Este es un cuento que se escribió a tuitazos. Luego me cuentan si les gusta.
Esta tarde, cuando pensaba salir a pasear con mis dos perros, descubrimos a una mujer que lloraba en nuestra banqueta.
Estaba sentada, con las piernas dobladas al rostro y se balanceaba. El sol no tardaba en ocultarse.
Ella miraba hacia nosotros, usaba un vestido blanco, jirones de cabello cubrían sus ojos. Era muy vocal para llorar.
El perro más pequeño, con su complejo de macho alfa, se adelantó a mí y ladró. Sus patitas brincaban con cada ladrido.
No debió hacerlo.
¿Pero cómo íbamos a saberlo?
El perro más pequeño avanzó unos pasos más sintiéndose valiente. Ninguno esperábamos lo que sucedió después.
Se abrió el vestido blanco de la mujer que lloraba y su piel se hizo tan blanca como su vestido. Parecía un flashazo…
Pensé que un clavel blanco se había comido la realidad. Escuché los ladridos del perro pequeño y traté de llamarlo.
Cerré los ojos.
La mujer que lloraba, seguía llorando, llorando todo lo que tenía por llorar.
No me lastimaba la luz, me lastimaba la cantidad de blanco, era como si mis ojos se hubieran transformado en pantalla y…
y… ya no existiera otra cosa.
El vestido blanco se lo llevó.
El perrito ya no ladraba, y mi otro perro, en vez de asustarse, sencillamente se echó detrás de mí. Sabía que no tenía caso ladrar.
El sol ya no existía.
Observé a la mujer de vestido blanco y pensé lo que muchos pensaron—. A la mejor es la llorona, la de verdad, o es una versión moderna.
Ya saben que todo mundo hace versiones modernas de cuentos viejos por muchos motivos: jueguito, ingenio, necesidad, oficio.
Ocio.
Falta de seso.
Tenía una versión moderna de la llorona para mí. Eso debía ser, qué afortunado (Pensé y pensé). Busqué una cajetilla en mis bolsillos.
Ah… había dejado de fumar. Qué buena onda.
Saqué mi teléfono para llamarle a alguien y no tenía señal. Incluso el fondo de pantalla era —curiosamente— un clavel blanco.
Me gustan los claveles.
Los claveles me recuerdan cuando de niño, mi abuela y yo paseábamos por los jardines y ella me decía el nombre de las flores.
Las flores más escandalosas, además de las rosas por supuesto, eran los claveles. Claveles rojos, claveles blancos.
—Esto se llama clavel —me dijo—. Ahora vamos a buscar otro jardín para ver si recuerdas el nombre de las flores.
Buscamos muchos jardines antes de que nos aburriera el juego.
Hice una mueca. Podía entrar a la casa a esconderme, pero mi mujer no me perdonaría que el perrito se hubiera perdido.
Y el otro perro, que estaba echado y con los ojos cerrados, no me daba buena espina.
—Me salió más listo —susurré—. Mejor se hace el muerto y que el cabrón que se presume su dueño lo solucione todo.
—Él nos alimenta, nos saca a pasear, nos dice dónde dormir y dónde cagar… pues que él se haga cargo de los espíritus.
Pensé, molesto, que un gato ya habría solucionado las cosas.
La mujer seguía llorando. Recordé un incidente similar que había tenido con un hombre que se tragaba la tierra de mi jardín.
Era un hombre que se comía la tierra, que cavaba un agujero y que no respondía ninguna pregunta. ¿Qué le habrá pasado después?
Un sabor a tierra me picó la lengua, era un recuerdo.
Suspiré, los recuerdos no estaban solucionando nada y la mujer todavía tenía muchas lágrimas por derramar.
Así que hice la pregunta estúpida que había hecho en mi cabeza desde que se llevó a mi perro—. ¿Eres la llorona?
No debí hacerlo.
¿Pero cómo iba a saberlo?
El vestido blanco de la mujer se extendió de nuevo. Un nuevo flashazo de luz ocupó todo mi rango de visión…
Sentí sus diminutas lágrimas como esquirlas que atravesaban mi piel y me llevaban a otro lado. Me iba a romper.
Pero el otro perro, que se había tenido la gracia de jugar al muerto, me ofreció su protección.
Sus orejas grandes y su baboso hocico, se adelantaron a mí y recibieron todo el castigo. El perro que se hizo el dormido…
…desapareció.
La mujer que lloraba no paraba de llorar.
Tuve un pensamiento absurdo. Había sucedido como en un videojuego y ahora sólo me quedaba la última vida.
También se me ocurrió una certeza en ese instante: Un gato no me hubiera salvado la vida.
¿Me habían salvado la vida? Me sentí culpable por todo lo que había dicho del perro, porque así es uno.
Llega el momento donde uno se “desdice” de todas las pendejadas que dice.
Traté de hacer una relación de eventos: hombre que come la tierra, clavel blanco fondo de pantalla, perros desaparecidos,
lágrimas como esquirlas, un vestido blanco que se come la realidad, una mujer que no para de llorar,
te recuerdo abuela, y recuerdo los jardines por los que paseamos tantos días ofreciendo el nombre de las flores,
parece la llorona pero no es la llorona, personas que escriben cuentos viejos como cuentos nuevos por… por…
ocio, ingenio, beneficio, astucia, falta de ingenio, diversión, falta de seso.
Se supone que en un videojuego de detectives, uno hace ese tipo de relaciones y sabe después para donde moverse.
Sí, se supone.
Se supone la vida, se suponen muchas cosas, se supone que nadie moriría, se supone que todos viviremos para siempre.
Se supone.
La mujer que lloraba hacía lo que mejor sabía hacer—: Seguir llorando.
Luego se me ocurrió que los perros me querían llevar a buscar jardines.
Traté de mirarle el rostro para ver si era ella.
Traté de escuchar su llanto para entender el nombre de las flores.
De nada sirvió, pero fue agradable buscarlo.
Tal vez el clavel blanco era una llamada para ir a buscarlos.
Tal vez no debía.
¿Pero cómo iba a saberlo?
Avancé hacia la mujer blanca y me dije—. ¿Por qué no? También deberías abrazarla —y avancé con mis brazos extendidos.
Si es mi abuela seguramente querrá un abrazo.
Su vestido creció, sentí las esquirlas desgarrándome la piel, pero no había sangre, ni en color, ni en olor.
No era tan doloroso como suena.
Conforme avanzaba, sentía que…estaba empujando la tela. Estaba llegando atrás de las cortinas de un escenario.
No podía abrir los ojos, el llanto se estaba acabando y… los escuché, escuché a ambos perros ladrando.
No pude abrir los ojos, ni abrir la boca para llamarlos, sólo podía oler los claveles blancos. Pero eso no importa…
…Porque ya no sé dónde estoy, y no sé como le estoy haciendo para contar esta historia.