Rodeada por el pelo que caía rígido y despeinado, su cara sin pintura, engrasada por el sudor, fija en una desinteresada juventud, sin esconder, exhibiendo, las arrugas en las sienes y encima de la boca, denunciando placenteramente los sucesos y anulándolos con el brillo rabioso de los ojos que se negaban a aceptarlos, la cara de Julita miraba a las muchachas sin desdén ni entusiasmo. A veces ella la torcía para mirarse el vientre; otras la alzaba, por encima de ellas, por encima de sus limitados intereses, por encima de la aceptación de lo definitivo en que coincidían diariamente deudos y amigos, para participar de nuevo en hechos irrealizables, en momentos felices y acompañados, en escenas que tenían, por lo menos, una antigüedad de meses.

–Juntacadáveres, J.C. Onetti.