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Ayer, mi madre y yo compartíamos la mesa con nuestras respectivas laptops. Ella de repente dijo–. Por fín lo encontré –Yo salté de mi temporal distracción con tan decisivo comentario. –¿Qué encontraste? —El Libro de los Muertos –sus ojitos parecieron brillar detrás de sus lentes.
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DUN DUN DUN.
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Desde hace unos meses, o tal vez años, tiene una curiosa obsesión con ese libro, y con la egiptología en general. Mira con interés los programas de Discovery que tratan acerca del tema, y después, ella toma unos minutos para platicarme como esto, misteriosamente, se asocia con la religión católica y alguno de sus orígenes. Hay unos días que comparto su interés, hay otros días en que no. Días como el de ayer, simplemente, me dan un poco de temor.
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El Libro de los Muertos, es una serie de reglas, instrucciones y hechizos para viajar al más allá. Además, con el librito de los muertos, te vendían en un cómodo paquete los amuletos para enfrentar las preguntas de los dioses. El colguije con forma de escarabajo, por ejemplo. No sólo eso, es un mapa donde encontrar comida y refugio durante el viaje. Ningún faraón en su sano juicio se moría sin antes tener su Libro de los Muertos preparado.
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Al final del viaje, el mismísimo Osiris en persona mete la mano por el tronco, separa las costillas, desecha los pulmones y saca el corazón. Si eso no es suficiente, tiene el placer de explicarle a la momia lo siguiente–. Tu corazón será puesto sobre una balanza. Del otro lado habrá una hoja. Si tu corazón es más pesado que la hoja, pues mijito, ya valiste madre.
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Para que tu corazón no fuera más pesado como una hoja, debías, precisamente, seguir al pié de la letra El Libro de los Muertos. Es como la guía de Chilango para los restaurantes que sacan cada equis tiempo. Si quieres comer rico, y pasártela bien, lee la guía.
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En el aspecto más práctico y menos mítico del asunto… El Libro de los Muertos, se convirtió en una industria artística. Escribas y artesanos, debían completar el libro para los faraones. Más tarde, se permitió que aquellos que no fueran de la realeza pudieran comprar su copiecita. Era un trabajo artístico que era manejado a través de diversas personas durante los años que tomara escribirlo.
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Resta decir, que costaba una lana. En ese tiempo, bueno, las producciones no eran tan masivas, baratas y mediocres como ahora. Si habían rebabas, los egipcios los regresaban de inmediato.
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Me gustaría recalcar la importancia de las imágenes sobre los textos. Los dibujantes tenían prioridad para trabajar en el libro. Los escribas sólo tenían oportunidad de usar los espacios que los dibujantes les dejaran. Muchas veces los textos eran truncados o tenían faltas de ortografía, a favor de la ilustración y los jueguitos didácticos.
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Supongo que sería un buen negocio vender copias personalizadas de un Libro de los Muertos en la actualidad.
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Puedo imaginar con cierto romance, que mi madre y sus manos de pintora, quisieran hacer un Libro de los Muertos para ella. En ese sueño romanticoide, que sólo será válido por esta mañana, me daría la tarea a escribir lo que hay bajo cada dibujo. Pero eso sí, que me de chance de escribir lo que se me antoje. En vez de Osiris, hablaría de un perrito bueno que la lleva por la pradera, donde únicamente se puede estar seguro y con bienestar. Ja. Creo que el sueño pasó.
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Un Libro de los Muertos, es una guía de reglas para el buen vivir. El buen vivir, básicamente, consiste en portarse bien. Decir sólo mentiras piadosas, acostarse con una sola pareja, amar a los hijos, confiar en los gobernantes, sonreír cada mañana, permitir el paso a los peatones, dar los buenos días a tu vecino, educar a los analfabetas, donar algo de dinero a tu causa preferida, no matar, ni follar de manera extraña. Como todas las reglas del buen vivir, son más bonitas si se ven como arte. Y nada más.
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