Historias que deseo escribir

Un bosque; un bosque encantado; un bosque mágico; un bosque de caminos escondidos; caminos bordeados de árboles que hagan preguntarse al protagonista y al lector: “¿a dónde me llevará?”; árboles que son libros; libros que son árboles; historia de un libro infinito (ya es muy ambicioso uno solo, pero a veces imagino libros infinitos); historias de calabozos; historias de perseguir la memoria en un calabozo o en un laberinto; historia de una muchacha y su perro; una neurocientífica y su perro blanco; historia de dos perros que desafían a la muerte para buscar a su dueño; más cuentos de cuervos porque no han terminado de desafiarme, de decirme que estoy mal, que la realidad es trivial; historia de un apostador contra el diablo o contra la muerte; la creación de un mundo fantástico a través de los dioses oníricos; la novela definitiva sobre mis encuentros con el diablo; un rpg japonés como aquel de psíquicos y fantasía urbana; novela fantástica sobre el nacimiento de la muerte; una novela de lenguaje pero no demasiado presuntuosa; una novela de lenguaje que cuente mi infancia en el mercado; historia de mercados, un laberinto de marchantas y vendedores, generaciones de vendedores que se aman, se odian y abren caminos entre las verduras y las garnachas; la historia de mi abuela; la historia de Teoyaomiqui, un dios oscuro pero su nombre es uno de mis preferidos; un jardín imposible, de muchos animales y muchos vicios, y muchas estatuas y caminos que llevan al bosque encantado; mi versión de cómo el tlacuache se robó el fuego para la humanidad y para sus hermanos; cuentos de cómo la gente huye de la muerte al no cumplir su destino; cuentos grotescos de humanidades deformes en mundos psicodélicos y extraños; cuentos de perros que no pueden abandonar su naturaleza por más humanos que los necesitemos; un hombre que no puede dejar de correr porque entonces los monstruos lo alcanzan; mi perra que no morirá pero engañará a la muerte cuando atraviese un túnel cuántico y vagará, feliz, por la eternidad; un bestiario de monstruos medievales, fantásticos o pixélicos; un acertijo para resolver la verdad del mundo; mi amor tímido por el cine fantástico y de terror y cómo me hizo creer, en mis primeros años de vida, que la realidad podía ser como la ficción; historia de unos dobles que siempre se encuentra en el tren; tren, tren infinito, vagones de tren, niveles distintos como si fuese un juego de plataformas; todo lo que despierta cuando escucho el silbato de un tren porque los escuché mucho en la Zaragoza cuando fui niño.

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Un alma impregnada en la armadura

Explicar el cáncer, o lo que viví durante el cáncer, se ha vuelto progresivamente más complicado. Entre más tiempo pasa y me alejo de aquellas situaciones críticas/límite, más tiendo a sentirme ajeno de aquel hombre que hizo todo lo posible para resolver su problema biológico. Un problema que también es de herencia, y de familia, y la memoria de todos los cuerpos que existieron antes que el mío y que coincidieron para construir mi existencia. Mi enfermedad, al final, no fue una casualidad, estaba programada: es un testimonio y una historia que algún día, si tengo tiempo y energías, querré contar en algún libro.

Pero explicar el cáncer, explicar ese año y medio de cáncer; anoche, mientras corría, recordé la imagen de Alphonse Elric cuando es castigado por romper las leyes de la naturaleza. Los hermanos Elric abren la puerta con el ritual alquimista para crear a un ser humano (quieren revivir a su madre a quien extrañan mucho; su pecado no sólo es el extrañamiento, pero también la inteligencia, el conocimiento). Cuando abren esa puerta, se les aparece el chahuistle, un ser algunas veces conocido como LA VERDAD (en la serie, yo qué). Ese dios curioso, a veces nihilista y sardónico, extiende sus brazos divinos y despoja al niño Alphonse de su cuerpo. Se lo lleva pedazo a pedazo.

El castigo no sólo es biológico pero también lo condena: es imposible ser inocente después de ello, ya que LA VERDAD revela el otro lado del conocimiento: es muerte, es aniquilación, es destrucción, es exterminio. Bueno, pues tener cáncer, ese año y medio de cáncer, es un gif de ese preciso momento, repitiéndose, o extendiéndose, o reproduciéndose a la velocidad más lenta posible. Es el horror de ver cómo los químicos, la burocracia, los diagnósticos y los estudios jalan cada una de tus piezas, las defensas que construiste a lo largo de décadas de ironías, sabrosura, buen humor, elocuencia y quizás una pizca de inteligencia, a la nada. Todo lo usas como moneda, y eventualmente se te acaba la morralla. Pero el hermano salva a Alphonse antes de que la verdad se lo lleve por completo, captura su alma y la impregna dentro de una armadura.

En este momento de mi vida soy algo muy parecido a esto: un alma impregnada a una armadura.

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Lo que respiro cuando corro

Cuando corro pienso que respiro la ceniza del volcán. También pienso que respiro el rocío del pasto, el polen de los árboles, el humo de las taquerías al carbón, el perfume de las muchachas recién bañadas, el vapor de los esquites y los tamales que van sobre sus hornos en bicicleta. Respiro las nubes cholultecas y sus campos necios que pronto se convertirán en atracción turística; pero también respiro el vómito de los borrachos y los tacos caídos que se evaporan y desintegran gracias al sol de mediodía.

Mi abuela era experta para encontrar la mierda en el piso y evitar que la pisaras. Y si la pisabas, entonces te mandaba a la azotehuela a lavar bien los tenis. Alguna vez, medio resignada, después de leer alguna revista o periódico, me contó que gran parte del aire era material fecal, sepa si humano o de perro o del ganado que explotamos para convertirlo en hamburguesas. “Respiramos mierda, Agustín”, dijo ella resignada, quizás un poco horrorizada pero sabiéndose imposibilitada de limpiar los átomos de nuestro planeta. Sirva el tao de consuelo para el fantasma de mi abuela: todos somos uno y uno somos todo, no sólo somos el tulipán y la ceniza del Popo, abuela, pero también somos la mosca y la mierda.

Cuando corro pienso en la mierda que respiro: la mierda de los perros callejeros, o la de los perros domésticos que nadie levanta, o la de las ratas y los gatos, la mierda de los pájaros y también la de los hombres, los que cagan en el jardín porque no llegaron corriendo a su casa. Esto también respiro, esto también es parte de mi cuerpo.