Si pudiera resbalar en las estrellas y luego tropezarme en cada una de estas, bañarme y revolcarme en su brillante polvo, tomaría un puñado y lo aventaría al mundo, gritaría desde la via láctea que miraran el cielo y observaran mis manos, que como un Dios infante, parpadean, tintinean y se abren emocionadas. Entonces yo sería feliz y haría feliz al mundo. Porque la felicidad es tan sencilla como que existen los glamorosos astros y alcanzarla tan difícil como que de un salto no llegas a ellos.
Me veré forzado a construir un cohete de polvo, tierra y pasto, caminaré los caminos buscando esos materiales adecuados, me romperé las manos, hundiéndolas entre arena brillante a la par que el Mar Muerto me tienta como el espejo de los luceros.
Me ayudarán personas, me acompañaran otras, puede que algunas tomen mi mano y me sonrían, o tal vez me patearán y destruirán los avances de mi crucero espacial, ¿Qué importan ellos? ¿Importarán? ¿Alguna vez importaron?
Espérame en mi cohete, porque iré a las estrellas. Resbalaré en ellas, jugaré con su polvo y correré ligero en el manto estelar, saboreando la azúcar que les da dulzura y brillo, disfrutando el olor de la humedad del bosque cuyos árboles son picos blancos.
Y tú me verás, ¿verdad?, tú mirarás tranquila mi juego, reirás conmigo y finalmente, como recién nacido, descansaré en tus brazos. Y no podré detenerme, aunque me pregunte mil veces el Thanatos, recorreré el Eros, construyendo mi cohete alzando y rompiendo agua, tierra, fuego, aire; para que cuando estés ahí, exclames, abras tus ojos y me sonrías. Mi crucero será digno de ti, lleno de espejos con marcos de madera y de oro, de malaquita y de la plata de tus cabellos y los míos.
Si pudiera resbalar en las estrellas, sería un egoísta como no he sido en vida. Todos serían mis momentos y los tuyos. No puedo jugar al sabio tan siendo solo un niño. Entre luceros sabré abrazarte, en las fuentes de diamantina presurosos abriremos corazones y sólo así podrás perdonarme.