Estoy cansado, el cachorro me ha dejado exhausto. Este puente dormí, solamente dormí. Casi no he tenido el placer de salir a la calle, por el simple placer de salir. Extraño las caminatas esporádicas que me ayudaban a pensar. También extraño mi oficina, dónde podía trabajar, escribir, leer o jugar con tranquilidad. Sobreviví la primera semana. Tener un cachorro es una guerra.

Las tareas más simples se convierten en piruetas de circo. Por ejemplo, salir de la casa sin que ella salga. No la puedo dejar salir por esa cuestión de las vacunas y el moquillo. Cuando la cuestión de las vacunas esté arreglada, no puede salir sin correa o se irá tras el primer pollito que huela, sin importarle su propia seguridad. Ir al baño es divertido. Nico me sigue y se sienta afuera. Eventualmente empieza a llorar, con la sospecha de que detrás de la puerta encontré un portal a otra dimensión y que me he ido. Cada vez llora menos. El truco es no hacerles caso cuando uno sale, cuando uno se va de la casa, cuando uno regresa a la casa. Un truco que requiere persistencia y paciencia.

Este fin de semana nos animamos a dejarla libre en la casa mientras hacíamos el súper y otras cosas. No nos fuimos mucho tiempo. No dejaba de pensar en la promesa de un desastre: ya se había comido los libros, ya se había comido un sillón o ya se había comido la mitad de la casa. ¡Se ha comido a la señora de la limpieza! Ah, la señora… no empecemos con eso. Cuando salimos, me di cuenta que olvidé pedirle que no saliera, que no dejara la puerta abierta o la perra se iría para siempre. Sol me acarició detrás de las orejas y me dijo–. No te preocupes, no saldremos mucho tiempo.

Tiene problemas de dientes. Incluso una caricia puede traer una suave mordida, un pequeño apretón de hocico. Necesita que morder algo con regularidad. Tiene una carnaza, tiene cinco juguetes y una manta. Insiste en tratar de subirse a los sillones. No dudo que tarde en lograrlo. Una vez la caché jalando el mantel y tuve que aplicar correctivo inmediato. A veces está loca y se esconde bajo los colchones de las camas para perros, y ladra, ladra, ladra. No sé a que jugará cuando se pone los colchones encima, o las mantas, o los juguetes. Necesidad de tener un hermano, uno más joven que el Killer.

El Killer la observa desde una altura segura, en uno de los sillones. La mira ir de un lado a otro con los juguetes. Nico se le acerca, trata de saltar y llegar a él, le ladra para llamar la atención. Killer, como un gato, simplemente guarda silencio y entre cierra los ojos. No demuestra el más mínimo interés de hacer que la perrita sea feliz en sus pisos, sus esquinas, sus juegos acostumbrados. Killer recuperó su cama hace poco, cuando a Nico le compramos una más grande, más espaciosa. La fuerza de la costumbre la lleva a la otra cama. Nico y Killer cuando nadie los está viendo, continúan la guerra por esa cama.

Un perro feliz es un perro cansado. He leído eso, curiosamente, hasta el cansancio. Si juego con ella, me canso yo primero. Ya que salgamos a caminar y le platique en silencio de cómo es el mundo, aún cuando es un perro y no me entienda nada, supongo que descubriremos juntos como es el verdadero cansancio. La supuesta compenetración de un amo y su perro. Uno de tantos cielos personales para un hombre común y corriente.