Entonces llega la gente y utiliza sus muletillas, sus frases para presentarse… Lo hacen para constatar su llegada y también para abrir una breve conversación que sea lo suficiente para dar una buena impresión: educación social, ¿saben? Entonces, Bob y yo nos miramos de reojo, y respondemos de la mala manera, de la manera que no se usa o no se responde, nos salimos del libreto y aunque eso nos deja ver como unos groserotes –o unos extraños (¿qué hay de extraño en que un hombre platique con su cacto, y que lo llame Bob, y qué salga con él en las noches para buscar a la nena rubia que siempre deseó? [Yo no… no soy fanático de las rubias. Bob sí])–, por lo general baja la guardia de aquel que se presenta con sus muletillas, esas mismas frases que lo constituyen como parte de la rutina, la nuestra y la de él.

No lo rompemos todo el tiempo, porque entonces nos tacharían de anarquistas, de gruñones, de amargados sin esperanza de rehabilitación… además, tenemos una reputación que proteger, una reputación de silencio y de tolerancia. Lo hacemos cuando es estrictamente necesario para el espíritu, cuando el termómetro de tolerancia ha bajado tres rayitas, o cuatro, y si una rayita en temperatura corporal es mucho, imagínense en la temperatura “espiritual”, o en la temperatura “del alma” (mamón). También lo hacemos por el placer de hacerlo, por disfrutar los gestos y la calidad de la improvisación con el guión escribiéndose al momento. Si el jugador, la otra persona, es inteligente, entonces podrá improvisar en algún momento, no importa cuanto tarde, siempre y cuando no cierre la conversación (la ventanita de MSN, ajem, más bien si no sale corriendo, si más que su educación social existe un deseo genuino de comunicarse). Si no lo hace, si sale corriendo, si no se enfrenta con seguridad, es que no es alguien muy inventivo, o muy creativo, o muy listo, o muy sagaz. Casi un idiota en resumidas cuentas, sencillo ¿eh? (Eso dice Bob). Una persona inteligente, con ganas de jugar, no se irá sin responder… puede que en ese momento en especial decida que no tiene tiempo y adquiera el papel del idiota, sin embargo, seguramente regresará después con la respuesta (señal de que le picaste la cresta, felicidades, puede que ganes) o con una nueva conversación que exija improvisación (peligro, esa persona puede ser más inteligente que tú), declarándose listo y con el suficiente tiempo para torturarte un poco.

¿Cómo saber si estas enfrentándote a una persona así? Es muy difícil, se requieren de varios juegos, de diversas conversaciones, de mucha observación y de que recuerdes muy bien tus propias palabras, porque las verás utilizadas, deformadas, sacadas de contexto y delatando tu contradictoria humanidad, en los labios del otro. Por lo general es lo último –cuando utilizan tu diálogo como arma–, lo que delata a un “buen jugador”, a un “buen contendiente”, a un “rival intelectual”. Y mientras juegas, fíjate en su elegancia, en su manera de acomodar las palabras, como acompaña con los gestos. En su sonrisa, la sonrisa de una persona así es muy distinta… es una sonrisa con la capacidad de crear, o destruir. Es una sonrisa más allá de pensar que es un buen hombre, ingenuo, pero buen hombre o que a esa mujer la habías imaginado distinta, más reservada.

Tú y yo, Bob, guardamos todos los secretos del mundo.