Todas las tardes y algunos sábados, decidí comer en la cocina económica de Doña Maru que está a una cuadra de este lugar. Por veinticinco pesitos puedo decidir entre consomé o sopa de pasta, entre arroz o spaghetti, entre agua de limón o de jamaica. Y además, hay cuatro guisados después de los cuales yo puedo elegir el que más me plazca. Al finalizar, me preguntan todavía bien chic–: ¿Gusta usted gelatina de postre?
–Encantado –respondo, con una sonrisa de borreguito bien alimentado. Me siento en una película de Pedro Infante cada que entro a la cocina económica de Doña Maru. Todo mundo se dice “Buenas Tardes”, todo mundo se dice “Provecho” y a mi, me reciben con una sonrisa y me saludan cada que paso por ahí. Si, ya soy del barrio, cuando las de la lavandería, el señor de la tiendita y “Doña Maru” conocen tu nombre es que ya empezaron a hablar de ti a los vecinos y conocidos.
Y… ¡ay!, cada vez que como con Doña Maru, lentamente he empezado a generar una responsabilidad con ella. Bien reza el dicho–: Barriga llena, corazón contento. Creo que le ha agregado un poquito de condimento de amor a su comida, cada vez la veo más retebonita y retechula a la condenada. Estoy seguro, que si Doña Maru tuviera una hija, me sentiría moralmente, sexualmente y socialmente obligado a casarme con la nena para que Doña Maru me cocinara. Porque… me ha conquistado, con la comida me ha conquistado. Soy un borreguito tan feliz y tan lleno…
En fin, platicando con ella, me disculpé por ir menos a comer esta semana.
–Es que… he estado yendo a la escuela, como voy en la tarde… pues no he comido aquí…
–¿Si? ¿Y qué estudia joven?
–Literatura.
–Fíjese, yo estudié para dentista… pero mire que estoy haciendo.
Perfecto… mejor me caso con Doña Maru, ya tengo dentista y cocinera en un sólo paquete…