De esta estrella, cuyo recuerdo a partir de hoy sólo conservaré esta foto, debo decir verdad y confesar que me la regaló un hombre. Mi mejor amigo, un día, llegó a platicar conmigo y la extendió para dármela–. Me la dieron en la calle, toma, ya me harté de andar con ella –asentí lentamente, y seguro, hice alguna ridiculez como llevarla en la oreja o pasearla como un globo, o como un perrito, presumiéndola a seres humanos, perros y microbios por igual. Una semana después, mi amigo estaría avisándome de la influenza, y como un hermano que es, me advirtió que los fumadores estaban etiquetados en el hospital como pacientes de alto riesgo. Hoy la estrella la tiramos a la basura, ya estaba medio desinflada y son recuerdos someros.
Tuve mi primera junta. La segunda será este lunes. Nuevos personajes (como no, ya lo esperábamos): un enano y una mujer de mediana edad, bella, divina, hermosa, con cuarenta hijos. La junta fue divertida, no puedo negarlo, aunque la voz del director de casting se relega a un tercer, cuarto, quinto plano. Nos citaron a las diez de la mañana, entramos a la junta a las dos de la tarde, tal vez un poco después. Aproveché para estirar las piernitas, arranarme bien sobre el sillón y dormir. No estaba adentro de la junta, podía darme este lujo, creo… si no, mañana me dirán–. No te duermas en las juntas niñito cabrón hideputa.
No ronqué.
Tembló, sí… tembló. Alguien en la junta avisó–. Está temblando.
–No, ¿de verdad?
–Las aguas se están moviendo.
Y empezó a sentirse de verdad. Sin embargo, nadie abandonó la sala de juntas. Me puse a mirar alrededor de la sala de juntas para ver donde esconderse, en caso de que la oficina se quebrara. Terminó el temblor, el director juntó las manos y nos dijo–. Siempre hay algo que nos aterriza, ¿no es cierto? –Empezaron a sonar los teléfonos y la junta continuó. Ya estábamos viendo casting, cuando me hablaron mi suegra y mi cuñada, tuve que colgar y continuar en mi trabajo. Qué pausa tan casual, tan extraña, tan… bueno, natural, en el sentido más puro de la palabra. No había otra cosa que hacer, más que continuar.
Al terminar la junta, hice las llamadas telefónicas correspondientes. Hola hermano, ¿cómo estás? Hola cuñada, perdón por colgar el teléfono, y Puebla no contestaba. Si Sol no se encontraba bien, ya me lo habría dicho mi cuñada… pero llamé de todas formas. Todo esta muy bien cuñis, Sol está bien, mi mamá estaba histérica por ti. Mi mamá –definitivamente– no estaba histérica por mí, supongo que pensó había sido un pequeño movimiento telúrico, de esos que nos visitan de vez en cuando. Mellye llamó por teléfono a mi mujer, mientras ella terminó marcándome a mí. Tantas líneas transparentes, cruzándose en el aire, recruzándose, revolviéndose, revolviriéncroce.
Hablamos brevemente. Me mandó un e-mail reclamándome mi poca emotividad y preocupación. Estaba preocupado, de verdad, pero también estaba cansado.
Julio Regalado es mi último proyecto en Carrillo Casting.
(nueve diítas, y contando).