No lo he vuelto a ver en mis sueños. Es como si él estuviera esperando o como si yo huyera de él. Reflejo y contrarreflejo. No entiendo qué pasa, me siento como un animal que siempre está alerta. Ahora sé que nuestros encuentros los antecede un presentimiento; así como el cuerpo vibra en el momento previo a un accidente. Después de nuestra primera charla siento el peligro todo el tiempo (a veces sólo es un sentimiento sutil, otras veces es una angustia terrible) pero, simplemente, él no aparece o yo temo que él me descubra. Mientras camino por las calles, y giro la esquina, presiento que estamos a punto de encontrarnos pero no sucede. Presentimiento inconcluso. Ninguno de los dos revela su presencia ante el otro.

Ayer, cuando llegué a casa, escuché un rato a mi vieja casera platicar con su hija Natalia (la primera muerta). Estefanía (la segunda) no fue nombrada en esta ocasión. La señora hablaba con un sillón rojo, manchado de mugre, ocupado por el recuerdo de su hija:

—Te he estado prestando poca atención, Natalia. No te hubieras ido con él. El presente es un tiempo de redención y arrepentimiento, es una canción de buenos deseos y el pecado sometido, ¿verdad, mi niña? No pude hacer nada pero hoy estás aquí, así, conmigo. Veré como cuidarte y protegerte. Veré como poner tus ojos en su lugar.

La vieja alzó la mirada al canto de la puerta. Yo estaba ahí, recargado, escuchándola pero su mirada fría, casi muerta, atravesó mi cuerpo como si yo fuese aire. No existía para ella.

Su hijo Ulises nos visita cada quince días para cobrarme la mitad de la renta. Es un hombre de cuarenta y tantos años, paciente, muy amable. Cree que soy un muchacho noble, honesto y trabajador. Por eso me deja solo con su madre. Aunque no por ello es una señora abandonada. Sabe que en caso de cualquier emergencia estaré ahí para llamarlo y además una enfermera viene a verla durante las mañanas. Parece loca pero el cuerpo de la señora funciona independiente a su mente retorcida. Ella cocina, se baña, se viste, sale a hacer las compras mientras parte de su consciencia sigue cuidando a sus hijas espectrales.

La señora de las hijas muertas a veces recuerda mi presencia y otras veces no. Quizás no está loca, quizás ella esta más cuerda que todos nosotros y entiende las reglas de otros juegos que no están a simple vista. Algunas veces dudo de ella, creo que actúa y que nos engaña y que esconde un enigma detrás de las pláticas con Estefanía y Natalia.
O posiblemente las niñas no existen y sólo son un ardid para manipular el mundo externo, el de los otros. Digo esto porque jamás he visto una fotografía de ellas. Aunque conozco a Ulises, nunca he visto una fotografía de él en esta casa tan vieja, tan sola, tan llena de ecos de tiempos pasados.

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