Sí, me gusta que maúlles como gata, si me gusta que arquees la espalda como felina, que muevas la colita y tus ojos te brillen en la oscuridad. Que si me gustan los ronroneos cuando me besas y me muerdes los labios, y me los jalas y se te escapa una sonrisa de picardía. ¿Cómo no me va a gustar? Que me gusta que restriegues tu piel, tu pecho con mi pecho, los pezones rozándose uno a otro y tu lengua, lamiendo como si tuviera un poco de leche en mi rostro. Que si me gustan tus uñas, como garras, marcando líneas en mi vientre y armando caminos entre los vellos púbicos y te haces la que no sabe como, cuando me agarras el miembro y lo mueves torpemente para desesperarme, así como los gatos hacen cuando su amo no les presta la atención debida. Si lo tienes en tu mano, para mi ya es demasiado tarde, porque ya no me puedo soltar y me tengo que aguantar el hilo de saliva que haces con la punta de tu lengua, desde la abertura de mis labios, bajando a mi cuello y llegando, sin querer queriendo, a mi ombligo.
Entonces abres la boca y como tú dices, me tienes completo. Maúllas con la boca llena, sonríes con la boca distorsionada, no bajas hasta la garganta: No, no todavía… porque tienes tus ojitos cerrados y será en el momento que los abras, cuando veas mi cara llena de gozo y así, sólo así, es que tu cabeza bajará completamente y dará paso la humedad entre tus piernas, por el gusto de mirar el deseo que te tengo. Cuándo la humedad pega con la brisa, se siente el frío en el cuerpo y un escalofrío recorre a ambos, simultáneamente, conmigo alza las caderas, contigo baja el rostro. Sigues mamando, me miras y yo jadeo, como perro hambriento.