Abandonaron el edificio inquietos, a medio día. En sus espíritus un dejo de aventura les bombeaba rápidamente los corazones. Pero cuando Fest y Kromg, el lobo devorador de mundos, admiraron un estacionamiento de lo más normal, lleno de coches y parches de jardín descuidado, se miraron y suspiraron. Empezaron a hablar entre ellos de que camino debieran tomar para iniciar la búsqueda. Sin embargo, Fest cada que escuchaba de Bob, el cacto, o sentía temor por caminar hacia un asesino o el truco del diablo jugaba en su mente y olvidaba todo respecto a la búsqueda. Kromg entonces cambió el cacto por geranios, terminando de convencer al escritor que lo que buscaban era una florería. –¿Me estas diciendo que tanto borlote por una puta florería? –preguntó Fest. El lobo asintió resignándose y guardó silencio gravemente. Debía existir alguna manera de vencer la trampa.
Ninguno de los dos prestó atención al niño Torres, que con los brazos alzados, volaba por el estacionamiento de concreto zumbando como un mosquito. De haberse tomado la molestia de preguntarle, les hubiera dicho que era un M–15, y que su destino era París, porque le gustaba ese alfiler gigante que rompía el cielo. Pero de Paris sólo conocía la Torre y se aburrió pronto de rodearla. Cuando no se vio interrumpido, entonces los coches se transformaron en increíbles pirámides y el desierto de concreto, se hizo de arena, el flujo natural le habló de faraones y esclavos que eran obligados a construir tumbas tan grandes como para albergar a toda su familia (la del Distrito y la de Nayarit) y después miró desde las alturas los sembradíos a las orillas del río Nilo. Cuando Torres se encontró cara a cara con la esfinge, no pudo evitar una carcajada que sorprendió a los otros dos.
Fest sacó un cigarro y lo prendió–. ¿Y de qué te ríes pinche escuincle?
–De la esfinge, por supuesto, señor fumador.
–Ah… Claro.
Fest asumió que la esfinge era un Tsuru noventero demasiado maltratado. Miró al lobo y este hizo un gesto que el escritor solamente pudo asumir como un encogimiento de hombros. El niño se rió de la sequedad de los dos. No es que el escritor deseara reprimir la imaginación de Torres, sin embargo, le parecía inusual. Hacía mucho que no trataba con niños tan imaginativos y risueños, los últimos que recordaba era a los niños de casting, quienes siempre cargaban con un gameboy (los pobres) advance (los medianos) o un nintendo ds (los medio altos) para aminorar las esperas de hasta dos horas y cuando se aburrían de que una empresa imaginara por ellos, sencillamente se dedicaban a correr y gritar sin medida. Se acordó de su prima Tairi, de seis años, y que hacía unos meses le había regalado un libro de héroes y mitos, con ilustraciones e historias, de todos los continentes. Cuando se lo dio, pensó fervientemente–. Por favor, por favor que tenga imaginación, que es lo único que puede salvarnos de tanta mierda.
Fest ha pensado en leerles cuentos a los niños.
–¿Sabes? Acerca de lo que piensas del compromiso, ¿sabes que te hubiera dicho Rob, el geranio? –preguntó el lobo divertido.
–¿Rob? ¿Geranio?
–Tu cuate al que buscamos.
–Ohhhh… ¿Qué?
–Te hubiera dicho que eres un cursi. Pero esta bien, a mi no me lastimó el discurso. De paso, si gustas hacerle un favor a este, tu espíritu de confianza, deberías casarte en mi nombre… Entre más creyentes tenga es mejor para mí. Si quieres ahorita nos inventamos el rito …
–Tengan cuidado con los golems…
Continuaron caminando lentamente mientras el niño Torres les gritaba a los golems de metal que se detuvieran en nombre de su majestad, y con su M–15 dejaba caer bombas pestilentes para frenar su paso (bombas que tronaban como el sonido de sus labios apretados soplando como un pedo). Los otros dos contemplaban la encarnizada lucha que transcurría en la mente del niño y Fest pensó que sería divertido si Torres empezara a señalar los coches y les dijera su verdadero nombre hebreo de golem, los colores de su piedra y los nombres de los magos que hicieron el encantamiento. –Deténganse ahora mismo o dejaré caer la bomba atómica –amenazó Torres, sabiendo que su ardid requería que los golems no supieran nada de aviones y que no había manera de meter una bomba atómica en un m–15.
–Los golems te despedazarán vivo si te descubren, niño –dijo el lobo de fuego sonriendo.
Torres no respondió, estaba muy ocupado planeando para evitar brazos de metal y dientes de piedra. Pobre, pensó Fest, regocíjate de tus guerras aún que eres niño. El lobo y Fest miraron como el estacionamiento se transformó en un campo de batalla hecho de granito, y una pirámide de piedra negra flotaba en la distancia, donde un faraón perverso gritaba órdenes a un ejército de bronce. Alrededor los coches mostraban su verdadera forma monstruosa: golems de piedra con pedazos de metal que sobresalían en distintas partes de su cuerpo. Pobre de ti, niño, cuando te descubran los dieciocho y te manden a hacer tu primer papeleo burocrático, pobre de ti cuando dejes de imaginar como hoy.
–¡De aquí no pasarán! ¡Ayúdenme, amigos! –Exclamó Torres. El lobo se echó a reír y con sus dientes siniestros atrapaba las piernas de los golems y las quebraba facilmente. Saltaba hacia sus pechos y luego les alcanzaba la yugular para romper sus cabezas. Fest, sin embargo, prendió un cigarrillo y cuando un golem se fijaba en su presencia y amenazaba con golpear y aplastar, solamente le decía su nombre para que este dejara de existir–. Seat, Vocho, Golf, Atos. Los golems se esfumaban en humo y eran reemplazados por tristes y apagados coches. Pobre de ti, pensó Fest, cuando seas como yo y dejes de imaginar para ponerte a trabajar, o cuando dejes de aprender y sólo pienses en aplicar.
De su niñez, hubo varios momentos donde él pensó que había dejarlo de serlo. Cuando pensaba en niñas por ejemplo, o cuando presenciaba las aguerridas discusiones entre adultos. Cuando se hablaba discretamente de la palabra cáncer en su familia, cuando se hablaba de que a su madre la habían despedido por la devaluación del 91 y que sus hermanos tendrían que trabajar para pagar sus deudas y evitar los embargos. Que ella se había embarazado de nuevo y que no quería saber del padre. Que le había dicho a su abuela que era una naca por una estupidez y ella no le dijo nada, sólo se enrojecieron sus ojos. ¿Y su padre qué? ¿Dónde estaba él? ¿Qué había sucedido de verdad? Y también el día que juntó los papeles para su cartilla militar y cuando miró orgulloso que era ingeniero de trincheras de no se qué. En todos esos momentos dejó de ser niño…
Pasaron muchas noches antes de que llegara otra flota de M–15 y tractores con aspas fuertes para matar golems auxiliaran a Torres y al lobo. Bebieron leche con chocolate y asaron malvaviscos en una fogata para descansar de la guerra. El lobo se veía particularmente contento y eso se reflejaba en su físico, porque sus músculos se veían más fuertes y su pelo más rojo.
–Destruir me pone contento.
–Yo lo hice por mi familia –dijo Torres, el humo de la batalla y el fuego de la destrucción a sus espaldas–. Tienen que saber que están seguros, que siempre los cuidaré aún si me voy con ustedes. Mi papá fue mesero de un restaurante durante, luego fue jefe de mesas y finalmente lo hicieron gerente. Pobre de mi papo, con sólo la secundaria tuvo que fregarse mucho para tener bien a su familia. Tienen que saber que los cuidaré –el humo y los restos de los golems desaparecían tenuemente, el estacionamiento volvía a su lugar–. Y mi mami siempre hablaba de lo duro que le iba a papá, de que no alcanzaba, de que pronto tendrían el préstamo para su propio restaurante. Si me voy no es porque no quisiera dejar de sufrir con ellos, si le acompaño a usted señor fumador es porque quiero protegerlos y debo aprender como, debemos aprender como proteger a los míos, familia y amigos. Quiero aprender con usted. Yo se que puedo ayudarle, ¿puede ayudarme usted?
Se quedaron solos, en medio de un estacionamiento, en silencio. Fest acarició la cabeza del niño y se lamentó de no poder decirle como él sabía más de ello que lo que pudiese enseñarle este y otros viajes. Lo único que se le pudo ocurrir fue decirle–. No dejes de jugar nada más. No dejes de ser niño. No dejes de imaginar, porque la imaginación nos salvará a todos.
Y, honestamente, esperaba que fuera así.