Y mientras lo encerraba en el baño, escuchaba sus palabras espinosas, un sopor extraño como el de aquel que nunca duerme se presentó sin nombre.

–Y ayer, cuando salías de casa una vez más, pensaste en el destino –dijo, mientras se limpiaba una espina con la otra–. El destino manifesto.

–Manifesto.

–Manifiéstate.

–Manifestar.

–Manifoso.

–Fosomani.

–Sentido has perdido, trayecto y dirección, sentimiento y razón. Todo trayecto lleva una dirección, toda razón esconde un sentimiento.

–Filósofo pitufo.

–Cacto Curvispino.

–Erase una vez que se era, un hombre con poco cabello, brazos largos y barba mal afeitada, que se asomaba al mundo antes de salir de casa y le daba miedo. Aún, ese miedo no estaba tan agudo, no paralizaba como paraliza a los dublineses, pero cuando abrió esa puerta y se asomó esos segundos, se dio cuenta que podría ser así. Llegaría el día en que se asomara y no saliera a comprar su coca y sus cigarros, donde todo lo que necesitaría estaría ahí. No pensó en la comida, en el hambre, pero seguro ahora ya lo esta pensando, ya esta buscando soluciones para no tener que comprar algo de pan y de queso, y de vino, y de agua. ¿Pero la gente, pensó en la gente? En ningún momento. En ninguna de las catorce escaleras, en ningún halo de luz y calle desierta, pensó en la gente. En ese segundo, él entró en contacto consigo mismo y miró un reflejo retorcido, se separó el alma de su cuerpo y se miró, diez escalones atrás, y después ocho, y después entre el cuarto y el tercero. Se miró, asomándose por la puerta, mirando una calle desierta y hesitando dar un paso atrás. ¿Había un lobo allá afuera? ¿Había un ogro escondiendo una gallina y un arpa?

–Te dije no, no abras esa puerta. Conóceme primero…

–Aislado completamente, encerrado en sí mismo.