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Esta mañana se volcó un camión de papayas, bloqueando la autopista México-Puebla durante varias horas. Curiosamente me subí a mi camión de Puebla a México a las cinco de la mañana. Hora muy próxima en la que, al parecer, se volcó el camión. Pueden leer la nota en “El Universal”, mi periódico preferido por costumbre generacional. Camión volcado es retirado en la México-Puebla
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Recuerdo que me subí al camioncito, me recargué en el asiento y cerré los ojos. Cosa que normalmente no hago. Ya instalado y listo para viajar, sacó algún juguetito para perder el tiempo, como el ipod o el nintendo ds, lo que encuentre primero en mis bolsillos. Esta ocasión, después de haberme despertado a las 4.30 de la mañana y dormir sólo dos horas, me dije–. Tengo que dormir porque mañana… tengo junta a las nueve de la mañana, y debo estar despierto… debo estar atento.
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Dormí y desperté alrededor de las ocho de la mañana. Una fila interminable de coches se miraba a través de la ventana. Parpadeé un par de veces y pensé–. Bueno, si esto empieza a moverse en diez minutos, tal vez, si alguna divinidad es buena conmigo, llegue a las 8.40 y pueda tomar un taxi. Llegar tarde a la junta es mejor que no llegar –Media hora, mis ojos se movieron entre el reloj y la ventana. Al ver un avance ridículo, me di por vencido y pedí prestado un celular. El hombre que me lo prestó tenía una mirada un tanto agresiva, pero lo hizo de todas formas. Llamé a mi asistente de dirección y le avisé mi situación.
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–Bueno, si llegas al D.F., háblame y lo arreglamos. Tal vez estemos en junta para entonces.
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Suspiré. Dormí de nuevo. Cuando desperté, ya eran cuarto para las diez y el avance no era significativo. Me quedé despierto un rato, escuchando las bromas de una bola de trabajadores que viajaban juntos. Los rumores decían que el metro estaba a media hora caminando, pasando un cerro. También los rumores decían, que el camión que salió a las dos de la mañana de Puebla estaba en la misma fila interminable. Eso era una mentira, pero para entonces, cuando uno se encuentra en esas situaciones, todos los rumores son creíbles. Uno de los trabajadores jocosamente, le dijo a otro–. ¿Un descancito? –todos se rieron. Mientras que otro, para continuar la broma, habló a su jefa por celular–. Estamos todos atorados en el camión, no vamos a poder llegar.
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A las 11 hice lo que la mayoría había hecho. Bajarme y caminar. Hablé por teléfono a la oficina para avisar donde estaba (con una mágica tarjeta ladatel). Caminé en un lugar que estimaba era entre Chalco y Los Reyes. Uno que para mí era desconocido ese día, lleno de polvo, de gente que se parecía mucho a mis asaltantes y de viajeros frustrados, que debíamos llegar de una forma u otra a nuestro destino. Caminé durante media hora –pasando el cerrito y dos remolques llenos de cerdos–, hasta que llegué al famoso metro “La Paz”.
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El Metro La Paz, AKA –Estación Culo del Mundo– es la última estación en la esquina inferior derecha, según el mapa del metro. Es uno de los extremos de la “Línea A” (porque para entonces se les acabaron los números). Después de comprar mis boletitos de metro, me paré frente al mapa del metro y analicé mis opciones. Dos minutos la estación, dos minutos el transbordo, aproximadamente una hora en el metro. ¿Por qué no? Hacía mucho que no viajaba en metro, y no escuchaba vendedores ambulantes, y exdrogadictos que venden gelatina, y pláticas ajenas de señoras, y amantes viejos besándose levemente al frente de decenas de personas…
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