Desde hace rato he intercambiado los dos puntos por un punto sencillo. Ni siquiera puedo decir que es una libertad literaria, porque no se trata de letras. Y, ciertamente, sólo puedo defenderme diciendo que es una mala costumbre que tengo: separar las horas de los minutos usando un punto, y nada más. Los dos sencillamente son demasiado, para alguien que no cree que el tiempo entre uno y otro sentido, minutos y horas, tenga tanta diferencia.
Para empeorar mi situación, algo me ha estado picando en los tobillos y en la espalda. No sé que clase de bicho. Estoy entre una pulga y una tijerilla. Y es que hace años que no me enfrentaba con una de esas porquerías y había olvidado cuanto les encanta dejar rastro por todo el cuerpo. El 30% de mi cuerpo me da comezón y estoy seguro, que en una de esas, querré abandonar esta empresa para irme a dormir y olvidarme de los piquetes.
En cierta forma he llegado a una hora cero, a una hora confusa, una que no sabe si lo suyo es el doble cero que uniendo ambos círculos forman el infinito, o el doble dígito que suma seis, el número de la empresa, retorciéndolo un poco sería el número de la misión. Esos son mis pequeños destellos de místico tarotista matemático, no hagan caso, es la hora y el tiempo sigue avanzando. Entre más avance el tiempo, estoy seguro que mi discurso será más incoherente y finalmente acabaré por extinguirme, por volverme el fósforo gris de un cerillo después de encendido. Terminaré por caer y volverme partículas entre la alfombra. Apestar, ese es mi verdadero propósito.
Ahora que es de noche y no hay ruido, ni siquiera el de los coches, no quedo más que yo y mis pensamientos. Podría prender el televisor pero no soy un hombre que acostumbre a verla, acabaría por darme sueño más rápido. Tengo una cajetilla casi completa de cigarros y tengo la coca cola. Tengo cosas que pensar por supuesto y es de noche que estos pensamientos son más crueles, porque se escuchan sus ecos, retumbando por cada una de las calles de Cholula.