Cigarrillos y artes marciales. Dicen que no se llevan. Cuántas mentiras puede gritar el hombre y cuán frecuentemente es el fariseo en vez del creyente. Solía tener un diario de quejas, hasta que en un viaje, encontré todos los diarios que escribí en todos los universos posibles. Puras quejas, pensé, dentro de todo lo que pensé. No los leí todos, o si no, me habría quemado junto con el barco, pero tuve el placer de repasar algunas páginas. Desde entonces, ya no guardo un diario y prefiero que mis pensamientos sobrevivan en la cabeza. Esa es mi respuesta a la broma universal, al que pasaría sí… después de todo, soy el superviviente, soy Simón Dor, el viajero. Soy el final del viaje y no se necesitan más palabras para continuar un destino que ya está completo. Vine a buscar mi muerte, pero curiosamente, entre más la busco menos muero. Este intento es otro engaño. Escogí un lugar donde sentarme a mirar el cielo, esperando engañar a la muerte y que esta venga a descansar los pensamientos del viejo. ¿Y si son los deseos los que no me dejan dormir? Porque todavía deseo, deseo tanto me es posible, deseo pequeñas cosas en el día las cuales no puedo evitar y ahí voy, tras ellas. El pequeño árbol suspira y me susurra:

–Deja de desear tanto, puede ser que por eso no te mueres

–¿Será?

–Es.

Me encojo de hombros y enciendo otro cigarrillo. En el jardín hago mis rutinas, mis estiramientos, todo aquello que me enseñó sensei Gorostiza cuando no estaba dormido. Un cigarro prendido en mis labios. En la casa de enfrente se mudó un hombre y ese mismo día, descubrí que hacía las mismas rutinas. Era un hombre de piel morena clara, bigote revolucionario, pelo corto casi como un militar. Las mismas rutinas. ¿Acaso también fue alumno de Gorostiza?

–Quédate aquí, pequeño árbol –le dije.

–Mis raíces no tienen ganas de moverse, aquí te espero –respondió.

Caminé a la casa de aquel hombre y lo miré mientras hacía sus rutinas. Un gesto descortés, que respondió con la misma descortesía: Ignorándome. Entré a su jardín y di un golpe directo en su cuello, el cual bloqueó con su antebrazo derecho. Un movimiento natural y bien medido. Quise patear su estómago con mi pierna izquierda, pero lo bloqueó con su antebrazo izquierdo. Esto era demasiado bueno para ser verdad. El hombre respondió con la palma de su mano, la cual se dirigía rápidamente a mi nariz y me doblé hacia atrás. Escuché el rugido de mis articulaciones. Viejas, pero necias.

–Cuidado viejito, que a diferencia de ti, yo soy un asesino –respondió Medel–. Eres el otro alumno de Gorostiza. Ven, pasa a mi casa y bebemos una cerveza.

–Mejor tequila –le respondí.

Una tarde breve y buena, de esas que raras veces te regalan los cielos.

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