Acabada la jornada laboral, tres días de gripe después, decidí preparar el primer theraflú y prenderle al Netflix para desconectarme. No más payasadas de resistir la enfermedad y autoconvencerme del dominio de la mente sobre el cuerpo. Mucho pinche súpermano y budismo de ocasión. No todas mis enfermedades —entre ellas la neurosis y la paranoia— tienen rasgos psicosomáticos. Tirado sobre el sillón, con el cuello torcido y la boca embobada, me abandoné al sano descanso de los enfermos. Ni el pokémon he querido tocar porque no tengo cabeza para entrenar a los monos a un nivel decente y apenas salgo a caminar porque creo que los pasitos diarios si son una buena medicina. Después de unos días, mis pulmones se sienten más liberados, pero no me extraña que me duela el cuello. No he mejorado mucho, sospecho que es de esas recuperaciones melancólicas, y me daré cuenta de lo sano que estaba hasta que enferme de nuevo. Espero que las neuronas se sientan reconfortadas por contarles algo.

Caí en la trampa y vi el remake CGI de los Los caballeros del zodíaco en Netflix. Previa advertencia por parte de unos amigos y mi hermano, cambié el idioma de las voces a inglés porque en español, este nuevo Seiya es inaceptable. El doblaje gringo es mucho mejor. Ojo: en Latinoamérica, por misteriosos motivos, no hay voces en japonés. Sepa por qué. Creo que no estuvo mal y con seis capítulos, apostaron por una serie que entusiasme a los chavitos de nuevas generaciones. Aunque eliminaron rasgos muy importantes del anime que vi hace tantísimos años en canal 7, también veo potencial: me encantaría ver una actualización de las batallas de los caballeros de bronce contra los caballeros dorados con este estilo de animación (tienen buen detalle, a diferencia de los fondos y las multitudes). Incluso replicaron en algún episodio los rostros súper deformes con los que Kurumada ilustra el daño cósmico (neta, se lanzan galaxias, pos es cósmico) que reciben los personajes.

Lo que no me gustó de la serie: en seis episodios muy breves se notó el ahorro de la producción. Por ejemplo: la historia en conjunto de los niños (ahora son un grupo de extraños que terminan estableciendo una amistad casi inmediata) y el recorte de la crueldad y el sufrimiento en sus historias particulares (Tatsumi y Saori no eran nada amables con los jóvenes caballeros) que los ayudaría a transformarse en muchachos nobles. Este sufrimiento es importante en el material original, pues así desarrollaban su transformación de humanos a santos. Por algo se llamaba Saint Seiya, nada mas habría que recordar todas las historias de santos que hemos escuchado en la iglesia para darnos cuenta que este rasgo era distintivo. Seiya deja de ser arrogante, impulsivo, para convertirse en un líder compasivo y noble. A falta de este desarrollo, los santos caballeros de Atena ahora parecen artificiales, vanos.

Pero después de Saint Seiya, Netflix recomendó algo llamado Kengan Ashura y ya bien entrado el segundo theraflú (nótese mi compulsión por conservar la ortografía institucional), lo dejé correr. Kengan Ashura es un anime de madrazos y es humorística, irónica. El artista es un hombre llamado Daromeon, cuyo estilo me recuerda a los diversos ilustradores de Capcom (Bengus y Daigo en particular) y por otra parte, los cuerpos masculinos súper estilizados y reveladores parecen inspirados en Araki (JoJo’s Bizarre Adventure). La animación está bien hecha, casi no se nota el CGI, y los movimientos de los peleadores son fluidos, tanto que a veces consiguen un realismo impactante.

Kengan Ashura también se burla de la masculinidad exacerbada a través de situaciones muy peculiares (el rival del protagonista y su obsesión degenerada por dominarlo, el luchador de Nentendo). Es graciosa y consigue armar exitosamente la historia a través de una pareja de protagonistas poco convencional: un súper peleador violento, macho idílico, Ohma Tokita, y un padre de familia, oficinista irredento, Yamashita Kazuo. Ohma reniega de la figura paterna que empieza a ver en Kazuo, mientras que Kazuo se ve atraído por la hipermasculinidad de Ohma. Ambos forman un duo de amistad y camaradería que pocas veces se ve en este tipo de anime. La temporada al aire sólo cuenta un fragmento de la historia. Nos quedaron a deber la siguiente mitad del arco pero es un placer verla por la animación, el humor y los destellos de genialidad que revela al burlarse del mismo género al que pertenece: el shonen.

Creyendo que el artista de Kengan Ashura era el mismo de Capcom, mis habilidades googlísticas me sacaron del error pero me revelaron que trabaja en un juego de peleas, junto con un grupo de amigos, en sus ratos libres. Oneachanchan tiene unos personajes extraños y grotescos. Daromeon ha trabajado en este juego durante más de 9 años y dice que será gratis cuando lo termine. Sí, cuando lo termine. Espero jugarlo algún día.