La Navidad en casa de los Salazar es para el estómago. Ya conozco el ritual donde mi familia platica y preguntan los antojos. A los días siguientes se hacen las compras. No falta la ensalada de la abuela, la pierna, los pasteles y los helados. Comer, dormir y ver películas o series a través de la red inalámbrica. Eso, al parecer, es un cielo personal. El cielo de un hombre moderno, escondido en su pedazo de ciudad. Totalmente contrario a las costumbres familiares de mi mujer, que involucran los paseos a las tiendas, curiosear los aparadores, atravesar los ríos de gente, las búsquedas de luces, las visitas a todas las familias para comer el famoso recalentado, el cine de fin de semana porque luego no hay otra cosa qué hacer. Tal vez se debe a que mi familia es pequeña y viven en un lugar pequeño. Este año, disfruté mejor esa costumbre pasiva de mi familia. Debe ser la edad y mi estómago, infinitamente más grande. Ya no tengo el mismo hervor para quejarme del frenesí capitalista y que diciembre es la época donde los diablos nos piden más dinero y una línea de crédito más grande. Me auto regalé una cámara de bolsillo. Jugué junto con mi hermano pedazos de historia en 16 y 32 bits (Ninja Gaiden Trilogy y Castlevania Rondo of Blood). Vi a mi esposa dormir, mientras nosotros jugábamos, nos servíamos más refresco o ensalada, o mirábamos las aventuras de Rick, el tipo con la casa de empeño en las Vegas. Mi esposa se quejó–. No dormí bien, todos ustedes tienen el mismo horario. Somos de noche, ¿qué decir?
Para terminar el año, sigo leyendo “Tiempo de abrazar” de Onetti. Otra vez ese curioso tema donde hay un amante menor de edad. No en la misma circunstancia que su cuento “La cara de la desgracia”, pero similar. Sí, ya sé, obvia referencia a Nabokov ¿Es la única? Ese tema jaló tanto que escribió su cuento dos veces.
Los hombres de Onetti, esos hombres hartos de su vida, de rasgos aparentemente misóginos (simplemente tienen miedo), esos hombres de ciudad que sueñan con ser hombres provincianos, como los gauchos, o los vaqueros de Marlboro. Desprecian el dinero, pero ahí están. Desprecian las luces de los bares, pero viven encima de ellas. Me hizo sonreír en el momento que sentenció: “Las mujeres no saben fumar”. Otra línea maestra: “Ojalá fuera tan fácil como desnudar un brazo”. Son hombres que desean ser otro hombre: un hombre rústico y supuestamente verdadero, pero es que piensan demasiado. Son los ingenuos que desprecian.
Borges también hablaba de esos hombres, los marineros, los de provincia, para él eran hombres violentos. Onetti, con Julio Jason, los pinta como un modelo, una meta deseable.
Las mujeres de Onetti son voluptosas, deseables y rencorosas. No importa si son inteligentes o vulgares, huecas o astutas, son una fuente de conflicto. Cuando un personaje masculino subestima a una mujer de Onetti, inevitablemente recibirá un castigo. Las mujeres de Onetti son carnosas, pinta a la perfección sus cuerpos. Supongo, que un lector de Onetti siempre tendrá una erección.
Como una broma para terminar el año, Facebook me hizo el favor de mandarme una notificación. Alguno de mis primos, por algún motivo, me etiquetó en una de las fotos que subió mi padre. Mi padre, pues, jamás ha platicado conmigo. Durante un rato me quedé mirando la fotografía y luego el nombre de mi padre. “Every cowboy has daddy issues”, tal vez por eso hablo de vaqueros, de gauchos, de los hombres modelos y de modos familiares. Recuerdo, hace unos años, cuanto peleaba, y apretaba los dientes, pataleaba y golpeaba para hacerme un lugar en dónde fuera. Ahora parece que no tengo que pelearle a nadie, y sólo me quedan esos momentos metafísicos donde una fotografía, una etiqueta de facebook, un cigarrillo consumido, el escándalo alrededor, moldean mi rostro y moldean mis manos, y me hacen quién sabe qué. Cerré la fotografía, hice una mueca y luego me dirigí a ese otro lugar. Hablar de lo que uno siente, sin hacerlo mierda.
Es decir, escribir bien es lo mismo que comunicar o negociar en el mundo. Expresar los sentimientos requiere maestría y delicadeza. Requiere que las manos o la boca, o el sexo, sean una plumilla y abrir el flujo para que sea preciso. Pensaba, tal vez, que debería escribir sin que los sentimientos se apoderaran de la hoja. Evitar la cursilería. Ahora, pienso que la meta es tal vez… manejar la pluma y sentir… Algo en qué pensar. Onetti logra que los hombres de Onetti odien su propia cursilería, pero a la vez, sienten cuando se requiere. Algo en qué pensar.
Para terminar el año… estaba en la camioneta de mi suegro, mirando por la ventana los plantíos de caña que abundan por el sureste de la República. Sol hablaba con sus padres acerca de la Navidad y lo que hicimos en casa, mientras yo simplemente trataba de robarme paisajes. Me mareaba, porque el señor conduce rápido de verdad y me hace darme cuenta que apensas soy un fragmento de hombre porque a veces, no me sentía con estómago para soportar su velocidad y su destreza de carretera. Supongo que algunos hombres adquieren esa habilidad en algún momento, los hombres que viajan en sus coches. Para terminar el año, estoy en ese lugar donde empezaron muchas cosas, donde se dice mucho de lo que soy ahora y de la persona en la que me convertí. ¿De veras? Sí, creo que sí. Muero de sueño. Esta entrada es sólo para desear lo mismo que todos deseamos en las etapas decembrinas, de frío y de comida, “malditas etapas de cerdos capitalistas”, y es el deseo de que terminen bien su año, la pasen junto a sus seres queridos, que adquieran esa maestría de la pluma, que adquieran esa maestría en todo lo que deseen, y no sólo los buenos deseos para el siguiente año, si no que los deseos traguen y consuman su cuerpo hasta que se vean obligados a cumplirlos. Vivir mejor, vivir bien, vivir haciendo, es todo lo que te puedes pedir.
Salud.