Justo eso pensé cuando miré la foto: “Cuánta simetría aparente y engañosa hay en el mundo.” Desde que algún estudio dijo hace unos años que los rostros más simétricos son los bellos, buscamos simetría en todas las cosas… una perfección suficiente para lo que pueden percibir nuestros ojos. Denzel Washington y Angelina Jolie, en aquel entonces, poseían los rostros más simétricos según populares estudios. Entonces vemos con atención la simetría de la pintura, de los mosaicos, de los cuadros. Encontramos esos rasgos duales que funcionan a una simetría no tan ortodoxa, una simetría más bien personal: Los textos que terminan como empiezan, los palíndromos que toman el mismo lugar en el mundo a sus letras en contraparte, en vez de mirar el rostro de una foto miras la posición de las manos en una persona y como alcanzan, pues, a verse como si fueran el reflejo de la otra e ignoraran ese viejo proverbio: “Que tu mano derecha no sepa lo que está haciendo la izquierda.”
También busco la simetría en mis textos. No digo que puedo lograrlo, tal vez me acerco y solo en algunos. Simplemente por el hecho de que la simetría se asocia a la perfección y que la perfección, en el occidente, es señal de divinidad. Podría ser agnóstico y/o ateo, pero aún así años de carga cultural dominan los razonamientos. Al final entiendo, o interpreto, que la simetría es uno de tantos dioses… sí, puede ser, un dios postmoderno. Algunas veces estoy consciente del número de párrafos, del número de palabras, de los conceptos que abren y cierran cada uno de los módulos, secciones, espacios en el texto y me digo: Aquí veo reflejos, contrarreflejos (y esto tal vez es muy personal, y nadie puede verlo como yo… después de todo, una hoja de prosa es una hoja de caos, un enfrentamiento para el lector en desenmarañar todas esas palabras que entre menos espacios tengan, más atemorizantes se ven). Por eso respeto a los poetas que no solo buscan la belleza en las palabras, sino también en la estructura de sus textos. Respeto a los poetas que hacen sonetos, sixtinas o cualquier otro método que ate el número de sus sílabas, oraciones, letritas y a la vez, la figura de su texto. Me los imagino escribiendo, conscientes o inconscientes, susurrando en matemáticas y a la vez, tal vez en un impulso, se convierten en esclavos de la belleza simétrica.
Si este texto tuviera un poco de simetría, el primer párrafo sería el sujeto, el párrafo central sería el espejo y el último párrafo sería el reflejo. Dos personajes (el sujeto y su reflejo) y un objeto (el espejo) que se encuentran en el camino por casualidad, o por el designio de la simetría. Hay otro dios: un escritor que enfrenta y crea este escenario. Aunque el escritor, bueno, podrá ser un dios, pero el dios también es un personaje: ¿Qué tal si es dios del azar, un dios circunstancial? ¿O si es un dios indigente, si es un dios accidental? El dios de la simetría que está sujeto a la palabra de otros dioses que a la mejor no saben lo que hacen, mientras que el sujeto y su reflejo tratan de mirarse las cejas, las cicatrices, los lunares. Pasa, tampoco, que no sabemos que tan limpio está el espejo o de qué material esté hecho. Puede ser que el espejo sea culpable de nuevas sombras, de líneas que no existen entre ninguno de los dos. El espejo es un punto de caos que se distribuye por el mundo interno. El sujeto se acerca al espejo, lo besa, y con ello besa a su reflejo quien… era de esperarse, abre los ojos sorprendido al sentir la suavidad de sus propios labios.