Los fantasmas son entes muy extraños cuyos actos giran en torno al ocio de estar muerto. Los fantasmas de los humanos, son más flexibles, ya que encuentran facilmente el regreso a sus actividades de la vida diaria y si son maliciosos, tal vez se dediquen a espantar a los vivos. Sin embargo, los fantasmas de los animales son distintos, ellos dificilmente regresan a su vida normal. Son pocos los animales que prolongan su existencia como fantasma y en realidad son arrastrados involuntariamente por un lazo estrecho que tuvieron con un humano.
Uno de esos pocos fantasmas es Pompadour, un gato persa de ojos azul transparente que corre de allá para acá y de regreso, unas treinta veces al día. Primero lo hacía como un reflejo de sus instintos animales y después, lo hacía para divertirse, ya que su dueña era una persona muy aburrida, a su ver. Siempre fue una persona muy aburrida, aunque la muerte le sentaba bien.
Pompadour, como buen gato, se consideraba el líder de un grupo de animales fantasmas, un pequeño grupo de animales variados: un mulo llamado Isaac, un manatí llamado Rookham, un mini-toy llamado Killer y un jaguar flojo llamado Ah Balam (valga la redundancia). Los animales, se escapaban de sus respectivos dueños para reunirse de vez en cuando, charlar y vivir alguna aventura en el reino de los muertos.
Se hacían llamar el grupo de las doce y media. Pompadour había decidido el nombre y a los demás animales les parecía bien, o más bien les daba igual. Pompadour no les dijo que había elegido el nombre a partir de un grupo que tocaba jazz en el “Café de La Tía Yemita”, seguramente a ellos no les importaría y tenía toda la razón. Los integrantes del grupo de las doce y media, cuando Pompadour no estaba, sencillamente se echaban y platicaban, o se quedaban en silencio.
Cuando Pompadour se presentaba con alguna propuesta (a lo cual, el grupo se refería como una obsesión, una necedad, una aventura innecesaria y estúpida), solían tener mucho que hacer, porque acababan envueltos en el problema de Pompadour sin querer. Lo bueno es que ya estaban acostumbrados y de por sí, ya estaban muertos. ¿Qué más podría pasar?
El pez espada tenía años de antigüedad y ningún fantasma había osado a molestarle. Nadaba tranquilamente, en el mar de Yunén, cerca de la playa. Alzaba la espada y después brincaba, realmente disfrutaba con tranquilidad su muerte. El pescador fantasma al que se hallaba ligado, se encontraba en la playa mirando las estrellas, sin ganas de saber más. Ambos habían aprendido a ser tranquilos después de una cruenta batalla en vida. Ya no necesitaban más, estaban en su cielo personal.
Pompadour conocía el lugar y cuando miró al pez espada en uno de sus tantos paseos, se le despertó cierto instinto primitivo. Deseaba comérselo. Nada más de mirarlo, su boca chorreaba baba y procuraba limpiarse después, ya que era un gato elegante y no podía darse el lujo de que otros le miraran rendirse ante los impulsos. Varios días regresaba y miraba de lejos al pez espada, para no molestarle, para observarle con detenimiento. Practicaba como agazaparse, como esconderse entre las piedras.
Se sentía vivo.
Y vivo como un tigre. Con todo y rayas.
Ya había medido los horarios, los ritos de el pescador y su pez espada. Cada jueves, el pez espada y el pescador se acercaban el uno al otro y se miraban en silencio. Lo hacían durante cinco minutos, aproximadamente. Debía calcular la velocidad y el tiempo, debía calcular el salto y sobre todo, debía matar su terror al agua. Una mordida sería suficiente, y se convencía todos los días que ya estaba muerto, que no había que temer, que el agua era también un instinto del pasado.
Tendría que ser un salto muy grande para llegar al pez espada sin mojarse y darle la mordida. Una mordidita nada más. Si, sería este jueves. Ya no aguantaba las ganas. Resignado, observó al pez espada un rato más y después se fué.
Pompadour maulló.
—Extraño mis pulgas —dijo Killer, el mini-toy, y se racó la oreja fantasmal como si de veras las tuviera. Abrió el hocico e hizo algo similar a un bostezo. El jaguar, al mirarlo, hizo lo mismo.
—Yo extraño mi sol y mi selva —dijo el Jaguar, quien estaba echado sobre sus dos patas y mirando con ojos verdes hacia ningún lugar.
—Pero si tienes un sol y una selva, con el cazador con el que te ha tocado vivir. ¿No? —preguntó el mulo, Isaac—. Y tú te rascas las orejas como si tuvieras pulgas. ¿Qué más pueden desear? Es maravilloso estar muerto… yo que me la pasé cargando carga tras carga, ya me tocaba descansar. Aunque tal vez lo extraño un poquito, si… extraño cargar las cosas. Ahora no hago nada.
Rookham, el manatí, tan sólo movió los bigotes y el hocico. No era muy parlante y la verdad, poco sabía de las experiencias de esos animales que no fuera lo que estos decían (y decían, y decían, no sabían hablar de otra cosa). Hablaban de sus “humanos” como si fueran algo importante, él sólo tenía una amiga que era buceadora y estaban demasiado ocupados en sus cosas, cada uno, como para establecer una relación.
Se preguntaba si era cierto lo que decían de que se era fantasma de alguien que le había querido mucho (o despreciado, como era el caso del minitoy), ¿cómo había llegado a ser un fantasma si en realidad nunca se llevó bien con la buceadora? Es más, a duras penas la recordaba. Recordaba a una niña, le hubiera gustado ser el fantasma de aquella niña. El manatí suspiró y se echó triste, siguió escuchando a los otros animales.
—Pero estarás de acuerdo, Isaac, que el sol y la selva que se inventa un muerto, no es lo mismo a la cosa real. El cazador que me tocó es tan… maya. ¿Cómo explicarles el arte maya a ustedes? Son figuras distorsionadas, poco realistas, hasta el sol es raro. Tiene la pinta de un dios. Hablando de dioses, ¿sabían ustede que yo soy considerado como un dios? Esos eran buenos días. Me echaba en las ramas de los árboles y esperaba pacientemente a que algún incauto pasara, entonces el dios de oro se le echaba encima, zarpazo directo a la yugular y a comer. Había tanta comida en esos días. Entonces a un maya loquito se le ocurrió la idea de que yo era su animal, ¿pueden creerlo? Personas muy espirituales, y a mi me parecía bien, siempre y cuando no se metieran conmigo. Pues este maya se metió conmigo y nos matamos mutuamente. Ahora pasa sus días en su selva creyendo que es el guerrero jaguar, corriendo de un lugar a otro imitándome con singular alegría, moviendo los brazos y abriendo la bocota, haciendo mis ruidos. A veces me pregunto quien es la mascota de quien.
—Eran buenos días cuando me la pasaba echado en la cama de mi señora —dijo Killer, sin escuchar al jaguar—. Ah, pero tenía que ser, pero no vine aquí por ella. Por el novio más bien. La relación que teníamos el novio y yo era tan particular… de esas como te odio pero te amo. Yo me acuerdo que le mordía los zapatos y él me sonreía, la sonrisa de un lunático que nada más esperaba a que me distrajera para quebrarme el cuello. ¡Pero cómo le ladré! Me desquité todos los días de mi vida, me comí sus zapatos, sus agujetas, sus pantalones y hasta sus calzones. Hoy en día, hoy en día nos soportamos en silencio. Ya nos cansamos de pelear, aunque lo hacemos de vez en vez para recordar cuando estábamos vivos.
Rookham se rascó la cabeza y miró como Isaac suspiró, estaba tan cansado ambos de escuchar las mismas historias. El mulo movió la cola aburrido y con una oreja ahuyentó moscas que no existían. También extrañaba su tierra. El humano que se lo llevó, era demasiado simple para apreciar en toda su extensión lo que fue su vida y por lo mismo, su paisaje no mostraba ni siquiera la mitad de lo que él apreciaba en las mañanas, cuando salía con su carga.
—Buenas noches, grupo de las doce —dijo una voz áspera—. Pompadour de Boyselle ha llegado.
El grupo se sobresaltó y a todos se les esfumaron los recuerdos. Dirigieron apesumbradamente su vista al gato blanco que aparecía entre las sombras.
—¿Qué buenas nuevas nos traes, hermano Pompadour? —preguntó Balam, era el más valiente para preguntar.
—Les traigo —Pompadour hizo una pausa para hacer un efecto dramático, miró el círculo que hacían los animales y ocupó su lugar entre Killer y Balam. Sonrió lentamente, tanto así que no se distinguió el cambio de la sonrisa natural de los gatos, a la sonrisa enigmática de los gatos—, la vida.
En el principio, los animales se hubieran soprendido, pero el principio ya estaba muy lejos y conocían las actitudes pomposas de Pompadour. Igual de excéntrico, a su manera, que la dueña.
Pompadour les miró de nuevo con sus ojos profundos y místicos, en su mente se imaginó que estaban impacientes por escucharle, cuando la verdad, temían por escuchar. Cuando Pompadour se ponía pomposo, por lo regular había problemas. Y así pomposo como era, alzó la cola y caminó orgulloso al centro del círculo de animales. Alzó los bigotes y la sonrisa enigmática, cambió a sonrisa orgullosa.
—Mis queridos —dijo Pompadour—, he visto algo sorprendente, algo maravilloso. Como si me hubieran echado agua de la cornucopia de los dioses. ¡Y ustedes saben como me aterra el agua, mis queridos amigos! Un miedo infundido por los ancestros gatunos, que bien, habrían poblado la tierra si los humanos no se nos hubieran adelantado. Por eso nos vimos forzados a construir nuestro respeto, inventándonos enigmas para los simples mortales, ¡aquél jaguar, mi respetado y veneradísimo dios Balam, no me dejará mentir! Nos convertimos en dioses a través del misterio y el despecho. Es una pobre suerte que los otros animales no hayan seguido nuestro ejemplo y tal vez una fortuna, porque entonces se hubieran alzado unas guerras sangrientas entre una raza y otra usando a nuestros fieles súbditos, los humanos, como nuestros peones…
Killer ladró incómodo, era el único que interrumpía a Pompadour con facilidad—: Vamos ya, ¿qué nos ibas a contar?
Pompadour miró al mini-toy molesto, tomó un largo respiro y se tranquilizó antes de continuar por la interrupción.
—Bien, decía que encontré la vida —dijo Pompadour e indiferente continuó—, y les contaré como, ya que el buen Killer tuvo a bien interrumpir mis desvaríos por los cuales pido disculpas —el gato sonrió burlonamente—. Estuve paseándome por ahí, en otros reinos, como un buen explorador dispuesto a descubrir nuevas tierras, ¡aventura es mi segundo nombre! Y también, por supuesto, llevo en la sangre el nombre de Cautela. Porque es bien sabido que la tierra desconocida puede domarlo a uno, a extremos de estar en el lecho de muerte y pensar: “El horror, el horror”, como aquel famoso explorador que se atrevió a descubrir el corazón de la oscuridad. ¡Y aprendiendo yo de los antecesores exploradores! Con cautela camino en esas otras tierras y es cuando descubrí una bañada de noche, una playa virgen magnífica. Me escondí entre las piedras y observé el terreno en su totalidad, midiendo con mis ojos la diversidad de peligros que me achechaban en cualquier momento, ¡debieran ustedes haberme visto! Gracia, sencillez y audacia unidas en éste cuerpo que muere por explorar. ¡Alcé mi pecho altivo y le dije al peligro que podía venir cuando quisiera! Desaté mi naturaleza y corrí por la playa invitando a la arena lastimar a mi hermoso pelaje, esconderse entre mis extremidades y en esa embriaguez extrema que caracteriza al gato libertino, fue que mis ojos vieron lo más grandioso que jamás hayan visto. Un monstruo, señores, un monstruo marino en la playa. De veinte veces mi tamaño y una espada como boca. Tan aterrador como un tiburón y tan portentoso como una ballena. Les juro que lo vi… mi instinto primitivo me pidió huir, pero mi sentido del explorador y del aventurero es mil veces más fuerte. La vida me corrió por los huesos como un dulce bálsamo y la querida adrenalina corrió por mi sangre, como si tuviese. Es así que decidí, que he de cazar al monstruo marino con mis garras y busco valientes que se unan a esta expedición, a dar fé de mi valentía y también, les ofrezco la oportunidad de unirse en esta magnánima aventura, como valiosos compañeros de lucha a lado de este humilde gato, que no tiene miedo de presumir su valentía y su coraje y les asegura que les protegerá hasta la muerte.
Los animales se miraron los unos a los otros, no sabían quien sería el primero en negarse rotundamente. Esa tarea se la dejaban al jaguar, por lo regular, y esa vez no fue la excepción.
—Le agredecemos, mi estimado señor —empezó Balam, dubitativo como siempre que tocaba responder—. Pero no nos creemos merecedores de tales horrores… quise decir, honores. Puede ir con nuestra bendición a cazar a su monstruo marino, nosotros lo miraremos de lejitos, si bien le parece, ya que no poseemos la valentía y el coraje que usted presume, quise decir, profesa. Espero pueda disculpar nuestra falta de valentía.
Pompadour fingió decepción y bajó su rostro avergonzado, maulló en voz baja y luego alzó el rostro. Hizo otra pausa dramática y después respondió—: Mis queridos señores, yo les comprendo. Tan miré al monstruo con mis propios ojos y yo también tuve el impulso de huir. Sin embargo, alguien ha de hacerse cargo de él y no he de insistirles, mis queridos y afables señores. Parto con sus bendiciones en el espíritu y también, he de suplir su falta de bríos con mis garras. Miraré los ojos del monstruo antes de que caiga vencido y le diré al oído, cada uno de sus nombres los cuales quedarán grabados en su memoria y mi victoria, será también la suya.Au revoir, mes chers amis, y si esta sea la última vez que nos volvemos a ver, recuérdenme como el amigo más valiente y más precioso. No lloren mi partida, que yo no reprocharé su abandono. Y si nos volvemos a ver, que sean las fiestas más felices que nuestros corazones vivan jamás en su perpetua existencia.
—Ya vete —susurró Killer. El mulo volteó a mirar al perro, le dijo que se callara con un gesto y después le guiñó el ojo.
Pompadour miró de reojo al minitoy, alzó la cola, el rostro… pasó cerca del minitoy y accidentalmente, le pegó al rostro con la cola. El perro se sobresaltó, volteó rápidamente y le gruñó.
Los animales vieron como Pompadour desapareció entre las sombras.
—Creo que eso salió bien —dijo Isaac—. Más tranquilo de lo normal. Si, todo salió muy bien, ¿verdad chicos?
El perro y el jaguar asintieron. Era cierto, Pompadour se había ido sin mucho melodrama. Se echaron tranquilos, hasta que escucharon al manatí, con su voz profunda y gruesa—: No señores, creo que esta será la peor de todas.
El manatí hablaba poco, y cuando lo hacía, solía tener toda la razón. Salvo contadas excepciones que los animales no habían tenido la oportunidad de contar.
De la increíble, gallarda, impresionante, apabullante y valerosa lucha de Pompadour con el Pez Espada, narrada por el propio Pompadour de Boyselle, gato persa de puro linaje:
Y lo que realmente sucedió, escrito en cursivas, por el Cuenta-cuentos
La noche del jueves marcará los corazones de todos los valientes, todos los que aspiran a escribir su nombre en la eternidad, con mi ejemplo. Yo, el mismísimo Pompadour de Boyselle, caminé esa noche de jueves con la luna abrillantando mi espeso y hermoso pelaje, enalteciéndome como si fuera un fuego de San Elmo. Esa noche, miré la luna y cerré mis ojos, en señal de una purificación mística, recurriendo a los recuerdos de mi valentía y mi coraje cuando andaba en vida. Así recé una oración y la catársis cubrió mi cuerpo, me crecieron nuevos bríos que salieron desde la planta de mis garras a mis colmillos, certeramente afilados. Mis ojos brillaron con intensidad y miraron al horizonte, allá donde se encuentra el destino. Esto es el recorrido que deberían hacer los que aspiran la eternidad y espero, alguna vez, sigan mi ejemplo, cuya certeza y validez es inviolable. Una lección de vida para futuros valientes, para futuros exploradores y para futuros caballeros andantes. Yo, Pompadour de Boyselle, tenía una cita con el destino.
Pompadour caminó a la playa del Pescador y el Pez Espada, sin demora alguna. No pensaba en acobardarse, se había dicho que ese jueves sería y Pompadour lo cumpliría. O al menos, lo intentaría.
Mon Dieu, soit mon gardien. Mon Dieu, soit ma lumière. Seré cauteloso, me esconderé como hábil depredador como la naturaleza misma me exige. Que las plantas de esta playa sean mi escudo y me den el don de la prudencia. Observaré y esperaré a mi enemigo, hasta que este haga su rito nocturno. ¡Y no he de avergonzarme, del sacrilegio! Porque serán las leyes divinas del hombre, más no las leyes de la naturaleza. Es por eso la estupidez del ser humano. Aún cuando rara vez rompe los ritos y demuestra un porcentaje limitado de genialidad. Sin embargo, el humano, a diferencia de los animales y especialmente, del gato… no puede sobrevivir sin sus rituales. ¡El hombre, tan condenado a la no-existencia! ¡Destruyéndose cada día, por cumplir ritos innecesarios e inútiles, a ciertas horas del día! Tan cuadrado, tan definitivamente-condenado. Y este pobre Pez Espada, tan condicionado al humano que le ha tocado. No merece mi perdón, es justo el castigo de la naturaleza y yo seré el portador de la verdad misma, al derrotarle con mi habilidad, destreza y furia innata. ¡Qué Dios me perdone si debe ser así! Pero antes, deberá perdonarle a él, por su desfachatez y su pasividad. La naturaleza es implacable y éste será mi mensaje.
Pompadour, en silencio, se agazapó y esperó. Se cansó un poco de esperar y cayó dormido. Cuando despertó, el Pez Espada y el Pescador, seguían en lo suyo. Uno tirado en la playa mirando estrellas y el otro, brincando de vez en cuando para refrescar la piel. El gato persa se acarició las lagañas del ojo y sonrió adormilado cuando miró que el Pescador y el Pez Espada, hicieron ademán de verse. Uno se levantó para acercarse a la orilla y el otro, nadó.
C’est destin. On le cense être. Me levanté y no me dejarán mentir mis señores, pero mi faz era como la del León de Nemea cuando miró a su oponente: Mi larga y blanca cabellera, enfrentó la brisa del mar con la fortaleza de Aquiles; mis dientes brillaron con el fulgor de mil estrellas, como las que puso Vishnú en el cielo; mis garras y su filo, se volvieron tan peligrosas como diez hojas, solamente comparables a la Masamune; y mis ojos, adquirieron la presición y el brillo, de los ojos del nórdico de Hod.
Los ninfas, las driadas y los céfiros cantaron mi nombre. Con el valor que la naturaleza me daba, grité a mi oponente—: Estoy aquí, y he de vencerte, animal prófano. Haz de caer vencido ante mi presencia y ve pidiendo perdón por tus pecados, ya que la misericordia que te ha tenido el destino, ya ha sido olvidada por mi desde hace mucho tiempo. El Pez Espada tembló de terror, sin embargo, no huyó ya que conservaba algo de dignidad. Decidió afrontar el duelo con dudosa valentía y con el orgullo del cobarde, que sabe que es hora de terminar su vida en un duelo para al menos recuperar un poco de honor ante la vista de los demás. La mort, vous attend.
Pompadour se acercó al agua, sin que el Pescador y el Pez Espada lo vieran, hundió un poco su pata y al sentir la humedad instintiva, tuvo un escalofrío que le caló los huesos fantasmales. Se apretó los dientes para no maullar de espanto. Alzó su cara y miró la distancia que habría de saltar, calculó rápidamente, ya que sólo habría una oportunidad.
Grité al Pez Espada mi nombre, para que se lo aprendiera de memoria, y luego, grité el de mis cobardes amigos del grupo de las doce y media, para honrar sus buenas intenciones y sus valerosas colaboraciones en el pasado. El Pez Espada adquirió el porte de un enemigo que bien valía la pena. Me miró con sus ojos y alzó su espada desafiante, mostrándome su monstruoso perfil. Un animal que lo ha perdido todo contra el redentor de la naturaleza —me refiero a moi, por supuesto—. ¡No me dejarán mentir! Ya que los mentirosos, siempre recibirán un castigo más grande que el de un cobarde o que el de un pasivo y le serán negadas las puertas del Valhalla, rotundamente.
Al haber hecho tan cordial invitación a la batalla, no quedó otra más que responderle. Las palabras ya habían sido dicha entre nosotros. El olor a sangre que pronto habría de ser derramada se alzó en el ambiente, nublando los ojos e inyectó los corazones de los guerreros con sangrientas propuestas. Sin más ni más, salté y el Pez Espada ya me esperaba con su encarnizado filo.
Pompadour tocó de nuevo el agua con la puntita de las garras y tuvo un escalofrío.
El agua, natural enemigo de los gatos, no habría de ser ningún impedimento. Al contrario, facilitó sobremanera mi gracia y mi habilidad en el combate. Como si hubiese sido el primer gato nacido en el agua. El Pez Espada supo pronto que tenía un digno combatiente ante sus ojos y no se equivocaba, aunque era torpe al luchar y un mero principiante. Con su boca intentó darme una estocada, y otra, y otra, sin embargo mi cuerpo conservaba su agilidad natural aún entre las aguas del Clémiso. ¡Rinrah debió estar orgulloso de mi y el dragón rojo habrá de grabar mi nombre en las profundidades sulfurosas del infierno, como el gato más sangriento jamás habido en batalla!
Esta batalla pasará los anales de la historia, como la batalla más grandiosa de Pompadour de Boyselle, hasta ese día. Porque hubieron otras, sin embargo, esas son otras historias y serán contadas en otra ocasión. Aún los arcángeles toman de ejemplo mis batallas cuando batallan a los demonios de Baal y es que yo no tengo la culpa de los dotes que la vida misma me otorgó en vida, valga la redundancia. Pero suficiente de mí, regreseramos a ello pronto, decía que estábamos luchando el pez espada y yo. Con su lanza fulgurante intentó atravesar mis costillas, sin embargo mis garras fueron más rápidas y logré hacerle cicatrices en los costados con la velocidad de un tigrillo y ciertamente, tan certeras como las garras de un tigre.
Pompadour suspiró, se mordió los labios y miró al pez espada, ya le quedaba menos de un minuto, si quería hacer algún movimiento debía hacerlo ya. En vez de ello, se tapó la cara con las garras y se puso a llorar, no había forma de vencer su miedo natural al agua.
Nuestra intempestuosa batalla, debió llevar las famosas Valquirias de Tchaicovsky, ¿o era Wagner? Oh, no importaba, realmente no importaba. Brillantes lágrimas salieron de mis ojos, al notar la magnitud de mi portentosa lucha y ver a mi enemigo caer, poco a poco. Porque después de todo, si mis señores, sentí compasión por mi enemigo. Y no es ninguna debilidad para el guerrero, llorar a los caídos. Al contrario, así se les asegura un feliz desempeño en el más allá, que de todas maneras, este ya estaba muerto pero aún así, es difícil olvidar las viejas actitudes en vida. ¡Clamaba por su vida, pero oh, ya era demasiado tarde! ¡Había sido condenado desde que nació y me tocó ser el verdugo compasivo! Le roi est mort!
El Pez Espada, al escuchar los chillidos de Pompadour y terminar su rito con el Pescador, se acercó curioso a la orilla, hasta donde pudo. Pompadour al abrir los ojos y descubrir que le miraba, se sobresaltó y casi se orinó del susto. El Pez Espada rió un poco y saludó educado. Pompadour sonrió siniestramente.
¡Y di el golpe final, aún con las lágrimas humedeciendo mi pelaje y confundiéndose en el agua salada de mar, justo donde estaría el corazón del animal! Lo escuché gritar y ese grito, para mi fue victoria y derrota. Le miré desfallecer y lo último que vio en vida, fue mi rostro sereno y calmado. Le permití descubrir la diferencia entre el guerrero y el que ha luchado por culpa del destino. Como buen guerrero, me llevé un trofeo, partí su espada en dos e hice las correspondientes libaciones a los dioses, quienes sonrientes, me miraron en el Olimpo, en el Yggdrasil, en el Nirvana, en donde quiera que sea. Porque los dioses, están en todas partes y puedo asegurar, que todos dejaron sus cosas para ser testigos de mi lucha.
Pompadour, aprovechando su velocidad gatuna, arrancó la espada del Pez Espada y salió huyendo. Y no se detuvo, ni aún cuando escuchó el grito, ni cuando escuchó que se las verían. Pompadour se detuvo un momento a mirar atrás al Pez Espada, le sonrió, alzó la cola y el rostro y se fue tranquilamente, habría de presumir a sus amigos de las doce y media su trofeo.
Y esa fue la lucha de Pompadour y el Pez Espada, la cual habrá ser narrada durante generaciones, hasta el final de los tiempos. El Pez Espada regresó de la ultra-ultratumba, para reclamar su trofeo, sin embargo, esa también es otra historia y será contada en otra ocasión.