Mi viaje inconsciente al mundo de Los Beatles continúa. Lento pero seguro. Finalmente he llegado a “Hey Jude” y pareciera que es la mitad de su carrera, porque todavía restan diez volúmenes más que no he desempacado. A veces, es enfermizo lo agradable que es escuchar sus canciones, sus voces, sus instrumentos indios. No sólo es la regresión, es la felicidad de aquellos días, una tranquilidad recordada y un salvajismo inocente. Puedo comprender por qué es uno de los más grandes grupos de todos los tiempos y también, puedo entender porque no otros son lo mismo. Nadie tan imitados como ellos. No hay frases que digan: “Son los próximos Rolling Stones, son los nuevos The Doors, un nuevo Pink Floyd, el Radiohead moderno (¿ehm, qué?)”. Cuatro chamacos experimentando con instrumentos, creciendo como escritores de sus propias canciones, cambiando estándares de radio simplemente por su amor a la música. La eventual separación de personalidades donde apoyaban sus deseos individuales para hacer música juntos. Interesante, muy interesante. Ahora, tal vez ahora que aprecio el mundo distinto, entiendo la fascinación de algunos beatlemaniacos.