Periódico: “Ataca de nuevo el roba chicos de la Narvarte. Catorce niños perdidos, autoridades relacionan el caso con tres niños perdidos en Lomas de Chapultepec y cinco en la Tlatelolco. “(como flores de cerezo que flotan en el mar de Yunén, como los niños muertos del libro de T.F. Hadied) “Desde el 27 de Junio, del 2005, el robo de niños ha aumentado considerablemente. El robachicos se ha ganado el mote de “El Captus” por dejar espinas en el lugar de los incidentes, lleva veintidós robos de infantes a la fecha”. (…) “No sería raro que esto se relacionara con el asesino de viejitas en la Narvarte, dijo el poli Mendoza, creo que todas las ñoras tenían un captus”.

Y después, más farfullería periodística, miré a Bob incrédulo.

–Tú escribes un blog por hobby, o de profesión o de destino manifesto…

–Esto es distinto, son veintidós vidas humanas. De los perros y de los gatos no decía nada… ¿pero niños?

Bob se encogió de hombros y sonrió dulcemente–: Ay no mames, soy un cacto, los humanos me importan un bledo –Hizo una pausa, suspiró y susurró–. Te puedo asegurar que estan en un lugar mejor.

Me froté el cuello e hice muecas, estaba tratando de expresarle a Bob mi inconformidad–: ¿Por qué?

–Tú debes saberlo mejor que yo.

Jouken Douji. Miré al cacto y parecía un ser humano, pequeño, torcido, perdido. De toda aquella sabiduría heredada por el movimiento continuo del flujo de la naturaleza, y las estrellas y mis huevos, no quedaba nada. Al menos no hoy.

–Antes de ser un cacto, fui un hombre –dijo Bob, saltó a la ventana, hoy no llovía y hacía calor. El color de las casas y de los postes, incluso el gris feo de la banqueta, brillaban intensamente… ¿y por qué se veía tan triste?–. Quiero creer que fui un niño que se perdió y no fue a ese lugar mejor. Yo cometí el error. Hice un trato y ahora debo cumplirlo, y acordarme de mi vida y todas esas cosas, que nos humanizan, nos devuelven un sentido, una razón, una dirección, un propósito, blah blah blah. Puedo ser justificado, claro, si fuera hombre entonces la humanidad no lo haría… pero soy un cacto y ni cuenta se dan de cuando se pierden sus chamacos. Mi vida esta justificada.

–¿Cuántos niños más?

–Los necesarios.

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Dice Armando Sámano que le recordé durante la plática (el chat de MSN pues), a Alberto Cortés y a su vez, a Facundo Cabral. Respecto a ese tema, tengo que decirle que cuando mi abuela escuchaba a Alberto Cortés por error, preguntaba jocosamente, con la cara levantada, ¿quién está escuchando a ese pendejo? Y es entonces que mi jefecita (Tayde Salazar) le hacía frente, o mi tío Ángel, o mi tío Rafael, o alguno de ellos y levantaban la mano. ¿Por qué su aversión a Alberto Cortés? Nunca tuve oportunidad de preguntarle y sólo puedo suponer. Me agrada la versión de que le hartaron sus canciones dulzonas o que el tipo le desagradaba fisicamente. Y bien, después de la pregunta, o una de dos, o mi abuela desaparecía, o Alberto Cortés desaparecía… se hacían humito, como Castillos en el Aire.

A mi si me gusta escuchar a Alberto Cortés, así como Leonardo Flavio, y como Nicola di Bari, y hasta como Roberto Carlos, y Diego Verdaguer y blah blah blah…

Ding, dong, ding, dong… esas puterrimas cosas del amor.

Es de esos placeres culpables.

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En placeres culpables. Por las noches/madrugadas… cuando estoy en el MSN, suelo jugar solitario con una chava. Ella es fresísima (o sea, papi me paga las pedas y mis trapos de cinco mil pesos, puaft!). Gracias a la maravilla que le pusieron al MSN, esa madrinola que detecta que música suena en el iTunes, ella se dio cuenta que estaba escuchando a Tiziano Ferro y sus Tardes Negras.

Me dijo naco.

Parpadeé un par de veces, me sonreí de lado y repetí la canción, nada más por pura diversión. “A ver si se fija”, pensé. Y mientras tanto, pensaba que no era mi entera culpa el que me gustara esa canción. Vamos, en su tiempo la repitieron en el radio y todos los peceros, taxis y antros de la Ciudad de México, la habrían puesto al menos una vez. De eso se trata el pop, esta hecho para que te guste, para que lo digieras en una sentada y no vuelvas a escucharlo jamás, al menos, no por voluntad propia. Ya es otra cosa si eres fan o un tipo cabrón como yo –que habla con un cacto cuando esta aburrido–, que repite esa canción por mero gusto, de vez en cuando. Seguimos jugando solitario, tranquilamente… Y ella nunca entenderá, dice la canción. Pude tomarme la molestia de responderle, de elaborar en los sistemas tan agresivos de las disqueras para promocionar sus talentos, sus cd’s, su antipiratería, su blah blah blah… pero no lo hice, porque… pues, Y ella nunca entenderá.

Y me lo repitió. Naco.

Asentí lentamente. Al tener la costumbre de jugar solitario habitualmente, entonces ella suele confesarme una sarta de babosadas que a veces registra mi cerebro. Con el registro mental elaboraba la venganza, mientras ponía un rey de diamantes en su lugar.

–¿Te acuerdas qué me pasaste una canción de electrónica?

–SI, la de mi super fantasía, WOWOWOWOWOW. (Insertar “jajajajaja” rosita y animado aquí).

A estas alturas, espero que ya puedan imaginar la versatilidad de la comunicación escrita de mi interlocutora.

–Muy bien. Si te acuerdas, me comentaste que tu super fantasía trataba de mucha lluvia, en un bosque, con tu chavo que debía parecerse a Brad Pitt (o a Jude Law o a whatever fuckactor you want)… y que los dos debían correr una carrera como de cuatro kilómetros, hacer lagartijas, brincar bajo la lluvia, ahh, y en el bosque de Chapultepec. Después de sudar como cerdos, la onda sería hacer el amor apasionadamente (las niñas bien no dicen coger enfrente de un güey). ¿Recuerdas? –Nomás hay que acomodarlo todo para que suene absurdo, vulgar e irremediablemente… naco. Nada más. Kaput. Finito.

Seguimos jugando solitario, un rato, en silencio. Yo puse Tiziano Ferro, por gusto, una vez más. Me sentí contento de ya no ser solamente yo el naco.

Bienvenido, Bob.