• No cuando tienes filmación en un par de horas.

  • Mi itunes ridículo incluyó “Las mañanitas”, dentro de una lista Genius. Al menos funcionó con una canción en español (la cual olvidé, pero la lista empezó rock, se convirtió en cumbia y terminó en mariachi). Si lo intento con Café Tacvba… el servicio de iTunes simplemente carcajea y se duerme.

  • Una vez, me hicieron enojar los taxistas de la TAPO. A determinada hora (cuando no hay otros transportes públicos), si les das una distancia muy lejana, en caja te pedirán que vayas a negociar con el taxista. El boleto sin negociación y en términos correctos sale en 115 pesos. La primera vez que me mandaron a “negociar”, el viaje me salió en 140. Pagué el robo. Ese día me sobraba dinero.

  • La segunda vez el taxista no quiso bajarse de 190 pesos. Le dije: Tengo 140, es lo máximo. Cuando el cabrón me respondió–. Eso, ni siquiera es lo del boleto –Me encogí de hombros mientras lo miraba muy fijamente–. Muy bien, tómalo o déjalo.

  • Lo dejó. La verdad es que no quise discutirle cuánto era lo real en el boleto. Preferí irme, pensando que el cabrón se frotaba las manos, pensando con seguridad en que volvería.

  • Me encabronó tanto ese día, con sólo 200 pesos exactos y cero pesos en la tarjeta, que hice lo que una persona inteligente haría en mi lugar. Fui a la otra taquilla (hay dos en la TAPO), y pedí un taxi con boleto a la del valle. Ese boleto si lo registraron sin “negociación” alguna. Me costó alrededor de setenta pesos.

  • Cuando llegué a la del valle, simplemente tomé otro taxi de sitio que me cobró sesenta pesos. Es decir, me salió un poco más caro del precio real y por supuesto, infinitamente más barato que el taxista y su “negociación”.

  • ¿Tenemos claro que negocio entrecomillado es una manera de plantear un robo?

  • Hoy, cuando llegué a la una de la mañana al Distrito Federal, recordé la historia y me volví a encabronar. Tan pronto llegué, caminé hacia la taquilla de taxis, saqué el celular y marqué a un sitio de taxis frente a ellos. Cuando es en la mañana, o en las tardes, no tengo problemas en usar su servicio porque todos los boletos los registran. Pero esta vez, nomás quise darles una pequeña zancada.

  • Resultó que el taxista, aún cuando me dio una vuelta panorámica, llegó bastante rápido a mi casa y cobró aún más barato que el boleto de la TAPO. El servicio me salió en 105 pesos. Nomás por buena onda le di los 120 pesos.

  • No se veía mal hombre el tipo que me pidió los 190 pesos aquella vez. Supuse, por un momento, que necesitaba el dinero para salir de un apuro y por eso no retrocedió en su negociación. Entonces recordé al pendejo de la taquilla, un chamaquito de lentes con armazón grande y barros en la cara, que apenas me atendió por estar leyendo su libro de Gary Jennings y tan pronto miró el precio de mi boleto, me mandó a negociar con el señor taxista. Sin embargo, tanto el taxista como el taquillero, olvidan que a mi también me gusta mi lana, y la necesito, así que si puedo ayudar con mucho gusto a que otros se ahorren unos centavos… si llegan de madrugada al Distrito Federal, mejor pidan un taxi de sitio.