Cuando tengo que ayudar a alguien que no me cae, a alguien que no esta en mi lista de personas gratas… cuando tengo que ayudarlo, porque soy un bonachón y finalmente, por más mamón que pueda ser los primeros veinte minutos, tengo que poner manos a la obra, tan sólo puedo pensar–: Ojalá que le vaya bien, ojalá que le vaya muy bien. Porque es fácil excluir a una persona que no te agrada, es muy fácil excluirla con el pensamiento. Sin embargo, si piensas que le irá bien y toda la buena vibra y ya sabes, todas esas frases estereotípicas de la secundaria 202 (100% ley, te deseo suerte en la vida y llegarás a dónde quieras), estás deseando que se acerque tu propia tranquilidad. ¿Cómo así? Pues que si le va bien, entonces te desharás de esa persona más pronto. Así de fácil, que le vaya muy bien, que gane millones, que encuentre lo que busca, lo que todos estamos buscando y que nos deje en paz, que tenemos una búsqueda propia que hacer con gente que nos agrada, con gente que todavía puede aguantar un poco más en esta vida… ¿y al otro? Que le vaya bien nomás, baygón verde, chido one, sayonara y chiveriamo bye bye.
Eso pensé durante el día, buscando la manera de ser cortés, de enfriarme un poco más de veinte minutos, porque realmente es una persona necesitada y porque yo también me las he visto duras. Y eso de maltratar a alguien, por su historial de hipocresía, de crímenes morales, de violaciones a mi manera de ver la vida, cuando esta realmente jodido… pues nomás no. Soy un bonachón, ¿qué puedo decir? Y podría serlo más, si este cabrón no me cayera tan mal. Y finalmente, en esta ocasión, yo lo único que puedo ofrecer es apoyo humano, ni económico, ni alimenticio, tan sólo apoyo de cortesía y desearle que le vaya muy bien, para que se vaya a su casa y pueda ser feliz.
Cuando me veo mezclado en una situación así, suceden una serie de conflictos internos entre mi egoísmo y aquella cosa que decía mi abuela que me hacía un muchachito noble. Una cosa que todavía no entiendo y qué, honestamente, en días me avergüenza. Puedo ser de esos que… pues, finalmente acaban jodiéndose por el otro. Desde que he alimentado un poco el egoísmo, entonces la nobleza ha florecido, como un zen o como una iluminación, y sólo me la guardo para gente que de veras me importa o que casualmente se encontraba en el camino. A los demás, les merece la pinta de frialdad y de amargura que me caracterizan, que me hicieron crecer. Soy un niño viejo bien auto-protegido. Cuando doy y autodescubro, mucho tiempo después, que las di (y no las nalgas), me sorprende, me gratifica, me doy una palmadita en la espalda y me aseguro de olvidarlo, porque soy noble, mi abuela me lo inculcó, me lo dejó bien grabado en la cabeza, y es más noble olvidar lo que das, no quedártelo, porque si te lo quedas mucho tiempo y piensas en ello, en la compasión del avatar, o la humildad del ratón, después te pudres y finalmente comprendes lo que significa la soberbia en la Biblia y ya no solo das, sino pides a cambio, y es justificable que te lo den, y quieres más. Lo mereces y ya.
Porque he estado en los extremos de la cuerda, como siempre y una persona como yo, nunca alcanzará un justo balance hasta que esté muerto.