Acabé una de las relecturas del Quijote y con los últimos capítulos, sentí un bonito entusiasmo por la lectura; no por Alonso Quijano El Bueno (y su locura final, hacerse el cuerdo para morirse en paz) pero el acto de leer en sí. Muy parecido al acto romántico de suspirar cuando uno ve una foto institucional de la familia lectora: padre, madre, hijos, todos con un libro entre manos en una sala dico-es-diconomía o bien, fotografía del líder de la manada (macho o hembra) que lee para sus animalitos (en la mesa, mientras las letras vuelan en la comodidad de la sala, los espera una sabrosa pata de jabalí). 20 minutos de lectura al día. Leer es esencial.

Había olvidado el entusiasmo que significa sumergirse en un libro (splash, se lo lleva el kraken, amigo, salga a tomar aire o se nos ahoga). Algunos días estoy cansado de una manera sosa, aburrida, digna de mi edad y es particularmente difícil gozar el acto de leer o el acto de (video)jugar. Tengo que obligarme a ello, tengo que empujarme; leer y jugar, es decir, reclamar estos pequeños actos de vida para que no los arruine una adultez simplona (me engaño para superarme a mí mismo: se ha terminado la convalecencia). Descubrí, rascándole tantito, es difícil agarrar el mismo gusto porque en esta etapa me dedico a ambas cosas de manera profesional: la escritura y los videojuegos. Más lo segundo que lo primero, pero últimamente me han pagado, más de lo que imaginaba alguna vez, por las traducciones, las regalías y, raras veces, las ediciones; así que últimamente me siento más desvergonzado y musito, sin que nadie me lo pida, valiente el muchacho, que soy escritor, que sí escribo.

Cuidado, que mañana podría animarme a poner un patreon. Además de aventurero, sinvergüenza.

De algún modo, me gustaría que mi siguiente proyecto fuera de ficción y aventura (algo lúdico, no planeado, no como los otros mil proyectos que tengo ahí, esperando pacientemente el siguiente desarrollo: un capítulo, una revisión, un cuento para completar el libro). He pensado en utilizar algún motor de historias interactivas, incluso estuve jugando un rato con las herramientas para desarrollar acciones en Google Voice, pero todavía no decido exactamente lo que quiero y por eso me quedo eternamente en la etapa de la imaginación. Imaginar, esto es peligroso y placentero, muchas veces es mejor que el acto de crear. La talacha, pues. Debería sentarme a desarrollar un prototipo de la historia que quiero escribir, darle unas cuantas hojas al cuaderno, pero, mi ánimo aún se encuentra en la tarea de recobrar el gozo de la lectura y disfrutar lo que otros hicieron. Post-it en el monitor: “Maravíllate antes de abrir la boca”. También he querido regresar a mi bot laberíntico, trabajar sobre lo que ya está vivo, para arreglar algunas construcciones mal hechas y ampliar otras que dejé de lado en vez de entrarle al misterio de lo nuevo, el universo de lo inconcluso y las mil posibilidades pero si tomo eso, sé que podría dedicar al menos unas dos o tres horas al día y no salir de ahí cuando creo que es mejor ser un lector y controlar la rutina como lo he estado haciendo.

Como me lo prometí, estoy descansando, al menos, un año antes de regresar a una rutina de escritura. Trato de hacerme trampa, y por eso me invento proyectos que parecen distintos a la escritura de una novela (otra vez estuve hurgando en el RPGMaker, otra vez consideré una historia de decisiones en Twine, otros bots posibles en Tracery y CheapBots, y vamos… por qué diablos hacer una historia interactiva en Google Home para que la narre una voz artificial, si no es sólo para demostrar que puedo hacerlo porque mi cabeza no conoce límites). Me regreso, controlo la explosión y redescubro los placeres de una lectura sosegada, del ocio que no produce pero también es liberador, aceptable. Abro mi Quijote (aunque ya no), abro mi Shakespeare. Leo despacio y con calma. Todavía no es momento de contar una historia. La vida es amplia, no hay prisa por dejar que todo eso se vaya, eso quiero decir, nada más eso quiero decir y ya.