Dicen en mi tierra que el que come bueno y come malo come doble –Sabroson.
Hace una semana, o una semana y media, una chava me contactó y pidió agregarme al messenger por medio de mi perfil en hi5. Dudo mucho antes de agregar a alguien al messenger, sobre todo si viene de hi5, ya que por lo general, son personas que estuvieron navegando un día, vieron mi perfil, pensaron–: Uhhh, igual y este tipo quiere platicar conmigo, que estoy extremadamente aburrido y pam pum rataplás. Finalmente los agrego porque pienso–: Vamos, qué tan malo puede ser, hay que platicar con las personas, hay que conocerlas… no puede ser tan malo, en serio, de veritas… haz el intento. Eso intenté hace semana y media y hoy, conectado a las dos y media de la mañana, en dos de noviembre, esa mujer a la que solamente he tratado monosilábicamente y con preguntas para ver si se da cuenta de que me está contando demasiados asuntos personales para ser un extraño que le inspiró confianza, me platica de su exnovio y me trata de papito ahora que está borrachísima.
No es la primera vez que me ha sucedido y creo que a muchos de nosotros nos sucede con moderada frecuencia. Al menos, mi vida que esta amalgamada con la red, ha descubierto que son eventos ya no tan aislados… buscamos gente que comparta algo con nosotros, un día de esos, en los que nos perdemos en lugares como hi5, o como match.com, o los chats de Yahoo, redes sociales, mensajeros y chats en IRC, en java, lo que sea. Yo así pasaba mis noches, hace algunos años, no necesariamente buscando gente con quien compartir (no solamente eso), pero buscaba algo que me ayudara con el insomnio (ahora tengo un weblog. Magnífico). Buscaba algún estímulo, o algo que hiciera ruido de fondo mientras trataba de escribir, o de imaginar lo que podría escribir. Buscaba olvidarme de la oscuridad y de todo a lo que le tengo miedo.
Porque me obsesiono, porque soy un neurótico, porque siempre supongo y mis noches se van en eso, o en escribir, pero más lo uno que lo otro. Se me van en pensar de más y, curiosamente, no importa cuán feliz o cuán cómodo esté, eso no cambia y no creo que deba cambiar. Yo no creo en eso de que sonriendo la vida cambia, y únete a los optimistas y piensa positivo. Yo creo en la fuerza, en los impulsos, que tiene mi maraña de imágenes y sonidos, mi propio infiernito de pensamientos concatenados, creo en la fuerza que tienen para arruinar e impulsar mi vida en otras direcciones, otros trayectos y el momento que deje de creer en eso, estaré incurriendo en desconocerme. Eso me hace preguntarme, ¿esta gente, qué he encontrado a través de los años, en breves encuentros de byte a byte, qué buscarán exactamente? ¿Un poco de compañía? ¿Desconocerse así mismos o reinventarse? ¿Un nuevo amigo con quién compartir sus risas y sus desgracias? No lo sé, yo sigo preguntándome porque esta mujer, aunque le responda monosilábicamente, continúa confesándome su vida como si yo tuviera una sotana.
Tal vez debiera dejar de responder.
Así puedo elegir con quien aburrirme y con quien no.
Y he dejado de responderles tan feo, porque he entendido, a medias tintas, que la persona en cuestión esta haciendo un esfuerzo por comunicarse y quien sabe, uno nunca sabe, que es lo que se puede encontrar en esas pláticas espontáneas. Mi trabajo me enseñó a ser paciente. Aunque eso sí, cuando es una pérdida de tiempo y un fastidio, lo es, no hay de otra.
–Además, cabrón, la tradición incluye salir a los cementerios y hacer una procesión por los difuntos. No necesariamente te quedas en casita. Se comen quesadillas de flor de calabaza y se hacen caminos de cempasúchil. Armas altares, paseítos por los cementerios y las iglesias. Escribes Calaveritas. Eso es un Día de Muertos.
Mi hermano se quedó callado. Cada Día de Muertos, mi abuela nos comentaba que quería ir a su pueblo, a ponerle flores a su papá. Hacía varios años que no lo hacía y pocas veces, al fin de semana siguiente, viajaba con mi mamá, con mi tía Imperio o con Raquel para cumplir su cometido. Pero los costos del camión, que la salud de mi abuela, que tenía otras cosas que atender, que el ritmo de la Ciudad de México, que el muerto esta muerto y ya… el individuo y su necesidad de festejar a los muertos cambia. Los altares se adaptan. Las fronteras se desvanecen y abren paso a una nueva cultura. Una cultura que sirve al individuo, en la época en la que haya tenido que desenvolverse.
No sólo Halloween nos esta comiendo, pienso que también el Día de Muertos, de alguna manera, se esta comiendo al Halloween.
Es lo que ella hubiera hecho, es lo que le enseñaron en su pueblo y…
ya.