Tenía tiempo que no me pesaba un día como el de ayer. Un día pesado para un editor de casting: cuatro ediciones. Me dividí en dos, durante varias veces, para poder completarlo todo. Mientras editaba el material de un casting en la computadora, tenía un ojo en la VHS para hacer el transfer de otro. Cuatro proyectos al mismo tiempo, es como un día de casting para Julio Regalado. Este año no trabajamos en esa campaña, hasta me sentí raro.
Tan harto estaba ayer, que cuando me despedí de Solma por el messenger, salí a comprarme un six de cervezas y me chuté cuatro o cinco. Desde hace mucho que no bebo, si acaso una cervecita ocasional por socializar, si acaso me iré de peda tres veces al año… procuro no beber porque me es molesto andar como vaca babosa y despertar crudo. Ayer, con mis cinco cervecitas fue más que suficiente para ver doble durante dos minutos mientras dejaba pasando la última edición de la madrugada y olvidar las penas del mundo.
Cuando les platiqué los vicios del medio, olvidé mencionar el alcohol, tal vez porque para mí no es común. No he visto que alguien trabaje alcoholizado y es que el alcohol apendeja en exceso… durante una filmación tienes que ser preciso, tienes que estar atento.
Una filmación es el ejemplo perfecto para la teoría del caos: el aire provocado por los movimientos tambaleantes de un extra borracho pueden provocarle a nuestro multimillonario cliente un infarto (que la boca se te haga chicharrón, ay Dio’)
No hay manera.
La luz se apagó y se quedó a oscuras, como si el foco estuviera dañado o como si temiera que yo le estuviera observando.
Ropa Interior Morada se miró al espejo durante un rato, se miró algo en la panza, se miró algo en el rostro, después recogió su cepillo de dientes y se los lavó. Daba vueltas como si estuviera escuchando música, paré dos minutos mi edición y seguí bebiendo mi cerveza, admirando el espectáculo breve. En un segundo, cayó un ángel imponente en mi cabeza que gritó con doradas palabras–: Puedes irte al infierno por lo que estas haciendo… pero es que mírela, señor ángel, mírela… es un placer observar, es un placer tener las persianas abiertas y beberse una cerveza en la noche, y también lavarse los dientes mientras se baila. Arrodíllate y pide perdón por tus pecados, cordero de Dios. Mírela señor Ángel, es un súcubo.
La luz se prendió nuevamente y se volvió a apagar, el señor Ángel estaba hablando con los hechos de Dios y yo miraba el borrón blanco de piel morena. Llegué a pensar que era inagotable como el agua, hasta que definitivamente se fue.
Con las Gemelas, ayer llegó Seat a la hora acostumbrada (entre nueve treinta y diez), se estacionó y se metió a la casa. Una vez más le dio una vuelta a la calle y miró hacia acá… pero es que ya me acostumbré a tener las persianas cerradas en un ángulo donde a él se le dificulta ver, así que no miró mucho. Me he prometido entregarle un manual donde se explica que yo soy el observador y ellos los actores.
Cuando regresaba con la cerveza, un poco antes del episodio de Ropa Interior Morada, miré a su ventana. Estaban los dos en la entrada de un pasillo, me imagino por la arquitectura de la casa, que el pasillo conecta las escaleras de la entrada con la sala. Estaban hablando. Ella se le acercaba un poco y él la recibía. Y después, se apagó la luz, yo entré a la oficina, tenía que seguir trabajando y desde que Seat ha empezado a mirar a mi ventana, no me he sentido cómodo.
Pinche mirón.
José Agustín es uno de los pocos escritores que me provocan una carcajada en voz alta.
Uno de los hombres estacionó ahí su camioneta y dejó la puerta abierta. Se metió a la casa. Entonces salió una mujer, asumo que su esposa, y cerró la puerta de la camioneta. Unos minutos después salió el hombre y descubrió que las llaves de su camioneta estaban adentro. Hubo pleito. La mujer se metió a la casa, no sé porque razón, mientras el hombre miraba frustrado la ventana de su camioneta y los centímetros que le separaban de la llave que permitiría abrir la puerta. Caminó de un lado a otro, prendió un cigarrillo y finalmente se recargó. Ya en la cogida… disfrútalo, mueve las nalgas, ¿pues ya qué?
De la casa salió un niño, de lentes, delgado. El niño miraba muy preocupado al adulto fumando y cuando este desapareció por unos minutos, se dedicó a pasear alrededor de la camioneta con una sonrisa diabólica.
La verdad es que raras veces miro esa casa… no tiene el atractivo visual de las otras dos.
Soy un hombre que toda su vida se ha preparado para confrontar los problemas y para darles una solución inmediata. Así me he educado porque he estado esperando el momento para conocer a mi padre y conocer su historia. Puede parecer trillado, pero no lo es, cuando eres hijo de madre soltera, muchas cosas pasan por tu cabeza y aunque no haya carencia afectiva, económica, etcétera, aún así fantaseas con el día en que lo conocerás y como sucederá. Quieres demostrar, aún sin conocerlo, aún con su presencia ausente, que sabes algo. Yo quise demostrarle, durante mucho tiempo, que pude y he podido sin él. Hoy, ya que me siento un poco más tranquilo y que la neurosis ya no me come, no me dejo llevar por eso.
Hablé con mi tía en Veracruz y eso desencadenó una serie de eventos, reacciones, que sólo puedo intuir. Uno de ellos, es que he estado platicando con mi primo: Roberto Fest. En los años que he estado buscando a mi padre, sin querer encontrarlo definitivamente, encontré el nombre de Roberto en una página de agradecimientos del planetario de Veracruz. Platicando ayer con mi primo, descubrí que ese Roberto era él. Y bueno, él consiguió mi teléfono con mi tía y desde ese momento nos hemos estado enviando mensajes, hemos estado platicando de la familia, he preguntado cosas de mi papá y mis intuiciones han adquirido forma.
Ayer me dijo que varios en la familia han querido conocerme. Yo, en un principio, sentía que no sería bienvenido y me provocó una reacción muy extraña. Me sentí un Jim Carrey descubriendo su vida en un reality show. Sentí como si estuviera despertando, como si me estuviera volviendo consciente. Es difícil de explicar.
No estaba consciente de cuánto me afectaba y ahora que lo sé, y ahora que descubro cuánta falacia me autoinduje para no pensar en ello, me asombro, me dan ganas de asomarme por una ventana, que me moje la lluvia, prender un cigarro. Me dan ganas de encontrarme en el pasado y decirme–: Te pudiste ahorrar tantas cosas, pinche escuincle pendejo.