Hay veces, abuelo, que tu rostro sobrepasa cualquier cosa que yo pueda imaginar y cuándo te miro, no puedo yo pronunciar palabra sin antes desear escucharte, porque tus palabras enumeran cada arruga y definen cuánto se han escondido tus ojos en el rostro por un sol inclemente. –Antes el sol no estaba así –dices de repente–, contigo será más duro, a mi sólo me resta un poco más de su berrinche. Dices así y yo te creo, porque es imposible no creerte, si pareces un ídolo hecho de madera, teñido de bronce y tu camisa se mueve rompiendo vientos, sea porque te has ganado su respeto o sea porque todavía pareces indestructible. Antes me daba miedo que tu rostro cuarteado fuera a romperse y luego comprendí que eres como la madera de un tule. No hay forma de que te rompas, no hoy, ni mañana, e incluso si llegara a verte en la caja, iniciando tu transición a polvo, sabría que no estas muerto… porque no todos los hombres se hacen como tú, no todos los hombres tienen la fortuna de verse como tú… seguramente muchos te recordarán como el abuelo de los viejos hundidos, aquel que hablaba de los berrinches de madre sol.
Tengo que confesarte que si pudiera, cuándo estés muerto, tomaría un hacha y haría madera contigo. Tomaría el serrucho, las lijas, el martillo y los clavos, y haría de ti un librero para guardarlo en casa. Trabajaría día y noche para tallarte y regresarte la juventud, para que duraras más que yo y que el mundo. Hablaría con brujos y con curas, para que pedirles una bendición a tu madera y así esta continuara transmitiendo a los vivos lo que nosotros no sospechamos, lo que nunca sabremos. No es un castigo abuelo, ningún homenaje es un castigo. Le diría a mis hijos y después a mis nietos, que ese librero que guarda las enciclopedias, los poemas y los ensayos del mundo, es su abuelo. Después obligaría a que leyeran junto a ti todos esos libros que tus brazos, tu vientre, tu cabeza y tu sexo guarden, y cuando se hagan grandes, con manos capaces de encerrar las tuyas, les diría que tu mejor consejo se reducía a una cosa–: El mundo contigo será más duro pero nunca pierdas la fe. Porque esos ojos hundidos, tu rostro que lijaba las manos que deseaban acariciarlo, el dolor que guardaban tus labios, nunca permitieron que dejaras de romper el viento.
Foto de Simultáneo.
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.