Últimamente tengo eso en la cabeza. Si escribo, me tiene que gustar. Me tiene que hacer reír en voz alta, si es a carcajadas mejor. En otros casos me debe provocar una gran erección. Me debe hacer sudar por las confesiones tan gruesas que estoy haciendo. Tengo que dirigirlo a un lugar. No siempre puede ser al azar. ¿Oh, ya vieron eso? Sí… eso. ¿De qué hablaba? Ah, perfecto, sí. Tiene que ser breve y para mí, perfecto. No alargarme con tonterías. No salirme del camino. Como burro con antifaz. ¿Burro con antifaz? Ah, ¿si ya lo vieron? ¿O estoy mal? El burro tiene que caminar su línea. Ah, pero qué digo. No tengo la misma constancia, ni los dotes físicos, de un burro. Es la verdad. Apenas y rebaso el meñique. En algunas noches me siento en la banqueta a llorar. El burro se ríe de mi a lo lejos, con todo y antifaz. Cortito y perfecto, alza la pezuña, con la otra se tapa la mitad del rostro, y la risotada fácil. Aguanta vara, le digo, estaba hablando de otra cosa pinche burro. Estoy hablando de escribir, cortito y perfecto. El burro se carcajea. Sí, perfectamente corto, me regala el antifaz y me dice: Póntelo, te hace falta más a ti que a mí.
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