Sabía que las actas para iniciar mi compromiso social y formal con Sol, no estarían en decirle a sus padres, en ir a un juzgado y firmar, en creerme que soy esclavo del amor verdadero, en besarla y que los dioses naturistas bendijeran nuestra unión, o incluso en el sexo. No. Nada de eso. La iniciación de este rito llamado matrimonio, para que se escuchara correcto y justo al hablarlo (a pesar de que nunca la veo y rara vez le pido opiniones respecto a mi vida), empezaría con decírselo a mi madre. Y que mientras no le dijera a ella nada, entonces ese compromiso continuaría siendo un plan, un simple futuro probable, algo que puede llegar a pasar o que puede no suceder. Por supuesto, hablando solamente en un sentido formal de las cosas. Por mí, y Sol María lo sabe, cualquier buen día hubiera podido despertarme, insistirle que fuéramos a un juzgado, firmar el acta y se acabó la soltería. Si, así me gustan, me acomodan, me fascinan las cosas de simples. Pero tampoco quise dejar ir la oportunidad de vivir uno de los escenarios sociales más divertidos y elegantes que puede haber en nuestra vida.
Y pues, le he dicho a mi madre. Ahora que ella lo sabe… creo que ya puedo platicarles un poco más de esos planes escabrosos, que me ponen medio neurótico de vez en cuando. Fue después de platicar idioteces que la miré a los ojos y pensé–. Si no se lo digo ahorita… okay, piensa rápido, ¿cómo vas a decírselo? Pensé en cámara lenta y hablé en cámara rápida. Porque lo anterior lo seguía pensando mientras decía–: Pues, ¿qué crees mamá? ¿a qué no sabes quien se quiere casar con tu hijo? (Les juro que ese acomode de palabras, sujetos y verbos, era la mejor manera de iniciar esta conversación con ella. Se los juro que si).
Después de ella preguntar gozosamente quien, le respondí que Sol.
Como hacemos todos los Salazar (bueno, tal vez no, tal vez solamente yo) después de plantear una cosa muy importante de la manera más estúpida para bajar defensas, evitar evasiones y silencios fríos, hablamos entonces de … el clima. Y la verdad, quisiera evadirme del tema y no hablarlo en mi blog. Así lo he estado haciendo durante un tiempo. Hablamos un rato, hablamos de mis planes. Si todo sale bien, pediré la mano de Sol este diciembre, esperando que no traigan un serrucho y un botecito de formol donde guardarla. Y si todo sale aún mejor, estaré cursando el último semestre de mi carrera en Agosto del 2008 y casándome, más o menos, al mismo tiempo. Eso si es una carrera, ¿eh? Cuando a mi madre se le enrojeció la nariz y puso una expresión de anonadación total, una que no había visto nunca (en toda [mi chingada] vida) me sentí un poco desconcertado y también, aliviado. Le platiqué de mi preocupación económica. Ella sabe que no tenemos un patrimonio, que no tenemos dinero ella y yo, y que si quiero casarme, debo de alguna manera, hacer una muy buena planificación y contar con uno que otro chispazo de suerte. Desafortunadamente, nunca tuve una familia que me pusiera las cosas en bandeja de plata, que planificara pensando en el chamaco.
Hablamos del tiempo, me preguntó si dos años no era mucho, que si ella querría esperar ese tiempo. Me encogí de hombros. No tengo manera de saberlo. A menos que me saque la lotería o haga un muy buen negocio, podría pensar en hacerlo antes. Incluso Sol platicó alguna vez conmigo y me dijo que la boda no me preocupara, que mejor fuéramos planeando para comprar una casa.
Le he dicho a mi madre. ¿Y ahora?