–Hay un perro en la azotea –le comento a Bob–. Y lo peor de todo es que no es nuestro, no es de la oficina, no es de la casera… no, es de la prima de la casera, si… esa prima con la que tiene problemas legales por la casa desde hace unos cinco/diez años. Y así, de huevos, como pinche deus ex machina, hay un perro en la azotea que no deja de ladrar.

–¿A mi qué? Yo duermo aquí abajo.

–De ahora en adelante dormirás en la azotea.

–Hey… hey…

–Te chingas. Espera… ¿Los cactos duermen?