Imaginemos, por un momento, una escena nocturna. Casi la media noche. Dos parejas y una señora, en la parada de un autobús que siempre repite el camino y su conductor ya está acostumbrado a los semáforos, el mismo camino invariable y, ¿por qué no?, inexorable. Porque hay hombres que están atados y repetirán lo mismo, aún si renacen, aún si acaban en el cielo o en el infierno. La señora leía unas fotocopias, tal vez estudiaba para su trabajo o tal vez estudiaba importantes textos para su carrera, o su preparatoria abierta, o su escuela para adultos. Una pareja era de jóvenes amantes, aquellos que todavía tienen mucho por reír y por negociar antes de tocarse los sexos. La otra pareja (adultos), apenas se conocía, por las distancias que guardaban y la conversación que compartían para matar el tedio. Hablaban de la decencia, del deber ser, del recato y de lo agradable de la velada. Miraba los labios de ambos y ponía palabras en sus bocas, inventando cientos de historias. Ella sacó un suéter de su bolso porque el frío, él aprovechó ese momento para acercar su mano y tirar de su cabello. El tirón empezó suavemente y gradualmente subió su fuerza. Los quejidos de la mujer fueron suaves, pero se escucharon lo suficiente para que la mujer alzara la vista de sus fotocopias y la otra pareja olvidara sus negociaciones, sus chistes estúpidos, su timidez para rozar la carne. El hombre la jaló, su mano comunicaba las instrucciones a la nuca de la mujer. Se besaron, lo recuerdo bien, porque estaba del otro lado de la acera mirando. Ella le descubrió su lengua, él le descubrió sus dientes y compartieron la corrupción del beso. “Lengua”, dijo el hombre, entre otras palabras. ¿No me permitas olvidar tu lengua? ¿Haz con tu lengua todo lo que desees? ¿Usa tu lengua como bien sabes? ¿Tu lengua me supo mal, aléjate? La última no pudo ser, porque la mujer deslizó su mano suavemente sobre el sexo del hombre, por encima de sus pantalones. Me sonreí y me sonrojé, qué mirón eres Agustín. La mujer sonreía y cerraba sus ojos. Cuando se alejaba el hombre seguía murmurando palabras. Estaba presenciando un encantamiento nocturno, un hechizo oscuro, el inicio de una misa negra.
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