Hace tiempo, existió Bob, era un cacto, y era bueno. En alguna parte de mi blog, me dediqué a escribir su espinoso pasado. También escribí nuestra vida compartida (porque estuvimos juntos mucho tiempo, vaya que sí). Por alguna razón, la gente a mi alrededor me preguntaba por él y se le quedaba mirando, esperando que fuera tan vivo y dicharachero como lo era en mi blog. –No les digas de mi –me susurraba Bob, quien se quedaba silencioso en mi hombro como un loro, yo creo que triturando sus espinas contra sus espinas para soportar el pánico escénico, y con el vertiente de la naturaleza se dedicaba a mirar a la gente que lo miraba. Reflejo y contrarreflejo. A veces me sorprendían hablando con él, pero pensaban que YO estaba loco y así se solucionaban muchas cosas. Mi mujer me lo dijo en múltiples ocasiones: No me gusta Bob.
Bob tenía una respuesta muy sencilla a su desprecio: Es humana, la perdono, así como te perdono a ti. ¿Ahora me llevas a una guardería? ¿Por favor?
El cacto disfrutaba, o bueno, disfruta, comer gatos o niños humanos. Hasta ahora, he logrado evitar que se coma a los niños. Aunque hubo un periodo de nuestras vidas que está incompleto: Alguna vez, Bob se me perdió, y tuve que buscarlo en todos los rincones, de todo el mundo (sin embargo, esa historia todavía no la termino. Prometo hacerlo algún día). No lo encontré, porque el destino a veces no permite que los viejos amigos se encuentren, se abracen y hagan la famosa remembranza de los mejores tiempos (el pasado, siempre pasado), pero tampoco me quedé sin saber de él y guardé la esperanza de su regreso. Algún día, pensé. Así que abandoné mi búsqueda, me casé, dejé mi trabajo regular, me mudé de estado, hice muchas cosas sin la voz petulante, pero siempre cierta, de mi viejo amigo.
Hoy, curiosamente, su primer detractor fue quien lo encontró. Mi mujer encontró a Bob, el cacto, y lo trajo a casa. ¿Qué hay más divino que la mujer que amas, sea la única persona que puede traer a tu mejor amigo de los infiernos? Sí, exagero, pero Bob…
Nos quedamos mirando en silencio durante un largo rato. Él no dijo palabra, yo tampoco dije palabra. Era el mismo, pero Bob no quería hablar conmigo. Definitivamente, estaba más grande que cuando nos abandonamos. Y su “hermano” ya era un hombresote, como él. Grande, y definitivamente fálico, como él. –Te conseguiré una maceta todavía más grande (otra vez) y la tierra para cacto (de nuevo) –Es todo lo que dije. Bob no respondió. Me encogí de hombros, besé a mi mujer, le di las gracias por encontrar a mi amigo, fuimos al cine y esas cosas que hace la gente casada. Pasaron las horas, hasta que regresamos…
Ya en casa, mi mujer y yo platicamos de la película, de dormir, de esas cosas. Ella subió primero, junto con Killer, el french minitoy. Yo apagué las luces, y lo escuché–. Hey, hey… espera.
Era Bob, hablándome otra vez.
–¿Puedes subirme? Esta muy oscuro aquí.
Parpadeé perplejo. Los últimos días que estuvimos juntos, estaba cansado y se la pasaba durmiendo. Escuchar su voz fue un viaje al pasado instantáneo que me recordó tantas cosas… La maldición de los tres puntos, el escondrijo natural de los sentimientos y los recuerdos. Lo doloroso, o lo duduoso, lo incierto.
–Hey, hey, son bonitos recuerdos… ya extrañaba leer tu mente.
–Agradecería que ya no la leyeras.
–Es inevitable leer mentes, todo mundo habla, no se calla. Simplemente que tú… bueno, me caes bien, y te extrañaba. “Me sentiré solo el día que no estés…”
–Creí que ya no repetiríamos esta rutina, donde nos cuesta establecer que somos amigos.
–Entre caballeros, es necesario hacerlo cada tanto, sobre todo si no nos hemos visto todo este tiempo.
Prendí la luz de nuevo, lo llevé a mi hombro y descubrí que ya no era tan sencillo balancearlo para que no se cayera. Bob, usando sus espinas como pequeños ganchillos, se amarró a mi camisa.
–Ahhh, los ritos. Antes, cuando hacías eso, lo hacías directamente sobre mi hombro y me dejabas sangrando. Nunca escribí sobre eso.
–Lo sé. Porque pensabas que era demasiado sangriento y de mal gusto.
–Sí, creo que sí. Pero lo hacías.
–Bueno, he cambiado un poco. Soy un poco más considerado con la persona que se considera mi dueño.
–¿Me contarás que pasó en el otro lado?
–Algún día. Te lo prometo. Mientras tanto, ¿puedes hacerme un favor?
–El que quieras.
–Porno, de rubias. Necesito porno de rubias.
Me reí.
–Todo el que quieras.