Oh, miren, ¡hay mujeres!

Parece que los hombres no hemos entendido. El día de la mujer, las marchas de las mujeres, los monumentos que destruyen las mujeres, la literatura escrita por mujeres a partir de mujeres sobre otras mujeres. ¿Dónde figura el hombre? ¿Dónde están los niños solitarios, desvalidos? ¿Será que nos da envidia? ¿Nos pusieron la chinampina en los testículos y ahora nos urge estar en medio del bullicio femenino para que alguien nos reconozca, nos dé una entrada a un paraíso incierto? ¿Acaso el hombre, sin importar edades, siempre necesitará el abrazo de su madre (me dio cosa de escritor serio, mejor me corrijo:), de su mami? ¿Nos da miedito que una muchacha nos ponga en nuestro lugar, nos escupa en la cara y nos revele la naturaleza de viejo lesbiano? El hombre, un tanto ingenuo y muy obtuso, se cuelga a los muslos de las muchachas, de las niñas y las viejitas, de las que se dejan (y cada vez son menos); como una rémora, y a modo metafísico de acoso, se sube a algún ladrillo del zócalo y da los gritos: aquí les van todos estos libros escritos por mujeres (esperando, me gustaría pensar, que mis clientas se den cuenta del nivel de mi consciencia social) o bien, algún cabrón colmilludo: ¡miren lo que nos cuenta esta mujercita hermosa sobre este día! ¡Para que todos los sexos reflexionemos! Hemos caído en la trampa de la validación, no pudimos lograr el silencio ni una sola vez, permitimos, como siempre, que nuestros testículos hablaran por nosotros. No estoy exento de este tipo de comportamiento, ojalá estuviera, por eso, especialmente durante estas fechas, prefiero callarme los piensos con las muchachas de mi vida y paso un rato tratando de comprender los mecanismos que podrían empujarme a sacar mi propio legajo de reglas, mi jalea de necesidades para darle un pan a las muchachas que no lo pidieron. Si acaso el hombre desea un poco de justicia por la mujer, entonces el hombre debe estar dispuesto a destruir al propio hombre; santo remedio, la destrucción del sexo. Es momento de quitarnos la máscara: los ridículos y los histéricos siempre hemos sido nosotros.

Por qué el ángel de la independencia debería pintar las alas

Un acordeón para entender por qué estas marchas están ocurriendo, para el mexicano es relativamente fácil con apenas una serie de inconveniencias legales que podrían solucionarse con los trucos adecuados: matar mujeres, violar mujeres, robar mujeres, matar niñas, violar niñas, robar niñas, explotar mujeres y niñas para trabajos de toda índole que van de lo legal a lo ilegal, denigrar mujeres, acosar mujeres, insultar mujeres, pagar menos a las mujeres, ignorar los derechos humanos de las mujeres, arrebatar espacios a las mujeres que podrían estar mejor calificadas. Hay hombres que activamente, y en pleno conocimiento, hacen estas tareas sabiendo que hay cierta impunidad. Hay hombres que se levantan de su cama pensando que estas tareas son lo mejor de su día, son el único consuelo que tienen para aliviar una vida llena de fracasos o bien, para consolidar diariamente el poder que tienen sobre otros, especialmente otras. Un hombre común, que son los más, no te alteres, no tienes que decir “peronotodossomos”, suele responder a esto: yo no mato, violo, robo, exploto, denigro, acoso, insulto, ignoro, arrebato. No se trata de ti o de mí (no estamos hablando de ciertas pequeñas actitudes, no todavía), tampoco pienses que se trata precisa y exclusivamente de tu esposa, de tus hijas, de tu hermana o de tu madre (ojalá puedas darte ese lujo). Tal vez el ambiente familiar donde te sientes seguro fue porque luchaste por él, un ambiente familiar que ayudaste a construir para que las mujeres se desarrollaran en las mismas condiciones que los hombres. Quizás eres afortunado, tienes una biblioteca donde ambos sexos pueden leer y un jardín donde juegan a la pelota (imagina eso, tienes una biblioteca y un jardín, qué pudiente). Quizás vives arropado por la neblina de un “igualismo” tenaz. Eso no resta la existencia de los otros, no sabes lo que pasa en las otras casas, mientras duermes. Esto tampoco soluciona que un derecho tan básico, como el derecho a la vida, puede ser fácilmente arrebatado sin consecuencias. Y eso nomás es una cosa muy sencilla: la vida.

El destino de la mujer es duro

Creo que leí aquella línea en un libro de Toni Morrison. En Saturday Night Live, vi un sketch donde dos cómicos negros, Chris Rock y Dave Chapelle, se reían de dos mujeres blancas y un hombre blanco. Era periodo de elecciones, me parece que el chiste era que los negros ya lo veían venir: Trump y su nazismo, o su kukuxklanismo de imbéciles. Los negros eran especialmente crueles con las mujeres blancas; ellos parecían tener permiso, casi que se percibía una incómoda obligación moral por someterlas. Referencias a la esclavitud, la deuda gringa de toda la vida. Me pregunté, ¿dónde estarán las mujeres negras? ¿Por qué ellas no están participando en este chiste? Y luego lo dejé en paz. Era un sketch. Finalmente, pues, yo soy hombre, soy mexicano. Como soy blanco y tengo apellido europeo, a veces me he ganado largas charlas donde me enlistan mis privilegios, al menos todos los que creen que he tenido. Soy hijo de madre soltera, estuve a punto de vivir en la calle muchas veces, me curé del cáncer gracias a nuestro (a veces pobre, a veces brillante) sistema de salud y, de todos modos, tengo cara de que necesito sentarme porque creen que merezco educación. Y así lo han hecho, y a veces escucho porque aprendo algo nuevo y otras veces, bueno, ya bebí lo suficiente. He tenido una vida triste, pero también luminosa. Dentro de todo ello, debo reconocerlo: mi vida nunca ha sido manchada por una rutina de cínicos que me hayan sobado las nalgas en el transporte público.

Publicado originalmente en LJA.