Cuando me mudé a la pequeña habitación de esta oficina, supe en el primer momento que los libros serían los más difíciles. Me conseguí unas bolsas gigantescas, que las marchantas utilizan para comprar kilos y kilos de verduras y carnes, como se utilizan en la Central de Abastos o en la Meche. Metí todos mis libros, los libros que tengo pendientes por leer y aquellos que leí ya hace mucho. Ambas bolsas fueron cargadas en la cajuela de la Changoleona.

En mi pequeña doceava mudanza, me acordé de la primera mudanza en mi vida.

Fue la más grande, recuerdo a mis tíos llenando cajas de libros, amarrándolas bien con cuerda, cerrándolas con tape y marcando con plumón la numeración de las cajas. Eran libros que le pertenecían al abuelo y de alguna manera, se quedaron con nosotros. En ese entonces ninguno pensaba dejarlos, por muchos que fueran. Me acuerdo del ambiente de aquella mudanza, parecía ser una tranquila porque había refrescos y sandwiches, risas, chistes y un cansancio satisfactorio. Empacamos todo en un total de tres días.

En esa mudanza, acabamos en la Narvarte. ¿O la Narvarte fue después? No puedo recordar, me siento viejo olvidando esos detalles. Estoy seguro que seré un abuelo desagradable para mis nietos contando viejas anécdotas, pero me divertiré muchísimo. Dejando eso de lado. Algo que es seguro, es que el hombre repite patrones. Esta calle que se llama Palenque no me es tan ajena, ya conocía la Narvarte desde antes. Vivía en esta misma calle, hace unos diez u once años. Caminando media hora a pasos tranquilos, puedo encontrar uno de mis viejos hogares.

Los libros ya están descansando. Ya puse la ropa en un closet pequeño y he preparado los anaqueles para mis libros. Ver los títulos de algunos de ellos, me traen agradables recuerdos. Ya saben, todo lo que recuerdan los especímenes que devoran libros… las largas noches en vela, la emoción de descubrir que pasa después, las cenizas del cigarrillo manchando levemente el papel.

Muchos de aquellos libros están por motivos académicos: los clásicos por ejemplo. Plauto, Platón, Esquilo, etcétera. He prometido leerlos con cariño desde que leí una cita o una entrevista de Monterroso. Monterroso decía que los clásicos habían sido su salvación, que ellos fueron quienes le enseñaron a escribir y entender a sus contemporáneos. Él no hubiera escrito igual si hubiera leído a sus contemporáneos primero. Algo así decía la cita.

Otros tantos libros, son libros de geometría analítica, física, matemáticas, cálculo. No sé porque los conservo. Deben ser reminiscencias de mi lado ingeniero. A veces me digo que los conservo por Borges. Y también me digo que los conservo por Claudia (la primera, de quien nunca he hablado). Claudia decía que había que hacer ejercicios mentales para mantener despierta la memoria. Si hiciera caso de ello, probablemente no tendría esos episodios donde trato de recordar. Pero me es más divertido así, inventar un poco los recuerdos. Si… mis nietos me van a odiar.

Mis libros de Marquez, Bennedetti, Cortázar, Vargas Llosa, el único de Rulfo. Literatura latinoamericana. La mayoría los leí en la etapa donde escribí Padre Taxi. Se puede notar la influencia. En si, quiero mucho a aquellos libros. Fueron mi re-introducción a la literatura. Me recordaron que desde niño, ya buscaba el qué hacen, y cómo lo hacen. Aún sigo persiguiéndo ese conocimiento y está en constante ejercicio con lo poco que escribo.

Y luego, literatura un poco más heterogénea, entre clásica y postmodernista: Ende, Dostoievsky, Grass, Proust. No los he leído todos, de hecho, ahora que los desempacaba y acomodaba, encontraba separadores en todas partes. Separadores de todo tipo: servilletas, comprados, plumas sin tinta, colas de ratón, hechos a mano (Issel fue quien los hizo). Mi preferido es un hule espuma azul bastante grueso, que sepa Dios donde lo haya conseguido, para separar “Los Miserables”, de Victor Hugo.

También, por supuesto, están los libros para descansar un poco: algunos de Stephen King, los de Ciencia Ficción y Fantasía (entre ellos Starship Troopers de Robert Heinlen). Aquellos libros negados, exiliados por profesores y académicos de letras. Aquellos que me enseñaron a leer.