La gente cree que me importa su plática. No siempre es así. Llegan a mi blog. Leen un par de anotaciones. Se enteran que pueden agregarme al messenger. Lo hacen. Y entonces, mientras tengo mis letreros de ocupado o ausente, me platican. Idioteces como la escuela, el trabajo, sus gustos musicales, sus borracheras, cuantos centímetros deducen que su pene es más grande que el mío y sus problemas amorosos. Sería muy fácil romper la plática. Tan sólo decirles-. Hey, espera, ¿te conozco? -O una más agresiva-. ¿Crees que me interesa? -Soy un buen hombre. O más bien poco interesado. Se necesita romper mi paciencia para decir algo así.

Una vez, una mujer en su borrachera, me habló de sus dos intentos de suicidio. Tuve que frenarla en seco: Hey, aguanta vara, apenas nos conocemos. No sólo los intentos de suicidio son íntimos. Incluso compartir una conversación frívola, para mí, significa un grado de intimidad.

Murió Collin White. Un profesor inglés del Colegio de Letras Modernas (e inglesas). Decidió descansar hoy en la mañana. Se subió a su barco, en el Ajusco, and so long. El hombre construyó su propio barco en sus tiempos libres. Vaya manera de aprovechar los tiempos de ocio. Me decía que era un idiota después de mis exámenes. Alguna vez, tomó asiento en mi mesa y de otros amigos. Escuchaba lo que decía. Compartía un par de palabras. Fumaba. Siempre fumaba. Dos cigarrillos diarios. No más, porque ya estaba viejo. Decían que de joven, solía tomar el asiento en el escritorio y prender su pipa. Platicaba de los viejos tiempos. Hacía las preguntas adecuadas, precisas, para que reconociéramos el valor de un texto. Algunas mujeres lo tachaban de machista. No creo que fuera así. Simplemente era estricto. Duro. Otro de esos hombres honestamente duros. Compartió vida con Ted Hughes.

Cuanta gente muere.

Ayer, el familiar del asistente. Hoy, Collin. Más tarde, me platicaron de un interno de medicina que se suicidó. Se metió un anestésico que paró sus pulmones. Le llamaban el dormicum porque se dormía fácilmente. No conocí más de él. Sólo que eligió una manera estúpida de suicidarse. La anestesia terminó por ahogarlo. Ahogarse toma su tiempo. Ahogarse duele y desespera. Supuse que un médico conocería una manera más sutil, elegante y certera de terminar su propia vida. Cuanta muerte el día de hoy. Cuanto pelear por la vida. Cuantas maneras, edades y situaciones para vivir la muerte. ¿Por qué tanto estos días? Diciembre. Será diciembre.

Una cosa buena pasó en el día: Me sentí con mucha suerte y me compré el melate. De tres meses para acá, me acostumbré a comprar mi boletito semanal. No soy constante. Un par de semanas lo he olvidado. Sin embargo, me gusta sentirme suertudo. Un motivo más para llegar contento al domingo. Casi siempre juego los mismos números, aunque cambio su orden. A veces resto uno o dos. Si es verdad que lo jugara cada semana, tendría 52 oportunidades al año para ser millonario. ¿Tirar mi dinero en una esperanza? ¿Sabes qué las probabilidades de ganárselo son astronómicas? Sí. Por supuesto que sí. Repito: Llegar contento el domingo, sentirse suertudo, repetir una rutina.

Bendito sea. Un neurótico como yo, buscando rutinas. Bendito, bendito sea.

Mientras compro la madera para construir mi barco. Mientras olvido suicidarme con algún anestésico, como la televisión o el internet. Mientras tanto, una rutina semanal no hace daño. No te hace daño a ti tampoco. Dedícate a pintar. Escribe una novela. Toma fotografías. Móntate a un camión hacia ninguna parte. Habla con aquel interés amoroso al que no te atreves. Recita poesía en el metro, en voz alta. Corre 10 kilómetros a la semana. Ten un hijo. Compra un cacto y llámalo Bob. Besa a una persona de tu mismo sexo. Comparte con tu familia. No vayas a trabajar hoy. Si no hoy, no vayas el lunes.

Total… nos vamos a morir de todas maneras.