“Usted es la puta y yo seré su eterno pretendiente”. Eso le dije a la señorita en cuestión, llamada Laura. Una persona muy agradable, a la cual no me atrevería a hincarle el diente porque sé que no podría controlarme. Yo suelo ser un hombre callado, reservado, conozco muy bien los límites sociales, o bueno… procuro mantenerlos. Mi madre me enseñó a guardar el decoro. Pero cuando ella se acercó, algo me pegó en el vientre que no pude guardarme las cochinadas. Mi madre ya me estaría lavando la boca con jabón si lo supiera, lo bueno es que esta muerta y ya habría sentido algo si me observara desde el cielo: un escupitajo o una piedra.
Es su culpa. Ella empezó, creo, porque dijo algo de un pantalón pegadito y una blusa negra. Luego me mandó fotos dónde presentaba tales características y todo se le veía muy bien. Aunque dudaba, porque luego uno platica con un hombre y no se da cuenta, eso dicen los chistoretes que me mandan en powerpoint, y los chistes suelen esconder las verdades más básicas, por eso nos hacen reír tanto. Pero estaba en el trabajo, y me habían pedido el tiempo extra. Hacía mucho que no sentía el calor de una mujer, ella mandó la primera línea por messenger y así nos seguimos, nos seguimos toda la noche. Pensé que no progresaría si no le decía cosas soeces, así que le solté la primera. “Mi v…. esta p….. gracias a tus fotos”. Bueno, al fín que sólo la veo por el messenger, eso pensé, y sí se pierde la amistad ni modo.
Luego de platicar porquerías, nos dieron las cuatro de la mañana. Apagué mi máquina, me subí a mi coche y con el perdón de mi mamá, fui muy indecente con mi cuerpo esa noche. Desde entonces lo practicamos todas las noches. Si me asaltaban las dudas: “¿Y si es un hombre como tú?”, o luego me preguntaba: “¿Si no es ella la de las fotos?”. Pero apenas era nuevo en esto del messenger y de alguna manera comprendía que sólo quedaba en palabras, a la distancia, que no pasaría nada, y que no habría de qué preocuparse hasta que alguno de los dos pidiera alguna dirección, o el teléfono. Me parecía que todo lo tenía bajo control.
Entonces, después de meterle la v…. por su c…, en una detallada descripción que incluía demasiados fluídos, forcejeos, gemidos e incluso jugar con mi cuerpo en la oficina a deshoras y en mucha soledad, ella me pidió mi teléfono. Se lo dí, por mero reflejo, recordándole que ella era la puta y yo su eterno pretendiente. Estaba entre la ansiedad de escucharla y el pánico. ¿Si tenía una voz horrible qué iba a pasar? Timbró el teléfono y contesté, hablando bajito: Bueno, ella preguntó: ¿Qué?, y nos reímos mucho. Me fascinó su voz agradable, rasposa, platicaba libremente y como un perico. Esa noche nos confesamos la familia, casa, trabajo y educación. Tal vez dije más de lo que debía, pero no me importaba, porque su voz era maravillosa. Mi mente trataba de empalmar su cuerpo con su voz y no podía. Estaba sintiendo la tentación de conocerla en persona.
La siguiente noche me mandó una foto de sus piernas y me dijo: platiquemos. Sí Laura, platiquemos. Me siguió mandando fotos, ella sin decir nada y yo imaginando y escribiendo lo que haría con todo lo que me mandaba. El calor subía por todo el cuerpo, la noche me hacía sentir culpable y algo me decía, que no iba a poder más. Furtivamente me bajé el zipper, los pantalones y los calzones, me agarré lo que mi madre me había dicho que no agarrara y sin temor por manchar el teclado, el escritorio, hice lo propio. Hasta que escuché los pasos del vigilante en el pasillo contiguo, y me sorprendí porque no sabía que teníamos uno, detuve cualquier deseo. Rápidamente me vestí y le dejé un mensaje que decía:
–Dame tu dirección. Voy para allá.
Y después de largos minutos de silencio, ella se desconectó.
El vigilante pasó a darme las buenas noches, yo se las dí con la mano manchada y sudorosa, recogí mi portafolios y me fui a casa. Dormí muy bien esa noche, por extraño que parezca, pero cuando desperté no tenía ganas de comer, ni de tomar mi café, ni de persignarme frente a la fotografía de mi mamá. Supuse, y no me equivocaba, que no volvería a meterle la v…. por su c….., ni por su b…, ni por la v….. Ni manchar de e…… sus n….., ni t…., o m…… El siguiente día en la oficina, estuve medio triste, esperando a que ella regresara, pero no lo hizo. Había transgredido una línea social o algo así… pero se la he cumplido bien hasta el momento, soy el pretendiente eterno, esperando a que la puta regrese.
Foto: Dánae.
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.