Hoy, cuando llegué a la lavandería, la señora estaba muy contenta. En si, estaban contentas todas. Son como cinco en total y se distinguen las feromonas en el aire. Ya conocen mi nombre–: Ya parecemos sit com. Ellas dicen, efusivamente, hola Agustín y yo les respondo el saludo, alzando la mano. Casi puedo escuchar las risotadas del público grabado.

(Dios, como siempre, come de sus palomitas azucaradas y su algodón celestial. Me señala brevemente y después se va a algo más importante, como a la espera de que Bush pierda la razón en público y se declare esquizofrénico en los medios).

Pagué, me entregaron mi ropa, y pude mirar en los ojos de la señora que iba a soltar una pregunta que hacía mucho quería hacer. Estuve tentado a pensar que el motivo eran los boxers de cupidos con un smiley como cabeza y corazones adornándolo por todas partes. (Ese fue regalo de una novia que me dijo: “Te odio”, al finalizar la relación).

–¿Tú eres de aquí, Agustín?

–Claro que si, mexicano al cien por ciento.

–Es que no pareces de aquí, por que tienes un acento medio raro.

–No, no… para nada. Soy mexicano. Mi papá es de Veracruz, hijo de alemanes. Y mi mamá es mexicana.

–Aaaaahhhhh……

Aplausos del público, Dios me avienta una palomita celestial por mamón y hago una reverencia. Ya tengo ropa limpia.