claro estaba una abuela leyendo el periódico, una nota roja para contarle al blanco muchacho lo mal que estaba México, y un radio café y maltrecho, cantaba orgulloso notas de Mendelssohn o Bach. Coconenci, amor rutinario, una pintura, de un lugar enterrado en el pasado… Coconenci, el amor entre nietos y abuelos… Coconenci… Solamente amor.

Estaba en casa de ella, mirando el radio, el monitor de la computadora. Le llamaron por teléfono y ella respondió–. ¿quién? –Agustín –le dijo algún graciosito, ¿y cómo podía ser posible, si Agustín estaba con ella, y seguían mirándose el uno al otro, esperando el primer movimiento? ¿pero cómo podía ser posible que escuchara lo que dijo el otro en el teléfono? Fest recordó que estaba soñando y miró complacido como ella colgaba el teléfono y le miraba pícaramente, y se tomaban fotos de la cara y los ojos con el celular.

–Mi burdel debe estar lleno de gringos ahora –comentó Fest, ¿cómo era posible que él manejara un burdel? Es un sueño bobo, se respondió y miró como la escuincla, la petisita culona, le desabotonó los pantalones y le sacó el coso para tocárselo. –Si quieres decir que no, hazlo ahora.

Pero no dijo que no, porque una doble negación, es una afirmación, según la lógica y las mujeres necias (aunque ojo, porque triple negación, es negación o violación, dice Fest) y fue una maravilla de sueño porque Fest la cargó con el miembro parado y rollizo incrustado en sus maternales entrañas por toda la habitación, y cogieron como animales silenciosos, solamente jadeando y mirándose a los ojos como humanos adormecidos. Ella tuvo que desconectar el teléfono porque sabían que un graciosito que decía llamarse Agustín insistía llamando y él tuvo que poner su celular en silencio para no darse cuenta de que registraba tres llamadas perdidas. Sudaron como cerdos y la compostura de elegantes reyes. Una explosión sexual, de horas sueño que culminó en un hartazgo sin orgasmo y ambos mirándose seriamente.

–¿Por qué lo hiciste? –preguntó ella–. Dudaba que fueras un hombre tan fácil de convencer.

–Porque estaba aburrido –respondió Fest–. Muy aburrido y sólo cuando estoy aburrido, o cojo, o fumo o como.