Raras veces hay un desbalance en el universo de casting. Dos proyectos con más o menos el mismo número de personajes. Los dos editores platicamos un poco. “Liberemos espacio en esta máquina”. “Tan pronto salga la cámara”. “Nos tardamos más o menos lo mismo”. Claro. Ayer, dos proyectos. Sin embargo, uno incluía viejitos – bebés – adultos cuarentones y normalones. Ese proyecto, con los personajes extra, lo edité yo. Todo iba bien. Mi café. Luego mi coca. Luego mi café. Mis cigarrillos. Mi nueva laptop con el chat abierto. Mis manos trabajando los archivos convertidos. Mi compañero ocupado en el suyo. Mi compañero hablando en voz alta-. Ven a ver esto gordo.
“Esto” era una mujer en minifalda. Una que no había editado.
Las piernas largas, el cabello rubio, botones sin abrochar, sonrisa blanca, mirada coquetona. Una modelo como cualquier otra. La vuelta de sus perfiles en cuatro sencillos tiempos: 1. Mi perfil derecho, mi pierna doblada. 2. Mi trasero, moviéndose coquetamente. 3. Medio perfil izquierdo, mi trasero aún se mueve. 4. De frente, olvida mi culo: mis tetas se tambalean. Una sonrisa que sabe lo que hace. Amor no es. Obviamente no. Regresé a mi lugar de trabajo. Corté una bebita cuya baba escapaba de sus labios como un xenomorfo venusino. La beba me hizo sonreír. Olvidé mi pequeña envidia.
Dos minutos más tarde: “Ven a ver esto gordo”.
Moví mi silla de nuevo. Otra modelo, más joven, con menos experiencia. Rostro bonachón, nada sensual, diecinueve años. Alejamiento de la cámara. Nos quedamos en medium shot. “Es la que se puso tetas”. Y sí, se puso tetas. Recordaba a la modelo cuando tenía quince años y la editaba en VHS. Ahora, un hermoso quicktime me enseñaba sus tetas crecidas artificialmente. Obviamente una blusa escotada. “Enséñame tus manos a la altura de tu cara”. Ajá. ¿Saben cuál es el truco de unas tetas artificiales y enseñar las manos a la altura de la cara? Los codos. Al momento de levantar las manos como una criminal, sus codos golpearon contra sus pechos. Corrección. Apretaron sus pechos. El escote lucía cada fotograma que pasaba. Sonreía… sí, sonreía bonachona. Sonreía inocente. “Jiji. Me puse tetas, pero soy una niña. Trátame con cariño”. Regresé a mi lugar. Un viejito dejándose crecer la barba por temporadas navideñas. Empezaba la competencia de los ancianos por ser Santa Claus.
–Adoro esos hotpants –susurró mi compañero a la izquierda.
Me asomé porque debía de hacerlo. Un personaje en mi circunstancia no permite cansancio: Hoy no hay balance y te tocó perder mijo, ni modo. La chavita en cuestión: diecinueve años, clase media alta, cabello castaño claro, ojos verdes, blusa pegadita, abdomen marcado, pants levantaculos y sonrisa: “Jiji. No me he puesto tetas, pero igual me deseas”. Hablará con la papa en la boca, pero… disculpen la vulgaridad mexicana… lámeme la cascarita, o sea ¿no? Hay cosas injustas en el universo. Si, yo editando bebitos viejos y cuarentones. Pero nadie, escúchenme bien, nadie resiste tres arquetipos de lujuria en serie. Ni modo. Esta vez eran todas las de perder.
C’est la vie.