Este año quiero practicar numerosas veces el acto de tomar un libro y enterarme, ya varias páginas después de leído, que escogí un suplicio o un beneficio. Aprovechando que mi espalda me mantiene en una postura recta, ya sea en el asiento o en la cama, he leído durante varias horas sin interrupción de oficio.

Descargué cientos de libros en la biblioteca digital de Gutenberg y ahora escojo un libro al azar para la lectura. Si el libro me aburre, continúo algún otro que tenga abierto y la lectura se convierte en un juego muy dinámico. Me recuerda hace algunos años cuando me saturé leyendo y terminé con el cerebro escurriéndome por las orejas. Esta vez lo manejaré con más responsabilidad. En vez de terminarme un libro de putazo, procuraré tener otro abierto para ni siquiera pensarlo.

(Lo cual es irresponsable. Es como manejar borracho o quitarle el filtro a un cigarro que lo tenía en un principio. Las lecturas, igual que la escritura, se reposa. Hay lecturas que tardan años en que el cuerpo y la memoria las asimile y modifiquen tu vida. Hablo en serio. La vida es modificada por un libro, por unas cuantas líneas. Ya sea que no ves el color blanco como solías verlo, ya sea que te lavas los dientes distinto o que ahora doblas tus pantalones en el momento justo antes de coger. El libro te cambia. La lectura actúa en tu cuerpo y tu mente, se mete en lo más profundo que puede guardar tu cuerpo, o tu cerebro… algunos le llaman alma [ánima que controla las actitudes y los humores], otros le llaman caracter. Quién sabe cuántos nombres tendrá, pero un libro puede cambiarlo.)

El fin de semana, a razón de mi espalda dolorida, me leí dos libros de un explorador inglés, Louis Becke, que narra sus historias en Australia. Cuenta la historia de un aborigen esclavo y de una serpiente que muda de piel, así como los aborígenes descubrieron la dinamita como un método de pesca y diversión. Ambos libros fueron una agradable sorpresa y un descanso para mi cabeza ensonetada.

Llevo varios días leyendo un libro de sonetos y estoy buscando en él sonetos viejos, comprensibles y que narren una historia. Es complicado, porque el soneto al ser una herramienta romántica, suele usarse para el amor y el odio, la tristeza del que se ha ido y las grandes hazañas heroicas de algún desconocido. Muchos sonetistas, poetas, escriben con un vocabulario envidiable y necesario. Qué chiste, pienso divertido, ya sabía que tenía un libro de sonetos en las manos y que encontraría estas delicadezas del lenguaje, juegos y jugadores que reconocen y aman el vocabulario que han aprendido a través de los años. Qué chiste –me digo–, pero también leo divertido los ires y venires de las palabras, los acentos y sus sonidos. Algún día aprenderé a escribir soneto, susurro envidioso, mientras leo con paciencia los endecasílabos.

Otro libro al azar que tomé, sin sospechar el resultado, fue un libro de anécdotas de Abraham Lincoln. Un coronel que fue amigo íntimo de Lincoln, después de su asesinato, hizo la tarea de juntar historias que el Presidente solía contar antes de su muerte. El hombre a menudo contaba una historia para explicar las cosas (“Eso me recuerda una historia”, suele decir Lincoln en el libro y luego procede a contar una anécdota de la infancia, de su trabajo como abogado o algún relato bíblico adaptado a sus tiempos). El coronel inicia el libro advirtiendo que su compilación es de historias que sirven para la vida, para explicar sucesos que parecen inexplicables y que su libro debería ser colocado junto a la Biblia, a las fábulas de Esopo y junto a todos los cuentos legendarios que ofrezcan moralejas. Incluso, si no mal recuerdo, compara a Lincoln con Jesucristo. Si uno atraviesa las advertencias y las comparaciones, el libro es muy agradable y es divertido. Ofrece una perspectiva única en cómo conocer a una figura pública como Lincoln, a través de sus anécdotas y de como la gente lo mira, como lo describe, como funciona a su alrededor.

Esos son mis días de lecturas convertidas en sorpresas, de libros que jamás pensé pondrían el ritmo a mis ojos. Incluso el libro de sonetos, que ya sabía lo que era, se convirtió en un descubrimiento. Son los libros ocultos, libros que se esconden o que agotaron su  mercadotecnia masiva. Son libros de los que es muy difícil que te vendan las canciones, la película y que en combo te regalen la impresión. “Compra el libro de Abraham Lincoln, compre nuestros sonetos de amor, y le regalaremos una coca y un refresco.” Los libros desdeñados y olvidados, por culpa de los otros que tienen letra más grande, más bonita, porque apestan a hojas recicladas y a tinta de impresión. Son los libros que esperan a que hagas el acto de tomar un libro, y que los leas, aunque no sepas lo que son.