–Pus… ya sin chela y sin cigarros… –dicho popular que aplica cuando uno piensa en realizar una acción, al no tener o poder hacer algo con los sujetos antes citados.
Por ejemplo, cuando uno ve a una mujer, ni guapa, ni fea, y esta uno en la fiesta del barrio (che galán de balneario), uno puede escuchar el “sin chela y sin cigarros”, que quiere decir–: Pues sólo si me acabo lo otro.
Y ahorita me acordé porque se me acabaron los cigarros. Acabo de darme una vuelta por todo Carrillo Casting, buscando algún cigarro expatriado y encontré dos cosas muy interesantes–: Un cigarro solitario en una cajetilla de Marlboro y una cajetilla bien cerradita de las nuevas de Faros. Suspiré tristemente, lo que yo buscaba era un cigarro abandonado, uno que no tuviera dueño, uno que no estuviera encerrado en sus respectivos cajones. Lo que yo buscaba era un mercenario, no un ejército. Acto seguido, me di una vuelta por el pasillo y la sala de espera y mis ojos se fueron instintivamente a los ceniceros. Miré las bachas, y como siempre que se me acaban los cigarros, pensé lo siguiente–: A ver cuál de estas se ve apetito… ay no mames, cálmate pinche adicto.
Nunca me he atrevido a fumarme una de esas.
Ya habiendo mencionado mujeres, nunca he tenido queveres con una mujer voluptuosa. He tenido mujeres cuyos senos son tamaño normal, que caben perfectamente en la palma de la mano (como decían los griegos) y también con mujeres que carecen de ese atributo. Nunca me ha llamado tanto la atención el exceso de esa parte en particular. O sea, si pasa por mi mente –como todo hombre heterosexual mexicano– el querer ahogarme en unos senos voluptuosos y acabar con una sonrisa azulosa-moradita, pero nah.
Mis relaciones han sido con mujeres nalgonas, piernudas o caderonas. ¡Qué delicia!
Cuando estudié teatro un tiempo (antes de trabajar en casting), hice un ejercicio muy personal para eliminar un poco la timidez con las mujeres. Siempre fui muy tímido con ellas (y sigo siéndolo, pero al menos puedo disimularlo más o puedo superarlo pronto en una plática frente a frente, siempre y cuando la mujer me guste). Y no se diga si una mujer hiciera el primer avance, entonces me cerraba totalmente, aún me acuerdo de una chava de cabello corto, muy blanca, de una sonrisa muy pícara, que se me quedó viendo durante un buen rato, mientras ayudaba a sus papás a meter cosas en el estacionamiento de un Price Costco. Me acuerdo de como me sonrió, de como me invitó con la mirada y yo nada más me quedé pasmado, pensando–: ¿Ah chingá, yo?
Una mujer podía notar a veinte kilómetros de distancia cuando me gustaba tan sólo con mirar el color de mi cara. Así que me dediqué, para eliminar esa timidez, a platicar con desconocidas en la calle. Desconocidas de mi edad, que estuvieran bonitas y feas. El primero de esos ejercicios… fue una chavita que estaba esperando algo a cinco minutos de mi ex-casa, afuera del metro San Antonio. Toda la tarde nos la pasamos yendo de un lugar a otro, incluso conocí a su mamá y a su hermana pequeña, que tenían una cita con el dentista. Me presentó como un amigo de la escuela y la señora, mirándome dudosa, tratando de recordar mi nombre en las conversaciones.
Nuestro encuentro terminó a las siete de la noche, cuando el novio, je, llegó por ella.
Lo mejor fue cuando ella me lo presentó como un amigo. (Era el novio o el prospecto más fuerte, nada más le vi la jeta de mustio cuando me descubrió con ella).
El único de esos ejercicios que funcionó sexualmente fue el de la chavita que estudiaba ballet… eso fue tormentoso, pero vamos… piernas que haya disfrutado apretar y acariciar tanto como esas, a esa edad tan joven… claro que me acuerdo más del paraíso y no del infierno. Para mi fue un triunfo en mis ejercicios mamucos…
No.
No iré por esos cigarros que no son míos.