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Ví “The Spirit”. No me gustó. No la desprecié tampoco. Tal vez el culito desnudo de Eva Mendez merece la pena ver la película. Sólo si están dispuestos a ver una película de comics que es extraña y tiene muy poca acción. Al parecer, Frank Miller intentó conservar el espíritu original: Una tira cómica que cambiaba fácilmente los géneros entre tiras, y a veces la seriedad (seriedad tipo noir), desaparecía totalmente con un chiste bobo que podía continuar y continuar. Los cambios simplemente no los entendí, hasta que un niño que se sentó hasta adelante, se reía con ganas de algunas escenas. Hasta entonces entendí las pretenciones del director.
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No es lo mismo un escritor completo de novelas gráficas como Frank Miller, que un director de películas Frank Miller. Para que Sin City y 300 tuvieran un éxito completo y redondo, se necesitó un traductor como Robert Rodríguez o Zack Snyder, para que pudieran interpretar correctamente la pantalla y aquellos que nunca leyeron los cómics, pudieron apreciar un buen trabajo del escritor y de los directores en sí. Tal vez Frank Miller pensó: “Vamos, dirigir una película es como poner a los personajes sin pintarlos en sus cuadritos”. Tal vez. Difícil de saber que requieren los dos trabajos involucrados, pero ciertamente, no está funcionando con Miller… aún.
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Sin embargo, el tercer trailer de Watchmen que miro, tan sólo alimenta mis ganas por verla y decepcionarme, o amarlo, de una buena vez.
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Si también este blog hablara de los pequeños eventos que contentan al ser humano los domingos, y provocan sus deseos de beber cerveza sin complicaciones, les diría que vi el Superbowl este Domingo. Las jugadas que se aventaron los Acereros (Inolvidable ese lance del Big Ben, inolvidable la recepción que les dio el gane, e inolvidable esa carrera de 100 yardas) me hicieron recordar las épocas donde me ponía mi equipo y tan sólo deseaba madrear a mis compañeritos, en buen plan, por supuesto. El deporte es en buen plan y es bien sano. Extrañé los golpes, los moretones, las fallas y los triunfos. Seguro, por eso el deporte fortalece no sólo el cuerpo, también el espíritu.
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Un chamaquito me apostó ese domingo unos cincuenta pesos. Estaba fuera de la iglesia, porque me invitaron a la misa de un difunto. No sabía que iba a una iglesia lejana, ni sabía que era de un difunto, sólo sabía que era misa. Cuando salí a fumarme un cigarro, antes que empezara el rito, un chamaco de playera azul salió y me preguntó quién era mi gallo. –Steelers –respondí. El chamaco se rió muy honestamente de mi, y pregunté un tanto incrédulo–. ¿A poco le vas a Arizona? –Por supuesto.
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Asentí.
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El niño, entonces fue muy directo–. ¿Apuestas cincuenta pesos a que gana Pittsburgh? –Quedé pensándolo un rato–. Hijole, mira… en lo que vuelvo aquí, ¿cómo te voy a pagar la apuesta? –El chamaco se encogió de hombros y con justa razón. Ese no era su problema. Pude responderle algo como “Apostar es un pecado, niño de iglesia, ¿qué no lo sabes?”, pero él me extendió el brazo y me preguntó–. ¿De hombres? –Muy bien, de hombres. ¿A quién le dejo el dinero si ganas? –A Carmelita.
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Toda la misa, estuve preguntándome quien sería Carmelita.
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El chamaco de azul, después de haber asegurado su apuesta, me preguntó–. ¿Y qué hago yo si no gano? –Lo pensé, lo vi, estaba a punto de responderle: “Pues me pagas a mi cincuenta pesos”, pero después de notar su condición definitivamente humilde y de qué prefería discutir poco y consumir mi cigarro en silencio, le dije–. Dime tú, ¿qué me vas a dar a cambio? –Pues me rapo. No me gusta mucho la idea de raparme, pero me rapo. –Muy bien, de hombres. El chamaco de azul se carcajeó, me miró con toda la malicia que pudo y expresó contento–. Acabas de apostar con el diablo.
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Entendí, que probablemente estaba acostumbrado a apostar constantemente con los pobres católicos, y los asustaba frecuentemente con esas palabras, o buscaba sus miradas reprobatorias. Yo sólo alcé una ceja. Mi monaguillo de iglesia, el que tengo en el cerebro, empezó a preocuparse en ¿qué pasaría si ese chamaco de azul fuera el diablo de verdad?, mientras que la otra parte, el escritor, alimentaba esa idea con ganas y formaba distintos caminos, mientras se follaba a su secretaria. Porque todo escritor, en algún punto de la vida, debería tener una secretaria, y en algún punto de otra vida, aspira con follársela.
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Cuando ganó Pittsburgh, no suspiré de alivio. Ya estaba pensando como ir hasta la iglesia lejana para pagar mi apuesta. Ahora lo que estoy sopesando, ¿cuándo podré regresar para ver al chamaco rapado?
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