Me gusta caminar por la Narvarte y mirar sus casas. Podría hacerlo durante horas. La mayoría de ellas son grandes y algo viejas. Me pongo a pensar, a mirar sus ventanas, sus puertas, la gente que pasea afuera de su puerta con su perro o regando las plantas de su jardín. La mayoría de ellos ya son gente vieja, retirada. Y tal vez vienen sus hijos y sus nietos. Otros de sus habitantes son familias de rasgos bonitos, ropa Zara y de coches no tan viejos. Clase media alta, supongo. Y también, la Narvarte abre sus brazos a abogados, imprentas, lavanderías, fondas, restaurantes chinos, negocios que no quieren ser negocios, sino casas. Igual que Carrillo Casting.
Dicen que la Narvarte es una especie de nueva Condesa.
Los sábados acostumbro a juntar mi ropa en una bolsa y llevarla a la lavandería. Después, a unas cuadras, me siento en una fondita a comer un huarache de bistec con queso, a veces lo acompaño con una quesadilla de hongos. Pido una Coca Cola y miro su tele, en lo que como y miro las casas, observo a la gente que pasa. De vez en vez, señoritas de nalgas bonitas, jóvenes, pasan enfrente del local y le agregan un plus a la vista.
Nada más me falta un sombrero, una silla de paja, una casa en la Narvarte y crecer algunas canas.